La madre de la menor denunció los presuntos abusos a la Justicia. La pericia de una psicóloga y el expediente por dentro. Fernando Burlando, el defensor del futbolista.
El 4 de abril pasado por la noche, M., de 37 años de edad, miembro de la familia del futbolista Jonathan Fabbro, llegó a la comisaría número 52 en Villa Luganopara denunciar un delito gravísimo. La calificación: abuso sexual con acceso carnal. La presunta víctima: su hija de once años. El presunto victimario: Fabbro mismo. Un oficial de servicio con rango de inspector oyó su relato. M. se había enterado de lo que venía a denunciar horas antes; su propia hija se lo había dicho, en medio de una discusión por el uso del celular. No era algo nuevo, no era algo reciente. Eran, de acuerdo a su denuncia, cinco años de ataques denigrantes.
“Me contó que cuando tenía 6 la tocaba por todo el cuerpo, la besaba como si fueran novios y hace un año atrás la penetró“, anotó el oficial en una planilla. “Todo ocurría cuando estaban en casa de la abuela, o en la habitación de mi hija“, continuó M.: “Además le pedía que se saque fotos en pollera y que se las enviara. No lo puedo creer. Siempre le tuve confianza por ser de la familia”. Fabbro no solo era un pariente cercano de la niña de once años, un vínculo directo de sangre; era también su padrino.
El jugador estaba lejos en ese momento, literalmente en el otro lado de Latinoamérica, en los últimos días de su contrato como mediocampista en los Jaguares de Chiapas en México. La vida deportiva de Fabbro, nacionalizado como ciudadano paraguayo sin perder su pasaporte argentino, padre de un hijo y en pareja hace seis años con la modelo Larissa Riquelme, fue de cierto brillo: jugó en equipos como Boca Juniors y River Plate, en el Once Caldas de Colombia, en Cerro Porteño, donde pasó la mayor parte de su carrera, y tuvo algunas apariciones en la Selección de Paraguay.
No era la primera vez que el nombre de Fabbro era arrastrado a un expediente judicial. En noviembre de 2013, el jugador atropelló y mató a Mónica Despeller, una joven de 23 años que iba a bordo de una moto mientras conducía su Audi TT en una ruta a casi cien kilómetros de la ciudad capital de Santa Fe. Fabbro pasó unas pocas horas detenido; su sueldo fue embargado por unos $900 mil, algo menor. Ni siquiera hubo escándalo, su nombre siguió intacto. Hoy, Fabbro tiene una oferta en la mesa del Atlético Nacional de Colombia, algo apreciable para un futbolista de 35 años de edad.
Sin embargo, la acusación de la madre de su ahijada puede ser un clavo definitivo en un ataúd para sus 15 años de carrera en las canchas. La denuncia fue elevada al Juzgado N° 32 a cargo del doctor Santiago Quian Zavalía; M. fue quien decidió impulsar la acción penal contra Fabbro. La causa levantó vuelo en cuatro meses, sumó pruebas y testimonios.
Ayer se reveló el pedido presentado ante el Juzgado N°32 por el doctor Gastón Marano, el abogado querellante que representa a la madre de la víctima, para que el futbolista sea detenido e indagado. M. se había enterado de que Fabbro había llegado al país el miércoles por la noche a través de una ex pareja del jugador, en un vuelo proveniente de Paraguay que aterrizó en Aeroparque.
El pedido de Marano, que afirmó en su escrito que existen pruebas suficientespara tener por cierta la acusación de la menor su madre, llegó tarde: el futbolista dejó el país horas antes de que el abogado planteara su arresto.Rumores alrededor de la familia hablan de que el mediocampista tenía planes de quedarse por más tiempo. ¿Qué lo hizo irse?
La publicación del pedido de detención repercutió, no solo en la Argentina, sino en portales y medios de cada país en donde Fabbro jugó al fútbol. Hoy se conocen nuevos detalles del expediente.
M. ratificó y amplió su denuncia inicial en el Juzgado N°32. Relató que vio conversaciones en el iPhone 5 de su hija, charlas de WhatsApp entre ella y un hombre que sería Fabbro, que le pide fotos a la menor entre emoticones de risa, llanto y babeo. “¿Tenés jeans? A verloooo“, dijo el supuesto Fabbro en la conversación. La niña, tras preguntarle si se casará con Larissa Riquelme, le envía apenas dos fotos, ninguna de ellas en pose sensual. “Sos mi tío, no mi novio”, le reprocha. Esas capturas hoy son parte de la causa.
Ahí mismo, en la casa familiar, en presencia de su hermano mayor, entre lágrimas su hija le reconoció que Fabbro la había abusado. Su hermano, de 17 años, había escuchado el testimonio de su hermana horas antes, llena de miedo, vulnerable, diciendo que Fabbro le había dicho de viajar juntos, que temía quedar embarazada ante un nuevo ataque: había tenido su primer período menstrual semanas antes.
La niña repitió su relato ante M.. La madre lo plasmó en forma textual en su declaración testimonial. El párrafo es de una brutalidad absoluta. “Yo me dejé, le dije a todo que sí, cuando me besa, como si fuera mi novio, el pito me lo metía en la concha, porque tenía miedo a que me hagan algo pasaron esas cosas. La última vez me tocó las tetas y le dije que no se pase. Me daba semen y lo escupía, me daba besos y me tocaba la vagina”, aseveró la menor, en boca de su propia madre. “Viste, mamá, ¿que los hombres tiran eso? Me lo tiraba en la boca y no me gustaba”, dijo la menor según la madre en una tercera testimonial el 15 de mayo.
Los ataques habrían ocurrido tanto en la casa de la abuela de la joven como en la casa de la niña, en donde M. dijo que Fabbro se hospedaba en sus viajes, así como en el auto del futbolista. Antes de irse, M. entregó el teléfono de la menor, que fue remitido a la división Cibercrimen de la Policía de la Ciudad.
Las medidas comenzaron en el Juzgado N°32: oficios remitidos a Google, nuevos testigos como el propio hermano de la menor y la madre de una compañera, informes de la escuela primaria a la que asiste, que la describen como desatenta y distante, agresiva. Migraciones aportó todas las salidas y entradas del país del futbolista, que coincidirían con las presuntas estadías en casa de la abuela de la menor.
Una psicóloga de parte que entrevistó a la menor aseguró que la presunta víctima “pudo hablar ampliamente” y que “denunció hablando de tiempos y espacios” con sentimientos acordes al abuso sexual como “inhibición, angustia, vergüenza, timidez”. Un test gráfico reflejó “soledad, aislamiento, inseguridad y baja autoestima” sobre cuestiones corporales.
En las evaluaciones surgieron sentimientos ambivalentes; la menor sabía bien qué representaba Fabbro para el bienestar económico de la familia, su status de ídolo. Surgieron nuevamente las masturbaciones, lo que “los varones le dicen ‘paja'”, dijo la chica, las eyaculaciones en la boca de la menor. También surgió el marco temporal de los ataques, que habrían empezado cuando la niña tenía 6 años de edad. El último episodio habría ocurrido, de acuerdo al relato, en algún punto de 2016.
La causa está lejos de, por ejemplo, un procesamiento. Falta una pericia clave: la cámara Gesell a la presunta víctima. Por lo pronto, el futbolista ya tienen quién lo defienda. A mediados de mayo, Fernando Burlando se constituyó en el expediente como su abogado.