Es un personaje que, como él mismo dice, está “en el candelero”. Y acaba de publicar un libro en el que expone su pensamiento político y las razones de su militancia con los “excluidos”. La clase peligrosa. Retratos de la Argentina oculta es en parte una historia de su movimiento, de cómo se relacionó él con esos sectores marginados y precarizados, además de un análisis de la realidad argentina y mundial con especial acento en la brecha entre ricos y pobres, el creciente número de excluidos y la necesidad de organizarlos y darles herramientas políticas para poder presionar a esa egoísta clase ultrapoderosa y mil-millonaria y obligarla a ceder privilegios. “Tarde o temprano, todos los trabajadores de la economía popular serán reconocidos como parte del sistema laboral”, asegura.

Grabois lamenta que no exista hoy un “espectro” que, como en el siglo pasado el comunismo, recorra el mundo asustando a la burguesía y arrancándole concesiones: así surgió el Estado de Bienestar, sostiene. En cierta forma, es el rol que espera jugar, convencido de que, si no se aportan soluciones para los millones de excluidos del sistema, la “guerra civil” que ya castiga a América Latina podría extenderse a Argentina.

— Tu diagnóstico sobre la brecha entre ricos y pobres en la Argentina y a nivel mundial es muy severo. Decís que si esto no encuentra una solución política, si los sectores excluidos no encuentran voceros y expresión, se puede desembocar en una situación de violencia. ¿Podría haber una opción por la violencia por parte de esos sectores?

— En América Latina hay una guerra civil, en cuotas. En Brasil. En México, en Colombia, que puede llegar a Argentina. Y que tiene que ver con las formas violentas que adquiere la exclusión, fundamentalmente a partir del narcotráfico, no a partir de la violencia política. El planteo en el libro no es que se va a desarrollar una alternativa de naturaleza si se quiere revolucionaria, es que se va a producir un nivel de degradación tan grande que ante esa población excedentaria a las necesidades del mercado laboral, se va a desarrollar un mercado paralelo que no va a ser el de los cartoneros, los vendedores ambulantes, los horticultores y los trabajadores de empresas recuperadas que organizamos nosotros sino un mercado que administre un negocio pequeño y simple, como dicen los Redondos, que es compro a cien y vendo a mil, que es el narcotráfico. Que se viene extendiendo en la Argentina, en Sudamérica, pero sin los niveles de guerra que tiene en Brasil donde hablamos de más de 30.000 muertos por año.

— Es inimaginable.

— Es inimaginable. En un período de gobierno son 120.000 personas. Son cifras que hablan de una guerra. Una guerra que tiene que ver con opciones político-económicas, con la distribución de la riqueza, con la falta de conciencia de los sectores dominantes de la sociedad acerca de la gravedad de la grieta entre quienes están relativamente integrados y quienes están absolutamente excluidos. Dos idiomas distintos, dos lógicas distintas, dos mundos distintos, que apenas entran en contacto por algunas interlocuciones o mediaciones que somos los movimientos populares, algunos sectores de la Iglesia, algunas Iglesias evangélicas, y, del otro lado, algunos sectores de naturaleza mafiosa con los cuales el poder se siente mucho más cómodo dialogando que con nosotros.

— Ahora bien, los doce años de kirchnerismo y de experiencias análogas a nivel latinoamericano trajeron cierta redistribución del ingreso, cierta disminución de la pobreza, pero no hubo una disminución ni de la violencia ni de la grieta social. En un eventual retorno de una experiencia de ese tipo ¿qué cambiaría? ¿Por qué sería distinto? No creo que tu única crítica al kirchnerismo sea la corrupción.

— No, desde luego. Primero, en el caso argentino, la violencia disminuyó. En términos de tasa de criminalidad disminuyó sensiblemente en relación a lo que fue el final de los 90, los años 2001/2002. Bajaron unos seis, siete puntos los homicidios cada 100.000 habitantes. Creo que bajó de 11 a 5.

— Es discutible. No hubo estadísticas, como con la inflación.

— Las muertes no las mide el INDEC. Es otro tipo de estadística. Pero, con independencia de eso, no se redujo la pobreza estructural. Se redujo sí sensiblemente la pobreza heredada de la peor crisis de nuestra historia y de hecho la última medición de pobreza de la UCA es la más alta de los últimos 10 años. Hubo una reducción de la pobreza pero no se redujeron algunos problemas estructurales que no miden los índices de pobreza por ingreso, que son muy tontos en algún punto. Porque no es lo mismo ganar 15.000 pesos si alquilás que si no alquilás. No es lo mismo ganar 15.000 pesos si vivís sin agua, luz, cloacas, desagües, asfalto, que si tenés servicios públicos. Son cosas muy concretas que no se han resuelto porque no estaban priorizadas, porque la casta política desconoce la realidad de los sectores excluidos. Conoce las estadísticas, 35 por ciento de pobres, como si fuera una abstracción. Ahora, dentro de eso hay segmentaciones por territorio, por condiciones de vida, etcétera, que requieren una intervención de política pública diferenciada, que sólo se puede desarrollar si las organizaciones populares tienen el poder suficiente para hacer oír sus reclamos. Estoy seguro que a la corta o a la larga el reconocimiento de todos los trabajadores de la economía popular como parte del sistema laboral en la Argentina se va a producir. Pero no porque haya habido una política ilustrada de nuestra élite diciendo bueno, mejor hagamos esto porque si no la vida va a ser peor para todos, sino por la presión y la fuerza de las organizaciones que esperemos que le gane la carrera a las mafias porque así como en Italia la última barrera (contra el narco) es el cura, en la Argentina la última barrera somos los movimientos populares.

— Hablas de la estigmatización, del prejuicio. La gente dice: son planeros, gente que vive de un subsidio y cuya única ocupación es ir con Grabois a una marcha, a ocupar terrenos. ¿Qué es exactamente la economía popular?

— Hacés una muy buena descripción de un prejuicio. Es muy difícil cambiarle la opinión al que ya tiene esa expectativa. Nuestros compañeros trabajan en distintas actividades semi artesanales de manera individual o en cooperativas, organizados por rama. Una es la rama de cartoneros, recicladores y carreros, otra la de vendedores ambulantes y feriantes, otra que llamamos de sociocomunitarios: merenderos, comedores, guarderías y otros servicios a la comunidad. Una rama de construcción, infraestructura social, vivienda, cordón cuneta, caminos, cloacas, etcétera. Una de “liberados”, muchachos y muchachas que salen de los penales, con los que hacemos reinserción y bajamos la reincidencia muchísimo. El otro sector al que llamamos “Viento de libertad”, son seis casas comunitarias de reinserción para pibes y pibas en situación de adicciones graves. Y la rama rural que agrupa horticultores, quinteros, pueblos originarios. Son actividades viejas que reverdecieron o nuevas actividades de subsistencia que se organizan de manera comunitaria. Por ley, esos trabajadores tienen un salario social complementario, del cual no vive nadie, que es lo que la gente llama el plan. Una transferencia de ingresos que va directamente a una tarjeta de débito, un reconocimiento del Estado a que esa persona realiza una tarea que no tiene una productividad desde el punto de vista mercantil, pero que tiene un valor social. Hoy lo recibe medio millón de trabajadores pero deberían recibirlo por lo menos 3 millones.

— ¿No es universal?

— No y por eso siempre hay disputas por cupos.Hoy hay tres millones de personas en esta situación y hay 500.000 cupos. Hasta que se llegue a los tres millones va a haber conflictos. Porque hay dos millones y medio de excluidos de estos derechos. Que también es el derecho al monotributo social que te permite tener una obra social y aportes jubilatorios. Y el día de mañana será la ART, la licencia por maternidad, todos los derechos que le corresponden a quien se gana la vida laburando y que por hache o por be ese laburo no le genera un ingreso suficiente para vivir. ¿Cuáles son los sectores de alta productividad en la Argentina que tienen que “subsidiar” eso? Muy pocos. Yo a veces hablo con investigadores del Conicet y les pregunto ¿qué es lo que ustedes reciben si no un subsidio? No hay ninguna diferencia. Lo que hay es una valorización diferenciada de la productividad de uno y otro trabajo. Entonces queremos que las cuatro horas por día, cinco veces por semana, que una compañera nuestra está dándole la leche y dando amor a treinta pibes en una guardería sea reconocido como un laburo, no como una changa ni un plan. Esa persona está laburando y su productividad social es inmensurable, porque no sabemos cuántos de esos pibes de no estar ahí hubiesen terminado mal.

— ¿Los otros dos millones y medio no cobran nada o tienen otros subsidios?

— Lo que hay es una cobertura amplia heredada del gobierno anterior, que son la AUH y la inclusión jubilatoria. Pero esos ingresos no resuelven, no ya la pobreza, sino la alimentación. Hoy el salario social complementario son 5.000 pesos. Nadie vive con eso. Cualquiera se da cuenta de que ninguna persona puede trabajar de cobrar el plan porque de eso no vivís. Todo el mundo tiene que hacer otra actividad para ganarse el mango.

— Supongamos que Cristina vuelve a la Presidencia, probabilidad que aumenta si seguimos así, ¿en qué lugar te ves en su dispositivo?

— Hay dos cosas: la primera es la creación de un Ministerio de Desarrollo Humano Integral, que tenga un área de integración urbana de los barrios populares que ponga el agua, la luz, las cloacas, los desagües, las salitas, las plazas de los 4.500 barrios populares que relevamos durante los últimos años, donde viven alrededor de cinco millones de seres humanos. Y eso requiere el 2,5 por ciento del presupuesto a gastarse en 4 años. Pero le cambia la vida a un montón de gente y resuelve de manera indirecta problemas de generación de empleo y de inseguridad. Puedo asegurar que cambia la vida. Eso es integración urbana de los barrios. También una reforma agraria, que no es tampoco la revolución del campo, sino garantizar que por ejemplo los horticultores del cinturón verde de La Plata dejen de estar sometidos al pago de alquileres extorsivos; son decenas de miles de familias. Que los pueblos originarios, por lo menos 1.500 comunidades reconocidas, tengan su título comunitario. Y el tercer punto es el desarrollo de la economía popular, las ramas que mencioné, de una manera un poco más tecnificada, con capacitación, etcétera. No para competir con la industria ultra moderna pero por lo menos para garantizar mejores niveles de productividad y un ingreso para ese sector. Es el área que a mí más me interesa, el desarrollo humano del 30 por ciento que está en situación de pobreza o exclusión.

— Decís que no juzgás la moral de la gente por su ubicación política. Y que si un funcionario del gobierno actual está dispuesto a trabajar para concretar alguno de tus proyectos, no tenés problema, sos pragmático. Pero el kirchnerismo se caracterizó por un sectarismo cerril. Han duplicado funciones: para no trabajar con gente que no fuese del palo, eran capaces de nombrar tres personas más en un lugar. Decís que no va a ser el mismo gobierno, pero el sistema argentino es muy presidencialista, no sé qué garantía puede haber de que no vaya a ser el mismo gobierno…

— Menciono dos o tres elementos que a mí me dan cierta tranquilidad. Comparto la caracterización que vos hacés, no de Cristina o del kirchnerismo como categoría, hubo gente de todo tipo, pero sí que era una característica de muchos funcionarios con poder en el gobierno anterior: sectarismo, cerrazón, incapacidad de diálogo con el que le planteaba algún elemento crítico. Lo viví. Pero también creo que la gente cambia y creo que Cristina cambió en ese sentido. También creo que las victorias y las derrotas transforman a las personas. Lamentablemente, en general las victorias las transforman para mal y las derrotas para bien, es una paradoja, pero suele suceder.

— A veces ya es tarde.

— A veces ya es tarde. Y a veces no. Y después creo que ni el peor gobierno puede destruir un país si hay un pueblo consciente de sus derechos, ni el mejor gobierno puede avanzar si no hay organizaciones sociales, comunitarias, una sociedad civil que lo interpele poderosamente. Y el sector de la economía popular que nosotros, con muchos errores, fuimos conformando, los vecinos de los barrios populares, el sector campesino indígena, hoy tiene una voz, tiene cuadros que no vienen de los sectores medios sino que se han formado desde la base, que tienen capacidad de explicar en cada distrito las situaciones, tiene intelectuales orgánicos que trabajan al servicio de ese sector, y veo en Cristina una receptividad muy grande a ese tema desde el punto de vista de la problemática social y de los excluidos. También veo una apertura muy grande de ella al armado de naturaleza más política y veo algo que no les veo a los demás que es coraje para enfrentar a determinados poderes corporativos. Yo formo parte de un poder corporativo, débil, que es el poder de los de abajo. Pero cuando peleo por ellos peleo por un sector, no peleo por la totalidad. Y soy consciente de eso, es el rol que tengo hoy. Y lo hago con mucho orgullo porque para mí es la opción preferencial que tiene que tener un ser humano, un cristiano. Pero hay otras corporaciones frente a las que hay que tener coraje. Nosotros logramos negociar muchas con este gobierno. Y una de ellas era la modificación de la Ley de Alquileres. Dos o tres pavadas: que el contrato sea por 3 años, que la comisión la paguen los dueños o las inmobiliarias y no el inquilino. Pavadas. Pegaron tres gritos las cámaras inmobiliarias y se cayó la ley; Macri ya la había anunciado. Iban a subir un poquitito el impuesto a los bienes rurales en el ítem bienes personales, pegaron tres gritos los dueños de la tierra… se cayó. Con un gobierno que cede ante todas las corporaciones del poder económico va a ser muy difícil resolver los problemas.

fuente. infobae

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