El 5 de febrero de hace 44 años Isabel Perón firmaba el decreto que facultaba al Ejército la ejecución de operaciones militares para “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos” en el monte tucumano. Vilas comandó el Operativo Independencia, pero “la gloria” -decía- se la quitó el general Antonio Bussi. El odio entre los militares y la reveladora entrevista jamás publicada con el genocida que soñaba con convertirse en un nuevo Perón.
‒Dios lo quiso.
Eso decía, con solemnidad sobreactuada, cuando recordaba las particulares circunstancias que lo llevaron a liderar en 1975, con un método brutal nunca antes empleado en Argentina, el combate a la guerrilla del ERP en el monte tucumano. La misma guerrilla que se atrevió a desafiar al poder el día que coparon el pueblo de Acheral, y se difundieron fotografías izando su propia bandera, con formación militar.
En 1983, con la apertura democrática por delante, a Acdel Vilas se le ocurrió dedicarse a la política. Se reivindicaba peronista y, para lanzar su precandidatura a presidente, armó un acto en la Federación Argentina de Box. Allí juntó unos doscientos pobres que, juraba, atendía en sus oficinas del centro entregándoles alguna ayudita para tirar hasta fin de mes. Fueron con bombos, alguna bandera o carteles con su nombre, acompañados de familiares y amigos como para hacer número y corear con fervor un cantito futbolero que lo elevaba al Olimpo.
‒¡Sí señores, yo soy de Vilas, yo soy de Vilas, de corazón, porque este año, de la Argentina, de la Argentina, salió el nuevo Perón!
Frente a ellos sonrió, levantó los brazos para sentirse por un rato Perón y soñar con la gloria. Eso que creía merecer como nadie y ‒lo aseguraba con énfasis‒, le había robado su colega de armas Antonio Domingo Bussi, que se quedó con su cargo militar y luego fue nombrado gobernador de facto, el 24 de marzo de 1976.
‒Bussi nunca se manchó los borceguíes con barro. Alguna vez fue enviado como observador a Vietnam, pero estuvo más lejos del frente que Elvis Presley, que fue a sacarse fotos con los soldados. Era un burócrata que se quedó con todos los honores de algo que hice yo, arriesgando mi vida. Y no solo eso. Con el Fondo Patriótico se quedó con muchas más cosas, le puedo asegurar. Averigüe, averigüe… ‒repetía con un rencor indisimulable en una charla informal para una revista que ya no existe; un reportaje fallido que nunca vio la luz, hasta ahora.
Acdel Vilas era coronel y recién en diciembre de 1974 recibió las jinetas de general de Brigada. Tenía un destino tranquilo, detrás de un escritorio, como Director de Enseñanza Superior de Institutos Militares. Hasta el 5 de enero de 1975, cuando su vida cambió para siempre.
Ese día el avión Twin Auter, que sobrevolaba el teatro de Operaciones del inminente Operativo Independencia a vuelo rasante con el general Enrique Salgado, jefe del III Cuerpo del Ejército, y el general Ricardo Muñoz, comandante de la V Brigada a bordo, se estrelló contra la ladera del Ñuñorco chico. No hubo sobrevivientes.
‒Yo estaba en mi destino y de pronto me informan de esta desgracia. En cuento me enteré, no quiero mentirle, imaginé que podían nombrarme a mí en la V Brigada en lugar de Muñoz, porque de los generales nuevos, yo era el único sin mando de tropa. Por eso digo: lo mío lo quiso Dios.
‒Lo que en aquel tiempo se decía, era que el ERP había derribado ese avión.
‒No es cierto. Fue un accidente, provocado por las nubes bajas y algún error técnico de la nave o del piloto. El ERP nunca tuvo armas antiaéreas, ese mito era parte de la propaganda propia, que la prensa y muchos políticos asumieron como cierto, no sé si por inocencia o por otras razones inconfesables.
Los métodos que utilizó el Vilas para combatir a la guerrilla nunca habían sido utilizados en el país hasta el Operativo Independencia, aunque en realidad el duro general no inventó nada nuevo. Solo se limitó a aplicar las enseñanzas de los teóricos de la contrainsurgencia que la escuela francesa había desarrollado y aplicado en las guerras de Indochina y Argelia, a manos del sanguinario cuerpo de paracaidistas y la OAS, la Organización de l’Armée secret.
Vilas recitaba de memoria ese discurso: “El Ejército se adaptaba mal a una guerra que las escuelas militares se negaban a enseñarle. Insistía en montar operativos clásicos contra un adversario fluido, inatrapable. Así se producía un desgaste enorme, innecesario. Había que adaptarse a esa nueva clase de combate revolucionario con un espíritu nuevo, con convicción, despojados de todo prejuicio”.
‒¿Y cómo aplicó usted esa teoría, en la práctica?
‒Mire, es muy sencillo de entender. Nosotros sabíamos que, por ejemplo, en una capilla, se escondían elementos subversivos. Nos hacíamos presentes para solicitarle al sacerdote un permiso para revisar el lugar, pero en general los curas nos decían: “General, no puede pasar, esta es la casa de Dios”. Bueno, nosotros insistíamos, pero ante una respuesta de ese tipo, era inútil. Entonces volvíamos de noche. Con tropa de uniforme de combate pero sin identificación, con pasamontañas para ocultar los rostros. Entonces pateábamos la puerta, entrábamos y nos llevábamos a los subversivos. Listo. Fin de la cuestión.
‒No parece muy legal, general. El decreto pedía aniquilar el accionar subversivo, pero siempre dentro los límites de la ley, ¿no le parece?
‒Es fácil hablar ahora, con elecciones a la vista (se refería a las de 1983). Pero si las hay, esté seguro de que eso es posible porque nosotros evitamos una Argentina comunista. Otra hubiese sido la historia si el Ejército hubiese exigido, para extirpar ese cáncer marxista, que se declarase a Tucumán como una Zona de Emergencia. Pero no, insistían en dar vueltas con ese bendito tema del “profesionalismo integrado”. Una estupidez. El gobierno temía perder el control de la Fuerza, cuando en realidad ya no lo tenía. Lo mío fue profesional. Y muy efectivo.
‒¿Qué hacían con los prisioneros? ¿Los hubo, en realidad?
‒Mire, combatir contra un enemigo que se escabulle y se invisibiliza es muy complicado. Tampoco podíamos repetir el tratamiento que la justicia le daba a los delincuentes comunes, que terminaban saliendo de prisión. Aplicar ese mismo sistema con los subversivos era suicidarse. Era como curar una pulmonía con aspirinas. En ese momento la cosa era a matar o morir, usted sabrá comprenderme…
‒Lo que entiendo es que ustedes no tomaban prisioneros, digamos.
‒En el monte el combate fue cruento. Había que prepararse para una guerra sucia, solapada, de desgaste, prolongada, que se gana solo con mucha decisión y cálculo.
‒Veo. En su momento usted habló de la guerrilla como un grupo de resentidos sin valores ni Dios. ¿Cómo era el ERP en combate? ¿Era gente preparada para la guerra? ¿Era idealistas ingenuos? ¿Cómo los califica profesionalmente, como enemigo?
‒Los califico muy bien. Mire, el ERP tenía poca preparación militar, no era gente entrenada como para sobrevivir en esas condiciones, y más enfrentado a Ejército profesional. Pero eran muy valientes, muy corajudos. De verdad peleaban hasta morir. Yo los admiré en ese sentido, créame.
‒¿Los Montoneros eran diferentes?
‒¡Totalmente! Los Montoneros ponían bombas, eludían el combate. Eran cobardes. Los guerrilleros de Santucho tenían una moral muy diferente. No sé cómo imaginaron que podían ganar esa guerra, pero que lo intentaron, lo intentaron, se lo aseguro.
Vilas, en su oficina, había reservado un lugar para su museo personal. Ahí exhibía una serie de elementos que él había traído del monte tucumano. Papeles, cuadernos, alguna bandera manchada con barro o sangre, pistolones, granadas caseras, lo que parecían ollas pero eran minas cazabobos al estilo vietnamita, ametralladoras de fabricación casera revólveres. Mostraba sus trofeos de guerra con orgullo. El elogio al enemigo, claro, pretendía destacar el valor de su trabajo.
‒Se habló mucho de la cantidad de combatientes en el monte. ¿Cuántos eran, de verdad?
‒Mire, si sumamos a los apoyos logísticos en el llano, podían llegar a 500, tal vez 600. Con unos 300 combatientes en el monte, en su mejor momento, antes de mi llegada a Tucumán.
‒¿Qué hizo primero? ¿Les presentó batalla haciendo valer el número y la preparación de su tropa?
‒No. Ése fue el error del general Menéndez y comisario Villar, que en 1974 cayeron en la trampa del vacío táctico de la guerrilla. Lo que había que hacer era lo contrario. Primero, aniquilar su base de apoyo y logística en los pueblos. Ahí nos concentramos y dio resultado. La clave era no desgastarse en combates inútiles, sino asfixiarlos cortando su fuente de abastecimiento y de información. Sabíamos que si arrasábamos con todo eso, el trabajo en el monte iba a resultar más sencillo. Así lo planeé, y así salió.
‒¿En cuánto tiempo estuvo definida la lucha?
‒Mire, en diciembre de 1975 solo quedaban pocos elementos subversivos en el monte; sueltos, mal armados y hambrientos. Fue relativamente rápido. Pero muy cruento, como se imaginará.
‒¿Usted dice que antes del golpe de Estado, cuando llega Bussi a Tucumán, la cosa estaba prácticamente definida?
‒Absolutamente. El mismo Bussi, sinceramente o tal vez obligado por las circunstancias me dijo: “¡General, usted casi que no me dejó nada por hacer!”.
‒Pero el Operativo Independencia continuó…
‒Bueno sí, ahí hubo un Fondo Patriótico, mucho dinero dando vueltas. Mire, es cierto que había que continuar con la persecución de los subversivos en las ciudades, las fábricas y las universidades, pero la verdad es que el combate contra la guerrilla se definió en un año, el año que yo estuve al mando. Ahora bien, ¿no quiere hablar de política y olvidarse un poco del pasado?