Por Manuel Rivas* de Diario Cuarto Poder / Quedar en la memoria del pueblo. Con esa premisa, el poeta salteño radicado en Tucumán, Juan Robledo, recorre en esta entrevista su carrera poética, de composición musical y de labor radial.
El bullicio del bar no es ninguna molestia para el diálogo con Juan Robledo, en una conocida librería que cuenta con el servicio de cafetería. El entrevistador llega tarde, como suele pasar a veces, pero el entrevistado persiste en ese gesto calmo característico.
La charla amistosa, que da el hecho de haber compartido veladas literarias con la Sociedad Argentina de Escritores (SADE – Tucumán), o en diversas actividades de las letras en nuestra provincia, da paso a la rigurosidad que debe predominar en las preguntas.
—¿Cómo se define el Juan Robledo poeta?
—No sabría definirme a mí mismo (asume una actitud reflexiva, como buscando en los recuerdos y prosigue). Hace tiempo, Néstor Soria me puso “el poeta popular”, quizás pensó que me bajaba el precio, pero para mi ese título representaba un gran honor, porque viví toda una vida dedicada a la poesía. Además, me igualaba con otros grandes que merecían más que yo esos honores, como Atahualpa Yupanqui.
—¿Cómo fue ese romance inicial con la poesía?
—Comencé a escribir desde muy chico. Me venían ramalazos de inspiración, con una particularidad, siempre escribí con rima. Me surgía de manera natural y nunca pude separarme de la rima, estuvimos hechos siempre el uno para el otro. Había ritmo y musicalidad en las palabras, que luego se sabrá en qué derivaría (sonríe pícaramente detrás de ese bigote blanco que en otras épocas supo ser de un negro azabache).
—¿Le dio algún valor a la poesía su mirada infantil de ese momento?
—Sí, porque tuve una infancia jodida. Mis padres se separaron cuando tenía 9 o 10 años y, en vez de poner mi energía en alimentar el rencor que me generaba esa situación, buscaba en la poesía una salida superadora. Éramos siete hermanos, de los cuales yo era el segundo. Cuando crecí, dejé mi Rosario de la Frontera natal y busqué nuevos rumbos en el Norte, en Córdoba y finalmente en Mar del Plata, en donde en los años 60 trabajé en grandes talleres dedicados al tejido.
(Se suceden risas y chanzas sobre su lugar de nacimiento y su identificación con Tucumán, hasta que llegamos a la conclusión de que nacer en Rosario de la Frontera, Santa María o Termas de Río Hondo, viene a ser lo mismo que ser tucumano).
—¿No sentía nostalgia del pago allá en Mar del Plata?
—Sí, quería volver al pago, más que nada por mi vieja, que se llamaba Benita Casimira Sosa. Sin embargo, me vine a Tucumán por una propuesta de trabajo que no se dio pero, sobre el pucho, surgió otra alternativa que sí se concretó. Me hicieron una prueba con una máquina de tejido y entré. Trabajé varios años, luego pasé a Tecotex y a Panam.
—¿Y la poesía?
—Seguía escribiendo en paralelo y ya había musicalizado algunos poemas. En Mar del Plata compuse “Coplas para mi madre”, una zamba que se convirtió en un himno en Rosario de la Frontera y que cantamos con mis hermanos en el velorio de mi madre (se emociona, como si ese nudo en la garganta se multiplicara nuevamente) Me dijeron que fuera a verlo al famoso Indio Uribio. Así lo hice. Era indescifrable. Le llevé un cassette, lo escuchó y solo movió la cabeza (sonríe en la evocación de ese recuerdo), pero me dijo: “andá a verlo al Negro Orlando Galante en LV 12″.
—¿Qué pasó con Orlando Galante?
—Escuchó el cassette y me daba la espalda cuando me dijo: “Quedate”. Ese “quedate” duró 10 años porque me transformé en libretista de su programa radial y también escribía poemas que él leía. Un día en el Teatro San Martín, Galante conducía y yo estaba entre bambalinas. Me convocó al escenario y recité “Su pique que no llega”, lo hice con una tranquilidad pasmosa, como si Dios me hubiese ayudado a hacerlo sin nervios. El Negro fue muy importante para mí. Él presentó mi segundo libro, “Abrazos del alma”, con una pompa infernal en el Centro Cultural Virla, en una noche en la que también me acompañaron Rubén Cruz y el Pollo Romero.
—¿Cómo se llamaba el programa radial de Galante?
—Se llamaba “El Fortín del Norte”, lo conducía Orlando Galante con un equipo integrado por Walter Moratto, René Molina, Rubén Amaya, Rubén Cruz y Néstor Soria. Recuerdo que había mucha bohemia y creatividad. Moratto había fundado la sucursal de la Sociedad Argentina de Letras, Arte y Ciencia (SALAC), de la que fue presidente, cargo que años después también desempeñé.
—¿Hubo otra experiencia radial después de “El Fortín del Norte”?
—Sí, Moratto me dejó que le cuide el programa “Herencia nativa”, en Radio Universidad, que lo seguí haciendo porque no regresó. Ya falleció hace algunos años. Con ese programa fui ternado tres veces al premio Martín Fierro.
—¿Pudo ganarlo?
—La primera vez fue en Chubut y no gané, pero hice caso al consejo de disfrutar. La segunda fue en Mar del Plata, en donde tampoco gané. La tercera iba a ser en Tucumán, pero finalmente no hubo acuerdo entre los organizadores y se hizo en Salta, de la mano de Los Nocheros, pero ningún tucumano fue premiado en represalia. Así que dije, si la tercera no es la vencida, no insisto más (se ríe de la ocurrencia y bebe un poco de soda).
—¿Cómo siguió el tema de la escritura?
—Luego de los libros, comencé a publicar cartillas y cuadernillos, que llevaba a los encuentros de escritores para las mesas de lectura y presentaciones. Estuve en muchos encuentros, en Resistencia, Roque Sáenz Peña, Rosario de la Frontera, Santa María, Buenos Aires, Mar del Plata y Monteros, entre otros. Siempre gustaba mi poesía, con lo que hacía honor a aquel mote de “poeta popular”.
—¿Escribió alguna vez con el dolor en carne viva?
—Muchas veces, por ejemplo, cuando murió María Luisa, mi compañera de la vida durante 46 años. Compuse unos escritos bajo el título “Reflexiones”, como un merecido homenaje para ella.
—¿Puede compartirnos algunos de esos poemas?
—Por supuesto. Le comparto dos:
“María Luisa”
Sobre todo si tengo / que medir los ocasos / que tendré desde ahora / sin escuchar tu voz.//
Si tengo que mirar/ tus lugares vacíos, / aquellos que ocupabas / estando al lado mío.//
Si tuviera la suerte / de encontrarte de nuevo, / solo para decirte / “Perdón por ser tan necio”.//
Pero no estás, y entonces / me acurruco a la pluma, / para escribir tu nombre / en un rincón del cielo.//
Por eso me pregunto / qué haré con tu silencio, / que me estalla en el alma / y me ahoga por dentro.//
Solo digo: Señora / andaré como pueda, / hasta encontrar el rumbo / que me dejó tu ausencia.
“Reflexiones”
Estoy en el umbral del Universo, / próximo a partir a la nostalgia. / De nada valen triunfos ni blasones; / despojado me voy, rumbo a la nada. / No tengo nada que perder, ya lo he perdido. / No tengo qué ganar, ya lo he ganado. / Ya no quiero triunfar, si ya he triunfado. / Y si tuve un amor, lo he disfrutado. / Ya he pedido perdón, y he perdonado. / Nadie habrá de decir que he sido ingrato. / He tenido momentos de zozobra, / pero gracias a Dios no he naufragado. / Estoy pronto a partir rumbo al olvido; / ¡No me digas que soy exagerado! / Mi espíritu es la luz que me sostiene, / mi corazón me dice: estoy cansado. / La noche está cerrada como un candado; / la oscuridad me gana, estoy calmado. / Voy tomando mi vino mientras escribo / reflexiones que hoy dejo a mis hermanos.
—¿También en literatura le fueron esquivos los reconocimientos?
—No, con mi libro “Escombros de luz”, que fue presentado en el Concejo Deliberante de San Miguel de Tucumán, recibí la distinción como Personalidad Destacada de las Artes. Eso me llenó de alegría porque la función del poeta es reflejar la realidad, por eso entregaron la vida tantos y cuando hay golpes de Estado, son los primeros perseguidos, somos peligrosos por decir la verdad.
—¿Por qué se dio ese punto de encuentro entre la poesía y la música?
—Porque mi poesía tenía un ritmo natural. Era muy musical y mis letras han pasado por distintos ritmos, como la zamba, chacarera, canciones, de todo. Fui autor y compositor sin saber de música y también muchos cantantes musicalizaron mis poemas.
—¿Quiénes musicalizaron sus poemas?
—Hay un largo listado. (Hace memoria hurgando los estantes de su mente y como si pasara lista prosigue). Rubén Cruz, Lito del Barco (Mendoza), Chuni Cardozo (Santiago del Estero), Coco Banegas, Manuel Guzmán, Rodolfo Pacheco, Los Hermanos Sánchez, Ramón Leiva, Pedro Sisali, Los de la Frontera, Ciro Arias (padre de Paola Arias) y Los Cañete.
—¿Cumplió sus metas en la poesía?
—Sí. Mi cometido era quedar en la memoria del pueblo. Hay algo que no tiene precio: estar en una reunión y que los artistas canten mis temas. Mi ambición como poeta es seguir reflejando pequeñeces que son grandes. En esas cosas cotidianas reside la alegría de vivir y dejar huellas en el corazón de los demás. Este don me permitió compartir gratos momentos con los grandes de la poesía.
—¿Quién es su gran maestro?
—Sin dudas, Orlando Galante.
—¿A quién admira de su entorno presente?
—A Carlos Diez. Es un referente que me apoya en todo lo que hago. Lo colaboré cuando fue director de Cultura de Simoca, siendo libretista ocho años de la Feria de Simoca, y lo colaboro en su programa “Entretanto”, en Radio Nacional. Escribió el prólogo de mi libro “Legados”. Fue tan bonito su prólogo que siempre le digo que la gente compraba el libro por su presentación más que por el contenido.
—¿A qué poetas admiró?
—A Manuel J. Castilla y Armando Tejada Gómez.
—¿Cuál es su mejor poema o libro?
—El próximo… (expresa mientras dibuja nuevamente su pícara sonrisa en el rostro).
*Fundador y director de Diario Cuarto Poder. Periodista, profesor de Letras e Historia y escritor.