Cada vez que Olivia ponía un pie en la Argentina, el perrito callejero la esperaba en la puerta de su hotel, en Puerto Madero. Una historia conmovedora e increíble.
Desde que nació, Olivia Sievers siempre soñó con viajar y conocer el mundo. Fue, es y será su pasión. Y aunque a sus padres les hubiera gustado que estudiara una carrera universitaria, esta chica rubia, alta y de sonrisa fácil, lo logró: hace 20 años, en 1996, consiguió un trabajo como azafata enLufthansa, la aerolínea alemana considerada la más grande de Europa. Sus días, desde entonces, se repartieron entre las obligaciones y los momentos de ocio que, entre escala y escala, le permitieron ir descubriendo el mundo. Pero lo que nunca estuvo en sus planes fue encontrar el amor a más de 12 mil kilómetros de su casa. Y mucho menos cómo y con quién lo hizo…
La primera vez que Olivia vio que Buenos Aires figuraba en el plan de vuelo que la compañía le asigna mes a mes, sintió curiosidad. Nunca antes había estado en la Argentina. Y, aunque le cueste admitirlo, tampoco sabía demasiado sobre estos pagos. Pero se vino, claro. Y la ciudad le encantó. Paseó, visitó las zonas turísticas y aprovechó cada segundo para llevarse de recuerdo la mayor cantidad de anécdotas.
Con el paso de los años, Olivia se hizo una habitué de Puerto Madero, el barrio en el que está ubicado el Hotel Hilton, donde se hospeda junto el resto de la tripulación del avión. De tanto venir, conoció qué bares son recomendables, dónde conseguir las revistas que más le gustan y en que peluquería le cuidan el cabello como a ella más le gusta. También, un dato importante, se dio más de una vuelta por la Reserva Ecológica de Costanera Sur, ya que es una amante de los animales.
Y no es solamente una manera de decir. A la par de su deseo de viajar, Olivia siempre tuvo mascotas en su Alemania natal. Fue así como una tarde, de regreso al hotel, se encontró con un perro, solo, abandonado, callejero. ¿Raza? Perro. Y aunque ella no lo diga por temor a que su novio alemán se ponga celoso, el flechazo fue inmediato.
En su correcto español (también habla alemán e inglés), la azafata lo bautizó Rubio. Y ahí nomás buscó algo de comida para ofrecerle. Un par de mimos más tarde, el perrito parece que también sintió algo especial por esa mujer que en lugar de ahuyentarlo le regalaba un poco de cariño. Es más, hasta consiguió que una compañera le prestara una de las mantas que habitualmente se usan en los vuelos y le armó, bajo techo, una improvisada aunque calentita cucha.
Al otro día, cuando Olivia salió a recorrer la zona, se reencontró con el perrito. Y para su sorpresa, él la siguió durante todo el día. Moviendo la cola, caminó durante horas a su lado. Y no tuvo problemas en tirarse sobre el pasto mientras ella descansaba antes de volver al trabajo.
La partida, sí, fue dolorosa. Olivia lo saludó afectuosamente y antes de subirse al remis que la llevaría al Aeropuerto de Ezeiza pensó que nunca más lo iba a volver a ver. Pero se equivocó. Una semana más tarde, otro vuelo la trajo de vuelta a la Argentina y al llegar al hotel, ahí estaba Rubio. Su felicidad fue enorme. Y también la del animal. Comenzó otra seguidilla de mimos, de caricias. Y en la cabeza de Olivia también empezó a tomar forma la manera de encontrarle un hogar a su canino amigo.
Ya de vuelta de en Alemania, y sin poder sacarse a Rubio de la cabeza, encontró por Internet a la gente de Mascotas Puerto Madero, Adopciones Responsables, un grupo de vecinos que se propusieron “alimentar, castrar, vacunar, y en caso de requerirlo, curar a los animalitos de la zona”. En un extenso mail, Olivia les explicó lo que había vivido con Rubio. Y les pidió que la ayudaran.
Manso y cariñoso, el perrito no opuso ningún tipo de resistencia cuando la gente de Mascotas llegó a verlo. Tampoco cuando lo subieron a una camioneta y lo llevaron hasta un hogar transitorio en San Telmo. Pero algo pasaba. A pesar de tener todas las comodidades, Rubio no parecía feliz. Estaba como caído. Y en un descuido, se escapó.
A pesar de que lo buscaron por todos lados y pegaron carteles en los negocios de la zona, durante unas semanas nadie tuvo noticias de Rubio. Hubo llamadas informando que lo habían visto pasar, pero no más que eso.
Olivia, por ese entonces, preparaba otra visita a la Argentina. Y planeaba visitar a su amigo. Sin embargo, el propio Rubio no le dio tiempo: como si conociera sus horarios o supiera la frecuencia en que Lufthansa viaja a Buenos Aires, la mañana en que la azafata bajó en la puerta del mismo hotel, lo vio. Sí, ahí estaba el pichicho, moviéndole la cola, más feliz que nunca.
Tras darle comida, abrigarlo y “prometerle” que en unos minutos bajaría a jugar con él, Olivia subió a su habitación, se comunicó nuevamente con la gente de Mascotas y les contó la buena nueva. Y ellos le dieron lo que, hasta ahí, parecía un notición: había aparecido una persona que quería adoptar a Rubio. Se llamaba Nicolás y vivía junto con su mujer y sus dos hijos.
Para evitar sorpresas, Olivia les propuso llevar ella misma al perro hasta la casa de su nuevo dueño. Quedaron en encontrarse en una veterinaria de la zona, para que lo revisaran y le dieran las vacunas que hicieran falta teniendo en cuenta que iba a compartir la casa con dos criaturas. Y así fue. Siempre al lado de Olivia, Rubio conoció a Nicolás y se dejó hacer todo lo que el especialista consideró necesario. De premio, la azafata le compró un enorme hueso, que él agarró rápido con la boca, y una chapita con su nombre grabado para colgar en su collar.
Feliz, como si el alma le hubiera vuelto al cuerpo, Rubio salió de la veterinaria sin alejarse ni un centímetro Olivia. Y aunque Nicolás intentó atraerlo con juegos y hasta comida, no hubo forma de sobornarlo: el animalito ya había elegido a su dueña, y no pensaba volver a alejarse de ella por nada del mundo.
A esta altura, y viendo la reacción del can, Olivia murió de amor. Y empezó a pensar seriamente si tenía alguna posibilidad de llevárselo a Alemania. Nicolás, a todo esto, entendió que entre esa mujer y ese perro había algo especial. Y decidió marcharse. Ahí comenzó la última etapa de la historia. En tiempo récord, y consciente de que debería volver a su país en apenas horas, Olivia hizo todas las averiguaciones para que Rubio se mude con ella. Y no le preocupó mover cielo y tierra para lograrlo.
Hoy, a pocas horas de partir, Olivia ya tiene en su poder el pasaje y la autorización sanitaria para llevarse a Rubio. Y poder alimentar esta gran historia de amor que empezó en la puerta de un hotel de Buenos Aires y continuará en un pueblito en las afueras de Berlín, Alemania.