Lejos quedaron las críticas hacia el Papa, de una gran parte de la sociedad chilena, esa misma que desde hace años dejó de ser una mayoría católica.

El Papa, seguro de su gran empatia con los jóvenes, tomó contacto con ellos en cada una de las visitas. Es por ello que no llamó la atención que los jóvenes cantaran su pertenencia al Papa.

Esos mismos jóvenes latinoamericanos con los que vivió una verdadera fiesta en Brasil hace unos años, son iguales a estos jóvenes chilenos que se acercaron a él. Esa es la semilla, el mensaje que podría germinar en un futuro en donde la preocupación por el prójimo y la unidad de todo un país pueda lograrse.

Más que un balance de cantidad de personas que congregó, hay que imaginarse que los resultados podrían verse en algunos años. Lo mismo se piensa en Iquique, uno de los lugares de menor concurrencia. Las vacaciones, los lugares elegidos y el sistema de inscripción de los concurrentes pueden ser algunas de las razones de la menor concurrencia.

Sin embargo, el balance en Iquique ha sido positivo, según la opinión de los organizadores.

El fervor y las lágrimas de chilenos, argentinos, peruanos, bolivianos, venezolanos, colombianos y paraguayos fueron un denominador común, un elemento de unión que va más allá de los prejuicios y viejos rencores. Quizás ese haya sido el mejor mensaje de Francisco.

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