Por Manuel Rivas* Director de Diario Cuarto Poder | Cierro los ojos y me veo adolescente gritando el segundo gol de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial de México 86. La síntesis de la magia creativa de un barrilete que se remontó hasta la gloria eterna.
La dura realidad de la muerte
Abro los ojos y las imágenes del televisor me abofetean de realidad: D10S está muerto. Al menos ese dios pagano que se alza en una estatua imaginaria de pies de barro, para que el estado de ánimo colectivo lo ensalce o lo destruya, según la ocasión.
No se oscureció el cielo ni tembló la Tierra toda, pero la noticia corrió más veloz que Ben Johnson dopado en esos cien metros de los Juegos Olímpicos de Seúl 88. Así también se multiplicaron los nudos en las gargantas y brotaron las lágrimas en todo el mundo.
Ese era Diego Maradona, un pasaporte de argentinidad que abría las puertas del mundo con sólo mencionarlo y hasta salvó a compatriotas de una segura ejecución en países convulsionados por la lucha fratricida, pero unidos por un vínculo universal: el fútbol.
Ese chico de Villa Fiorito
Maradona tocó el cielo de la fama gracias a su don natural con la pelota. Conoció a hombres y mujeres poderosos que le prodigaban su admiración incondicional y vivió en un alto nivel, pero nunca dejó de ser ese chico nacido en Villa Fiorito.
De sus carencias siempre aprendió como se aprende en la Universidad de la Vida. Sabía claramente que cuando doña Tota decía que le dolía el estómago era porque la comida no alcanzaba, los chicos tenían que comer y se podía distraer las tripas a puro mate.
Es por eso que se jugaba en cada cruce, en cada gambeta, en cada fantasía que gestaba en el campo de juego. La zurda mágica era la única que podía sacar de la miseria a su familia. Y así debutó en primera con poco más de 15 años, todo un acontecimiento.
Fanático de la celeste y blanca
Por supuesto que un crack, un fuera de serie como él, tenía marcado el camino hacia la Selección, aunque tuvo que sufrir el dolor de quedar afuera de aquel equipo campeón de 1978. César Luis Menotti dijo que era un barrilete que habían hecho volar muy alto.
La crítica estaba dirigida a la prensa, que puso de relieve la no convocatoria de Maradona. Lloró y sufrió, pero se presentó a jugar en Argentinos Juniors y la rompió contra Chacarita. Así era él. Respondía en la cancha y fuera de ella, con expresiones originales y populares.
En 1979 se dio el gusto de alzar la copa en el Mundial Juvenil, en donde descolló junto a otros nombres, pero el barrilete aún no alcanzaba la altura que se requería para contrarrestar aquellas expresiones de Menotti y su eterna humareda de cigarrillos.
El pibe de la azul y oro
No podía permanecer en el club de la Paternal por mucho tiempo. Su talento así lo exigía además de su fanatismo por Boca Juniors. Era compañero de muchos ídolos en el Xeneize, como el “Loco” Gatti, a quien le había convertido varios goles.
La consagración en el fútbol local estaba al alcance de la mano y lo consiguió en el torneo de 1981, haciendo una temible dupla con Miguel Brindisi. En ese torneo le marcó a Ubaldo Fillol un gol casi desde el saque lateral pegándole fuerte al primer palo.
“Hacerle un gol a River es como que tu mamá te despierte a la mañana con un beso”, esas eran las expresiones que le granjearon el amor incondicional de la hinchada. No por nada Boca pidió suspender su partido por Copa Libertadores.
Un gladiador en tiempos de leñadores
Maradona era imparable en tiempos en que no se protegía a los habilidosos. Le cometían infracciones propias de verdaderos hacheros que lo talaban en lo más bajo. ¿Cómo no valorar esas rodillas destruidas con las que se desplazaba en los últimos tiempos?
Diego sufría la afrenta de aquellos ateos que le tiraban el carromato en cada jugada mágica que ensayaba, pero él se levantaba sin aspavientos, sin darse por vencido nunca, como hipnotizado por esa amiga, esa pelota que, según su visión, nunca se mancha.
Así le fracturaron el tobillo cuando jugaba en Barcelona. El mismo tobillo inflamado que exhibía en el Mundial de Italia 90, y que se hacía infiltrar en cada partido para vestir esa camiseta que tanto amaba. Ese torneo lo jugó en una pierna.
Por fin, el Barrilete Cósmico
Después de un Mundial de España 82 para el olvido, vino la consagración. El partido en el que recibió el título de Barrilete Cósmico en el relato emocionado de Víctor Hugo Morales. Los ingleses fueron testigos del gol más lindo en la historia de los mundiales.
Todo fue completo. La “Mano de Dios”, aquella trampa señalada por los británicos, se transformó en una justa respuesta a la guerra de Malvinas, aunque no se deben mezclar las cuestiones bélicas con las deportivas, pero el pueblo no sabe de esas diferenciaciones.
Maradona estuvo en su más alto nivel deportivo. Le dio alegría a millones de argentinos y a los amantes del fútbol que a la hora de la admiración y la ofrenda no se adhieren al parcelamiento caprichoso de los mapas. Diego estaba más allá de todo eso.
¿Maradona o Maradroga?
Sin embargo, su estrella comenzó a apagarse de la mano de las adicciones. El Mundial de Estados Unidos 1994 era para Brasil. Argentina tenía un tremendo equipo y era candidato. El doping positivo de efedrina fue la lápida que le pusieron al equipo argentino.
Después fue imposible para muchos separar al deportista, que tantas alegrías le había dado al pueblo, del hombre imperfecto que había sucumbido a la seducción de las adicciones. La despectiva denominación de “Maradroga” apareció para entristecer a muchos.
Maradona seguía siendo ese chico de Villa Fiorito que quería ganar un Mundial. Ese mismo muchacho que se había dejado obnubilar por las luces de colores de aquello que lo dañaba de manera irreversible de la mano de sus entornos parasitarios.
Un D10S de leyenda
Cierro los ojos de nuevo y vuelvo a ver al Diego en loca carrera esquivando ingleses para recibirse de Barrilete Cósmico, para salir gritando con la boca llena de gol ante un Peter Shilton desparramado y me lo figuro corriendo hacia los brazos de su madre.
Abro los ojos y veo como millones de argentinos reconstruyen esa estatua imaginaria, aquella con la que soñó Sarmiento al decir en sus últimas palabras: “Ya siento el frío del bronce en mi cuerpo”. Maradona ya estaba en el bronce de muchos amantes del fútbol.
Y veo también como el hilo de la existencia se corta, y ese Barrilete Cósmico se eleva en los impetuosos brazos del viento de la eternidad. Ya es una leyenda.
*Profesor de Letras e Historia, periodista y escritor