Los goles fueron de Fazio, el tucumano Joaquín Correa, Papu Gómez, Paredes, Alario y Di María.
Tan extraño es todo que la mayoría de los fotógrafos elige colocarse detrás del arco de Nahuel Guzmán antes de que empiece el partido. Si aquí estuviera Carlos Bianchi los definiría como los optimistas del gol. Pasan 42 minutos para que al arquero de la selección le llegue la primera pelota lanzada por un rival, un centro que se va por encima del travesaño. El público, alrededor de 20 mil personas, aúlla. El partido es, desde mucho antes de que comenzara, un experimento difícil de clasificar.
¿Qué conclusiones sacará Jorge Sampaoli de este enfrentamiento sin equivalencias, saldado con un 6-0 para la Argentina? En principio, haber tenido seriedad para jugar un partido al que costaba encontrarle tensión competitiva. Hasta el ambiente invitaba a buscar en el archivo: ¿cuándo habrá sido la última vez que la selección argentina jugó un partido en el que desde las tribunas se escucharan los gritos de los jugadores? Pasó aquí, en un estadio futurista donde lo único antiguo fue la ola que hacía el público.
La selección optimizó la posición de los futbolistas de acuerdo lo que proponía el rival: jugar con dos defensores no fue temerario, fue adaptarse a un ataque contrario desierto, en el que Khairul Nizam, el centrodelantero, se pasó la noche a kilómetros de Guzmán. Estaba claro que la mirada de Sampaoli iba a estar posada en el funcionamiento de pequeñas sociedades (Dybala-Lanzini en el eje creativo, por ejemplo), en las transiciones de un equipo recargado de volantes y en rendimientos particulares.
La resistencia singapurense (un gentilicio adorable, digamos todo) se basó en un esquema 4-4-1-1 parado entre la línea del área propia y la mitad de la cancha. En esa telaraña, la misión de romperla dependía de la movilidad y la cadena de pases, que a la Argentina le costó enhebrar al principio. Fue Di María, con su electricidad, el que más cortó el tedio inicial. Dybala y Lanzini lucieron lejanos uno de otro, un problema. Hasta que llegó el gol de Fazio a los 24 minutos, se desvanecieron las coordinaciones defensivas locales y lo previsible se hizo certeza: bastaba saber hasta cuánto llegaría la cuenta de goles.
En el segundo tiempo, el ingreso de Banega por Biglia remarcó en qué no se parecen: el volante de Inter tiene un pase más dañino, que rompe líneas. Y en su debut, Leandro Paredes demostró que es un volante que pisa el área rival, una cualidad que el DT exige. También define: antes de su gran gol de derecha había estrellado un remate de zurda en el palo. Al cabo, el partido tenía guardado también algo de justicia poética: el gol de Papu Gómez, otro debutante, lo festejaron en vivo en la tribuna su mujer y su hijo, que vivieron la gira como un acontecimiento familiar inolvidable. De esas pequeñas historias también se nutre el fútbol.
La gira se terminó, empieza el tiempo del análisis profundo del cuerpo técnico. Todo comenzó con 26 futbolistas reunidos en Melbourne diez días atrás, dispuestos a escuchar por primera vez a un nuevo técnico. Hubo cambios notorios respecto del pasado inmediato, una invocación al juego de ataque y entrenamientos alrededor de esa idea. Es pronto para generar tantos automatismos, pero el primer paso, el de la cachetada que hiciera reaccionar a un plantel entumecido, ya fue dada. Y parcialmente nuevo, también: desde ahora, José Luis Gómez, Joaquín Correa, Nicolás Tagliafico, Manuel Lanzini, Guido Rodríguez, Papu Gómez y Nacho Fernández sabén de qué se trata jugar con la camiseta de la selección argentina. Un aire fresco se respira. La misión será trasladar esa brisa al estadio Centenario, cuando los puntos se pongan en juego.
Fuente: La Nación