Por Manuel Rivas* de Diario Cuarto Poder / Fabián Soberón anticipa en una jugosa charla, su libro “Edgardo H. Berg”, publicado por Editorial La Papa y que tendrá muy pronto su presentación oficial. El artesanal y prodigioso juego de las máscaras entre realidad y ficción.
—¿Cómo definirías a tu libro “Edgardo H. Berg”?
—Edgardo H. Berg es un libro de cuentos elaborado con superpuestas capas ficcionales. Se podría decir que he realizado un proceso de ficcionalización organizado con diversas máscaras. En el centro del libro está el personaje de Edgardo, una especie de minotauro literario hecho de ficción y no ficción. El libro es la huella de una biografía falsa y es el anagrama que resulta de las mutaciones de la realidad convertida en literatura.
—¿El libro camina por un límite difuso entre ficción y realidad?
—Los cuentos parten de un corazón mínimo hecho de pasado. Los velos de la ficción hunden la nuez de lo real en un río de máscaras y estrategias de escritura. Mi idea fue producir una vorágine: un huracán de dudas. La incertidumbre es el mejor lenitivo contra la idea dogmática de ficción.
—¿La obra puede interpretarse como una sucesión de mascaradas?
—Me atrae la idea de Borges: ¿qué máscara detrás de la máscara la trama empieza? Borges pone a Dios en el ovillo o en el laberinto. Yo prefiero un laberinto infinito hecho de máscaras. ¿Qué hay detrás de una máscara? Vacío. Vacío y desolación. El juego de la ficción permite salir, por un instante, de la encrucijada de la nada.
—¿En qué coincide y en qué difiere el real Edgardo H. Berg con su personaje en la ficción?
—El Berg del libro está hecho de la materia de los sueños, como diría el poeta anglosajón. ¿La realidad también está enhebrada con la ilusión de realidad? Si esto es así, los dos Berg comparten esa trama, juegan con los dados; los dados de la realidad y de la ficción se combinan. La fiesta está ahí, en el centro de los relatos. Habría que preguntarle a Edgardo H. Berg (el profesor de carne y hueso) qué efectos tiene la ficción en su realidad. Aunque no seamos personajes de un libro, estamos habituados a recibir el impacto de la ficción en nuestras vidas. ¿Qué se siente ser el blanco de las flechas de la ficción?
—¿La pluralidad de voces y opiniones en temas literarios e históricos es un método para despistar al lector?
—No quise despistar a nadie. Quise invitarlo a entrar en el túnel de la incertidumbre. Mi libro es un caleidoscopio batido, un experimento literario. ¿Qué sucede cuando lo que parece real no lo es (o puede no serlo) y lo que parece ficcional puede no serlo? ¿A dónde huimos cuando las salas compartimentadas se mezclan en un torbellino ordenado?
—¿Hay una crisis de intelectuales y escritores en la Argentina actual?
—No lo sé.
—¿Tu obra se burla del realismo como teoría pura?
—Ni siquiera los realistas creen en el realismo decimonónico. El realismo trabaja con convenciones así como lo hace la literatura fantástica o el cine de ciencia fusión. No hay que dejarle el realismo a los realistas ortodoxos, diría parafraseando a Pier Paolo Pasolini. Mi libro es tan realista como ficcionalista. Realismo delirante o ficcionalismo realista podría denominarse mi propuesta estética.
—Cuando se alude al nazismo, ¿se busca desentrañar un engaño que se conoce como tal pero que persiste en la nebulosa?
—En el trabajo ficcional lo único que no me importa es la verdad. La verdad desarma el juego. Lo que sucedió con el nazismo es asunto de los historiadores y de los exégetas. Mi ocupación en este libro es convertir todo en literatura.
—¿La construcción del libro se contrapone a los escritores de no ficción, aquellos que apelan siempre a lo autorreferencial?
—En el libro se mezclan la autoficción, la biografía (falsa), la crónica, el policial, la autobiografía. Intenté combinar los procedimientos y las estrategias. De ese cóctel razonado y apasionado surgió esta especie de experimento literario. El prólogo del Edgardo empírico impugna mis ficciones. Las ficciones contradicen al Edgardo de carne y hueso. Arturo Serna, el autor del epílogo, me contradice y apoya al Edgardo empírico y dice conocer mejor que yo al Edgardo ficcional. Los autores del prólogo, de los cuentos, del epilogo y los personajes se pelean y discuten el estatuto de la realidad y la ficción.
—¿El “Club de Escépticos” es una ironía para quienes decretan verdades absolutas como la iglesia?
—Para escribir este cuento partí de una idea: ¿qué sucedería si los escépticos se unieran y construyeran, como los ortodoxos y los masones, un club para mejorar el mundo combatiendo a los dogmáticos? Mientras escribía el cuento leí en las Memorias del filósofo Mario Bunge que la idea, por supuesto, no era nueva y que el propio Bunge había participado en varios emprendimientos similares a los de mi cuento. Las experiencias de Bunge reforzaron la trama del cuento y propiciaron, creo, el laboratorio de escritura.
—¿Cómo tomó el verdadero Edgardo H. Berg ser el personaje principal de tu libro?
—Edgardo H. Berg es un crítico suspicaz e inteligente y aceptó, solícito, entrar en el juego que combina ficción y biografía (falsa). Al mismo tiempo, los cuentos son una invitación a la reflexión sobre el lugar de lo real en la construcción de un artefacto que impugna la idea clásica de ficción. En tercer lugar, el libro es un elogio de la amistad.
—El calificativo de oponente que le das a Arturo Serna ¿tiene que ver con un rol positivo para el resultado final?
—Arturo Serna es uno de mis mayores oponentes. Como ocurre con los verdaderos oponentes, Serna me ayuda a pulir mis dudas y mis inquisiciones. Con sus réplicas y sus impugnaciones, Serna, más que nadie, me ha ayudado a escribir este libro.
*Profesor de Letras e Historia, periodista y escritor.
Comentarios sobre el libro
La lectura de Edgardo H. Berg, de Fabián Soberón, es cautivante. Las fronteras entre realidad y ficción se desdibujan en los relatos. Percibimos contrabandos de un mundo a otro, fertilizaciones. Desde el nombre del libro –que pertenece a una persona real convertida en protagonista de historias contaminadas por la ficción– a infinidad de referencias reales que salen, en momentos imprecisos, de la ruta de los acontecimientos para entrar en la banquina o en rutas paralelas de la imaginación. El lector se ve tentado con la posibilidad de detectar los trucos, de distinguir las intersecciones y los desvíos en la narración. Pero terminamos coincidiendo con el autor en que la verdad o el intento de identificarla –al menos durante la lectura de estas páginas– es irrelevante. Es la fuerza –o esa otra verdad– de los relatos la que se impone y nos lleva de las narices de una historia a la otra. Historias en las que se cruzan reflexiones filosóficas, apreciaciones estéticas, miradas sobre la historia, el cine, la literatura, la política, la música. Elementos que enriquecen las tramas y se combinan con una capacidad narrativa que inevitablemente seduce.
Daniel Dessein
Mar del Plata, Tucumán, y un baúl de inquietudes y entusiasmos compartidos por Berg y Soberón, vertebran una relación de varios años. Caracteriza a estas prosas la búsqueda de un balance entre los rasgos apolíneos en la enunciación y un dinamismo emparentado con la técnica cinematográfica: los planos son montados por Soberón con agilidad, los sonidos y los colores varían su intensidad según sea la atmósfera que se busca recrear. Esa batería de recursos es función/marco/esqueleto, del elemento diálogo.
Pablo Campos
La sombra de la alteridad del autor devenido personaje, como en Piglia, adoptando otro nombre (quien a su vez remite a toda la lista que enumeraré a continuación). La sombra de Arlt con las faltas de ortografía en sus manuscritos ¿son como las del inédito que Edgardo H. Berg le confía a Soberón? además en las consonantes y la vocal de su apellido. Las teorías del relato, de los prólogos y de la narración de Macedonio Fernández, además de esa única mujer que amó, perdió hasta que deambula fumando sin encontrar un destino alternativo. Naturalmente la omnipotencia soberbia de Borges (en su doble acepción de belleza descomunal pero también de creencia en su infalible superioridad). Todos estos intertextos, entre otros, implícitos o explícitos, entre otros filosóficos, figuran en este libro que naturalmente viene a inscribirse de modo superador en la tradición de las poéticas argentinas de mayor trascendencia. Y a hacerlo de modo superlativo. Pero daría un paso más allá: de modo superador.
Adrián Ferrero
El autor
Fabián Soberón nació en Tucumán, Argentina. Es Licenciado en Artes Plásticas y Técnico en Sonorización. Se desempeña como Profesor de Teoría y Estética del Cine y Comunicación Audiovisual en la Universidad Nacional de Tucumán. Obtuvo la Beca Nacional de Creación otorgada por el Fondo Nacional de las Artes. Colaboraciones y ficciones suyas se difunden en ViceVersa, Infobae, Hispamérica, Suburbano, Perfil y La Gaceta. Integra varias antologías.
Fue traducido al inglés, al francés y al portugués. Presentó sus libros y sus documentales
en universidades y otros espacios de Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Islandia, Puerto Rico y Suecia. Publicó la novela La conferencia de Einstein, los libros de relatos Vidas breves y El instante; las crónicas Mamá. Vida breve de Soledad H. Rodríguez, Ciudades escritas y Cosmópolis. Retratos de Nueva York; la nouvelle Las gallinas; el
volumen 30 entrevistas y El viaje inmóvil. Cine del norte argentino. Como director de cine, realizó Luna en llamas. Sobre la poeta Inés Aráoz, Alas. Sobre el poeta Jacobo Regen y Groppa. Un poeta en la ciudad, entre otros documentales.