Vestido con un buzo gris, con una mochila al hombro, acompañado de dos efectivos del Servicio Penitenciario en el trayecto hacia la calle, Fabián Tablado abandonó este mediodía la Unidad Nº21 de Campana tras pasar 24 años preso por matar de 113 puñaladas a su novia, Carolina Alo, uno de los femicidios más bestiales de la historia argentina, ocurrido el 27 de mayo de 1996. Por el crimen, la Sala III de la Cámara Penal de San Isidro lo condenó a 24 años en diciembre de 1998 por el delito de homicidio simple, casi 15 años antes de que la figura de femicidio ingresara al Código Penal, lo que le hubiese garantizado una perpetua. Carolina tenía 16 años.
La decisión de su salida fue adoptada por el Juzgado de Ejecución Penal Nº1 de San Isidro, que supervisa el cumplimiento de su pena. No era su única condena. El femicida había conocido una mujer en la cárcel en 2012, con la que tuvo mellizas. Tablado amenazó a esta mujer, lo condenaron a dos años y medio en 2013 por estas amenazas, un juicio abreviado en otro tribunal sanisidrense. Tablado intimidó también a su suegra. Ocurrió el 20 de abril de 2012 a las 20, cuando la ex mujer de Tablado, Roxana, estaba en su casa de Tigre, y recibió amenazas telefónicas del condenado para que restableciera su relación con él.
En diciembre del año pasado, un cómputo del 2 por 1 aplicado por el Juzgado Nº1 lo benefició dentro del marco de la ley.
Así, Tablado sale, con 43 años de edad, un hombre libre con su tiempo cumplido. Se le practicaron pericias psiquiátricas, con resultados contradictorios: por un lado, los expertos aseguraron que “no presenta trastornos psicóticos ni psico-orgánicos” y que “sus facultades mentales encuadran dentro de la normalidad”.
Por otro lado, los especialistas recomendaron que por el momento no se vincule con sus hijas.
Sin embargo, en 2004, un estudio de la Asesoría Pericial de San Isidro hecho ocho años después de la condena original devolvió conclusiones lapidarias para el femicida. El análisis habló de “rasgos psicopáticos y trastorno antisocial de la personalidad” que son considerados incurables por la psiquiatría contemporánea.
Edgardo Alo, padre de Carolina, se presentó ayer en la Justicia para pedir una restricción perimetral contra Tablado para proteger a él y a su familia. Fue el crítico más vehemente de la salida del femicida de su hija. “Estoy en la oficina del juez de ejecución penal, es el que tiene la causa, estoy esperando encontrarme con él, en este momento no se encuentra. Voy a esperarlo para que me diga cuáles son los argumentos para aminorar la pena, no cumplió con la ley de avisarnos de la decisión, me enteré por terceros”, dijo en el día que se confirmaba la salida de Tablado de prisión.
“Nunca tuve señales de esto. Lo han hecho todo bajo cuerda en silencio absoluto para que esté solapado, de acuerdo a lo que digan voy a accionar por medio de abogados para apelar. Creo que están diciendo que hay muertes anunciadas, los jueces que saquen la basura a la calle tendrán que ver las consecuencias”, continuó Alo.
A lo largo de sus años en la cárcel -está tras las rejas del Servcio Penitenciario Bonaerense desde septiembre de 1996-, Tablado tuvo mayormente buena conducta, alojado en un pabellón evangelista en el penal de Campana, donde cursó estudios. “Se dedica a la religión”, asegura alguien que conoce su encierro.
En sus charlas íntimas, Tablado le expresó su deseo de retirarse a una isla del Tigre a su padre, Miguel, para pescar en el río y ser olvidado.
Mientras dejaba el penal, un preso que también se retiraba en una salida transitoria remarcaba: “Bocha de años adentro, nunca lo conocí”. Las parejas de detenidos que salían de la visita en el lugar le tomaban fotos, curiosas. Su madre no estuvo para buscarlo. “Solo ustedes vinieron”, bromeaba un guardia a los periodistas.
Finalmente, poco después de las 12, lo encontró una tía, que se lo llevó en una camioneta Ford Ecosport azul conducida por un hombre. “Fabi, vamos”, le dijo.
Al salir declaró a los medios en el lugar: “Siempre me pregunto por qué la maté”. Poco después, la Ecosport frenó en una estación de servicio. Una pareja de adultos mayores que esperaba se subió al asiento trasero para rodear al femicida. Entre ellos estaba su padre, Miguel Ángel.