Por Martín Di Benedetto* para Diario Cuarto Poder / Lo que quedó en el tintero. Una profunda mirada sobre la performance que representaron el actor Martín Aletta y María Belén Aguirre, en la presentación del libro “La llave que abría se quebró”.
La danza de una llave rota
Si dos cuerpos se juntan, se rechazan y vuelven a juntarse, eso es una danza. Una danza es tan real y tangible, como surreal e intangible.
Eso fue lo que presenciamos los espectadores de la presentación del libro “La llave que abría se quebró” de la poeta y escritora tucumana María Belén Aguirre, a través de la espeluznante performance que ejecutaron la autora y el actor argentino Martín Aletta.
Sí, el actor que por estos días engalana con su magia singular tres filmes de la cineasta y dramaturga Lucía Seles – “Trilogía del tenis”-, en el marco del BAFICI: “Smog en tu corazón”, “Saturdays Disorders” y “Weak Rangers”.
Algo sorpresivo y contundente
Entre lecturas, reflexiones, canciones y proyecciones de videos, tuvo lugar este acontecimiento que sólo puede suceder en el presente: una danza siempre está siendo, como el “siempre mar” de Borges.
Pero no nos apresuremos: antes que todo sucediera, por entre la reflexión del poeta Jotaele Andrade, las lecturas de María Belén y las canciones del compositor argentino Juan Rosasco, una pregunta surgía desde las lejanías de las últimas butacas del auditorio “David Viñas” del Museo de la Lengua: “¿María Belén?”.
La autora, extrañada, respondía ante la interpelación: “No te veo”. La voz, la llamada primitiva de ese seudónimo que a veces nos representa, el nombre propio, se repetía en diferentes partes de la sala a lo largo de la presentación. El público, tan extrañado como la autora.
Finalmente, Aletta surgió de entre el público y se sentó en una de dos sillas enfrentadas junto a Aguirre.
El lenguaje de la mirada y los cuerpos
Y ahí volvemos. Ahí comienza la danza, que poco de danza tenía al principio: sólo una mujer y un hombre interpelándose con los ojos, con microgestos, con fruición y deseo, con el anhelo de comprenderse el uno al otro, como si las pupilas no fuesen más que agujeros negros que se precipitan los unos en los otros, en esa cosa extraña que llamamos mirada.
Banda sonora para una exploración del interior de cada cual fue esta, “Path 17 (Before The Ending Of Dayligtht), del compositor alemán contemporáneo Max Richter.
Poco a poco, el anhelo, la desesperación se volvió corporal: las prendas de ropa empezaron a desprenderse. Volaron zapatos, pulóveres, un vestido reemplazado con un pantalón negro. María Belén realizó la alegoría más literal a la empatía: se puso los zapatos de Martín. Aguirre tomó una manzana. La acercó a la boca de Aletta. Aletta mordió. Aguirre mordió. Los dos desafiaron a Dios y conocieron la dialéctica del bien y del mal.
Un objeto, todo un concepto
Y de repente, el hombre alzó una mano y señaló un pequeño objeto en la mesa junto a la mujer. La mujer lo toma y con un gesto de interrogación se cerciora de que lo que el hombre quiere, es un labial.
La mujer, revela el labial. El hombre, intenta devenir en mujer: toma la mano de la mujer que sostiene el labial y lo acerca a su boca. Y aquí viene lo que nos dejó a todos sin aliento.
María Belén comienza a sollozar, a llorar, a repetir: “¡No, Martín, no!”, mientras Martín cada vez acerca más la mano femenina con el labial en punta, a sus labios. La desesperación de la poeta es cada vez mayor.
La conversión y la calma
Finalmente se consuma el acto de conversión: Martín se pinta los labios. La mujer que gritaba ahora solloza. La mujer que sollozaba ahora recupera el semblante. Se miran. Y la mujer comprende, entiende, simpatiza, reconoce, acepta: el hombre no es tan diferente a la mujer, el hombre, su urdimbre, es femenina.
María Belén, ahora propone, con timidez y complicidad. Maquillaje en polvo en los pómulos, rizador en las pestañas, Martín es adornado. Se paran, se acercan, se tocan. Se recorren los cuerpos con las manos, con los brazos, con las espaldas.
Y allí, comienza la gran danza del embelesamiento, del amor desesperado, urgente, precipicio: La danza de Magritte. Con un pulóver gris transparente, los amantes se enroscan, se rechazan, vuelven, se envuelven en la tela, se descubren, se ocultan el uno del otro. Se aman. Desesperadamente.
Con cada respiración devenida en gemido, como si fuera el último. Allí la danza culmina. Con la tela tapando la cabeza y el rostro de María Belén, Martín besa a su anhelada. Por fin el orgasmo de la velada ocurre: el cuadro “Los amantes” del pintor francés René Magritte, se hace carne por unos instantes.
Se visten.
Se retiran.
Aplauso contundente.
*Martín Di Benedetto, nacido en 1986, cantautor y poeta, trabajó como redactor en el diario El Chubut, de la ciudad de Puerto Madryn.
Es autor del poemario “La lengua quemada”