Hace cuatro años Guadalupe Ferrari fue atacada por una jauría en un balneario de Punta Mogotes. Su vida pendió de un hilo cuando estuvo en terapia intensiva y convive con secuelas todos los días. Cuenta su historia y lo que sucedió luego de la internación.
Hace cuatro años Guadalupe Ferrari fue atacada por tres perros de raza ovejero alemán en la playa de Punta Mogotes. Las mordidas le afectaron las cuatro extremidades, y estuvo internada en terapia intensiva durante un mes. Pasó por nueve cirugías, perdió la sensibilidad en uno de sus pies, y desde aquel 8 de julio de 2019 vive con dolor crónico. Es madre de dos niñas, que en ese entonces tenían 3 y 5 años, y asegura que lo único que la mantuvo con vida fue el pensamiento de volver a verlas mientras intentaba arrastrarse desde la arena hasta la orilla. “Ya habían atacado a una chica unos meses antes, y después me pasó a mí”, cuenta.
Guadalupe tiene 34 años, estudió fonoaudiología y se especializa en patologías del habla y deglución. Dos meses antes de que su vida cambiara de un segundo para el otro, había cumplido 30. “Era un fin de semana con feriado puente por el Día de la Independencia, y un viernes, que era día no laborable, yo me hice un café, salí a caminar; tenía solo mis llaves y el celular, y volví después de un mes sin poder caminar”, rememora. Asegura que parece que fue ayer cuando vio a los tres canes que se acercaban, pero nunca se le cruzó por la mente la secuencia que se desató en cuestión de minutos.
“Uno fue directo a mi mano, con la que sostenía el celular, entonces yo tiré el teléfono y cuando me agaché para levantarlo ya tenía a otro perro mordiéndome el tobillo. Ya no me pude volver a parar porque el tercero me mordió el brazo, y de repente tenía a los tres encima”, relata. Estuvo consciente en todo momento, y se acuerda de la desesperación que sintió en medio de los intentos por liberarse. “Como la mordida desgarra, me fueron sacando toda la ropa, yo tenía puesto un jean, unas zapatillas, una polera y una campera grande, porque era pleno invierno, y me quedé sin nada”, explica.
Atribuye a la adrenalina la fuerza sobrehumana con la que pudo arrastrarse hasta donde llegaban las primeras olas, mientras seguía sufriendo el ataque de la jauría. “Tuve que arrastrarme mucho, porque la playa está lejos del agua, y mi intención era ir a lo profundo para que no me pudieran morder más, pero no llegué; tenía a uno en el brazo y a los otros dos en cada pie. Me arrancaron pedazos por todos lados, más que mordiéndome, me estaban comiendo”, expresa. Cuenta que en ese momento del cuello para abajo no sentía nada, y apenas alcanzaba a levantar la cabeza para no ahogarse cuando llegaba agua a la orilla.
Una pareja de adultos mayores que pasaba por ahí vio lo que estaba sucediendo, y gritaron para tratar de ahuyentar a los ovejeros. Cuando los perros se alejaron un poco, otro señor se acercó para asistirla. “El hombre me decía: ‘No sé de dónde agarrarte’, porque parecía que me había explotado una bomba, estaba sin ropa, en el agua, y no sabía cómo sacarme, hasta que me agarró de las axilas para arrastrarme y después se acercaron unos chicos que estaban practicando para ser guardavidas; vino un policía y la gente del centro de atención primaria de la salud estaba horrorizada”, detalla.
En la sala de emergencia del balneario trataron de limpiarle las heridas con suero, porque no estaban equipados para lesiones de semejante gravedad. “Jamás había estado en un hospital internada, más que en los dos partos de mis nenas, y suerte que después de lo que me pasó había una ambulancia cerca, porque generalmente no hay en el balneario en invierno, porque nunca pasa nada en esas fechas”, indica. Y agrega: “El médico me dijo que me salvó el agua del mar, porque por la temperatura me dio hipotermia, se me cerraron los vasos sanguíneos y eso ayudó; en cambio si me quedaba en la arena seca, no estaría acá, porque perdí dos litros de sangre”.
Cuando la hospitalizaron en la Clinica del Niño y de la Madre de Mar del Plata descubrieron que en una de las piernas tenía 25 mordeduras, además del resto de lesiones en la otra pierna y en los miembros superiores. “Le dijeron a mis padres que mi estado era gravísimo, que se despidieran porque las siguientes 72 horas eran de mucho riesgo; podía colapsar mi vaso por una infección, podía entrar en paro cardíaco por el shock, y me pusieron dos vías centrales a través del cuello, porque el único lugar donde podían ponérmelo, ya que en brazos, pies o piernas, imposible”, explica. Luego supo que en dos meses antes, los mismos canes habían atacado a una joven de 19 años y le habían provocado una fractura en uno de sus brazos.
“A ella la mordieron en mayo, los mismos perros y en el mismo lugar, y le tuvieron que hacer 50 puntos. Ella iba corriendo por la orilla, y se pudo meter más al fondo, entonces no la pudieron seguir mordiendo, pero igual tuvo que intervenir la policía; corrieron a los ovejeros hasta la casa y ahí supieron quiénes eran los dueños”, sostiene, y asegura que todos los detalles fueron incluidos en la causa penal que inició por lesiones graves. “Esa vez se los llevaron a una dependencia de Zoonosis, pero a los cinco días se los devolvieron, se les cobró una multa, se le exigió que los anotaran en el registro de perros potencialmente peligrosos y que cerraran su propiedad para que no pudieran escapar y deambular libremente; sin embargo en julio me atacaron a mí”, afirma.
A raíz de su caso, a fines de octubre de 2022 se reunió la Comisión de Tenencia Responsable de Mascotas en el recinto de sesiones del Honorable Concejo Deliberante de General Pueyrredón, para abordar las problemáticas en torno a la Ordenanza N° 22.031 -que fue sancionada en 2015-, sobre “Tenencia Responsable de Mascotas”.
Hace un mes y medio tuvo lugar el juicio abreviado, donde estuvo por primera vez frente a frente con los dueños de los canes. “Ni siquiera me miraban a la cara, y cuando pude hablar les dije que lo que viví fue una tortura, que no se la deseo ni a mi peor enemigo, y que a mí me arruinaron la vida”, expresa invadida por la impotencia. “Se declararon culpables, y la condena fueron seis meses no efectivos, les pidieron que dejaran asentada una dirección y firmaran una promesa de no tener más perros de alto porte”, revela.
Volver a empezar
Con dolor y pesar, cuestiona: “A mi me faltan pedazos de varios músculos, del gemelo, de las dos piernas, que no voy a recuperar nunca, porque por más que me los rellenen con grasa algún día, eso no se regenera, lo que perdí no vuelve más, y me da mucha bronca que nada nadie se haya comunicado conmigo en cuatro años ni para ofrecerme una curita”. Dos años después de lo ocurrido, Guadalupe empezó a sufrir ataques de pánico, y actualmente está yendo a sesiones de terapia para afrontar el día a día, además de la rehabilitación constante de kinesiología y ejercicios para mitigar las dolencias crónicas.
Cuando el ataque ocurrió trabajaba como monotributista, por lo que se quedó sin ingresos durante toda la internación y parte de la recuperación. Su padre es jubilado, y en ese entonces tuvo que sacar un crédito para poder ayudarla con algunos de los gastos y que pudiera mantener a sus hijas. “Tuve que salir a trabajar con los injertos de piel abiertos, porque tenía deudas que pagar”, se lamenta.
Dentro de los recuerdos también está presente la gratitud a su familia, que la contuvo en todo momento para que supiera que iba a salir adelante. Incluso sus pacientes se acercaban al hospital para llevarle chocolates, flores y estampitas mientras estaba en terapia intensiva. “Yo trato a personas que están en internación domiciliaria, por ende convivo con gente la pasó mal y que la pasa mucho peor que yo, que ha tenido pérdidas más fuertes, y eso también me ayudó mucho, porque si ellos pueden, yo también”, remarca.
Todos los días maneja en auto hasta los diferentes domicilios, y asegura que “ama su trabajo” y acompañar en cada proceso a quienes están peleando sus propias batallas. Hoy sus hijas tienen 7 y 9 años, y no tiene dudas de que ellas son el motor constante por el que está de pie. “No tienen tanto recuerdo porque eran muy chiquitas, pero la menor cuando me vio con los 70 puntos en el brazo me dijo: ‘Mami, tenés arañitas’, por los hilos negros’”, comenta. “Para ellas es natural verme las piernas así, y quiero disfrutarlas porque gracias a Dios estoy acá, y hasta en el momento en que me estaba entregando, pensaba: ‘No quiero que se queden sin su mamá, solo pensaba en vivir porque no quería dejarlas’”, rememora.
Son muchas las secuelas que le recuerdan constantemente lo sucedido, como los esguinces constantes por la falta de sensibilidad al pisar, dolores en las rodillas, la cadera, y asegura que los días de humedad son los que más padece. “Hago lo que puedo, y me da bronca porque antes estaba bien, no hice nada malo, no me metí adentro de un lugar al que no tenía que ir, ni provoqué nada; simplemente salí a caminar por la playa, y estoy toda mordida, hasta me da vergüenza cuando estoy en público y por eso me tapé con tatuajes algunas partes de los brazos; pero en el verano no uso shorts, no puedo usar sandalias, uso calzas para ir a la playa, porque quieras o no la gente te mira”, expresa entre la angustia y la resignación.
Cada vez que ve el cartel que dice “Prohibido el ingreso de animales” en el ingreso al balneario donde todo ocurrió, la invade una inmensa impotencia, y también cada vez que se acerca un nuevo aniversario de lo que sus pacientes bautizaron como “su segundo cumpleaños” como sobreviviente. “Está claro que los perros no leen, y aunque después de lo que me pasó salió una ley para que se cobren multas a quienes saquen a sus perros a pasear sin bozal o sin correa, a mí eso no me cambió en nada, y hay muchos que no se hicieron responsables”, indica.
A fuerza de voluntad reconstruyó su rutina laboral, asiste a las rehabilitaciones, a las consultas médicas, y sigue realizando todos los estudios médicos que los especialistas le recomiendan. El verano pasado, por primera vez se sacó las calzas y se metió al agua después de cuatro años, haciendo caso omiso a las miradas del entorno. Anhela que alguna vez la estigmatización social y la discriminación dejen de ser una de las primeras reacciones frente a la apariencia física, ya sea propia o ajena. “Tengo mucho por trabajar y mejorar, pero no quiero transmitirle a mis hijas todo lo malo, y por eso la sigo luchando, porque mi mamá perdió a su padre cuando tenía 3 años, y lo mismo le podría haber pasado a ellas. Sigo acá y cada día agradezco que me salvé porque puedo seguir siendo su mamá”, concluye.
fuente: infobae