Vendía ropa para pagar el curso de técnico. Jugaba en la D y el sueldo no me alcanzaba. Hoy estoy en otro planeta, pero no me olvido de mis orígenes”. Sergio Gómez disfruta de las mieles del éxito con San Martín , que el domingo volvió a ganar, lleva diez encuentros sin perder es puntero de la Zona B de la Primera Nacional. Y aunque quedó lejos su pasado, siempre vuelve para estar junto a los suyos, para que sus hijos sepan que la vida no es color de rosas. “De chico viví en Fuerte Apache, y después en una villita de Grand Bourg”, cuenta. Y va abriendo su vida sin tapujos, con el orgullo de su humildad.

-¿Cómo era vivir en Fuerte Apache?

-Mi vida siempre fue complicada, desde pibe. Mi vieja hacía pan casero y yo iba a las canchas a venderlo. A los 13 años dejé de estudiar para dedicarme al fútbol, así que tengo una cuenta pendiente que es el secundario.

-¿Y cuando se mudaron?

-No cambió mucho. Nos fuimos a otro barrio pobre, donde viví hasta hace diez años. Ésa es mi realidad, por eso con mi familia valoramos el presente. Ahora vivo en el mejor country de Tucumán, con vista a un cerro. Pero nunca me olvido de mi gente, del lugar en el que crecí. Siempre vamos y ayudamos en la medida que podemos, porque parte de mi familia sigue viviendo ahí.

-¿Cómo les hablás a tus hijos sobre este tema?

-Les enseño a que valoren lo que tienen, a no quejarse por cualquier cosa. Con mi mujer la pasamos muy mal en serio. Ella es de la misma zona y sabe del tema. El otro día le decía a mi hija que odiamos la lluvia. ¿Sabés por qué? Porque cada vez que llovía había que dormir parado, porque entraba agua por todos lados.

-¿Y a los jugadores les comentás de tu vida?

-Siempre. Muchos futbolistas, no de acá de San Martín, sino en general, no conocen lo que hay abajo. Por eso los vuelvo locos: “Entrenen, respeten al hincha que paga la entrada, tengan en cuenta que practican dos horas por día y les pagan fortunas”.

-¿Te sentís orgulloso?

-Sí. Yo vendí pan, ropa, fui recolector de residuos, jugador, y ahora siento que estoy en un lugar de privilegio dirigiendo a San Martín. A mí el fútbol me salvó.

-¿En lo económico?

-No, en la vida. Yo les dije que no a muchas cosas feas que tenía alrededor, porque mi sueño era jugar al fútbol.

-¿Drogas, armas?

-Sí, un poco de todo. Dios siempre te guía a hacer el bien, y así debería ser la vida. En algunos momentos me tocó contar monedas para comer, y te pasan muchas cosas por la cabeza. Pero mi familia me enseñó a ir por mis sueños. Y eso fue lo que hice. La peleé bien de abajo y acá estoy, tratando de seguir progresando para ayudar todavía más a la gente. Nunca me voy a olvidar de dónde salí y por eso les enseño a mis hijos que hay que ayudar a los demás.

-¿Tus viejos de qué trabajaban?

-A mí me crió mi mamá, a mi papá lo conocí de grande. Les pedí a los jugadores de Fénix que ascendieran a la D porque mi vieja se me moría y quería que ella viviera eso. Lo pudo ver, pero al mes se me fue. Nos las rebuscábamos como podíamos. De hecho, cuando pude comprarme una casa en José C. Paz, ver el agua corriente nos parecía un lujo. ¡Usar un bidet! Fue una locura para la familia. Por ejemplo mi primer auto lo tuve a los 31 años y porque me lo dio César Mansilla (actual presidente de Real Pilar). Me puso como DT de Fénix, club que manejaba en aquel momento, y le fui pagando la Chevrolet Meriva en cuotas.

-¿Qué significaría subir a la Superliga con un equipo grande como San Martín?

-Mi carrera va en ascenso como mi vida. Subí de la D a la C y de la C a la B con Fénix, y después a la B Nacional con Flandria. Y siempre les digo a los jugadores que anoten mi teléfono porque voy a dirigir en Primera. Ahora estamos junto a Favio (NdR: Orsi, con quien forma dupla) ante la gran oportunidad de nuestras vidas. Rezo todos los días para que mi familia tenga salud y me vaya bien en mi profesión.

fuente. olé

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