Un docente tucumano es hallado muerto en el baño de un colegio privado. ¿La causa del deceso? Infarto masivo. El hecho ocurrió en el turno noche, pero ese mismo profesor había estado renegando, con seis cursos a cargo durante la tarde, en su rol de preceptor en un establecimiento educativo público.
“La indisciplina es cosa de todos los días. Se hizo mucha mala sangre toda la tarde”, comenta a este columnista una colega de esa escuela, que se creó producto de la donación que hiciera Belgrano con el premio obtenido por el triunfo en la Batalla de Tucumán.
Sucede que en las aulas, ya desde hace tiempo, surgió una nueva batalla, la de trabajar con disciplina en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Una batalla que para muchos docentes está perdida de antemano, ante la actual situación de descrédito de la educación y de los trabajadores que tratan de sostener, con uñas y dientes, un sistema que se cae a pedazos por las erráticas políticas educativas.
Es imposible pensar en la relación con los padres de los alumnos, tanto en la primaria como en la secundaria, en la que prime el respeto hacia los educadores. Es común que cuando los padres son convocados, por el rendimiento escolar de sus hijos o por la disciplina, lleven una alta carga de violencia que, muchas veces, se descarga sobre quien tiene la responsabilidad de brindarle la estructurada educación que está garantizada en la Constitución Nacional. Esa misma irreverencia, inimaginable en nuestros tiempos de estudiantes, es la que predomina en este presente caótico en el que la docencia se ha transformado en una profesión de alto riesgo.
Un docente insultado, golpeado y denigrado, ¿tendrá ánimo de cambiar el sistema educativo al que pertenece? Seguramente que no, simplemente porque no cuenta con la contención y el respaldo de las autoridades, comenzando por los directivos de escuela -aunque hay excepciones-, los supervisores y las autoridades del área.
Las escuelas, con el pretexto de la inclusión, se han transformado simplemente en guarderías o depósitos de los alumnos. Allí no hay proceso de enseñanza-aprendizaje. No lo hay porque, por ejemplo en la primaria, la consigna fue hacer pasar de grado a los alumnos, aunque no estuvieran en condiciones. Las explicaciones de las directoras y directores fueron escuetas: “es orden del Ministerio”. Mientras que para desaprobarlos hay que presentar informes donde se justifique puntualmente la razón de esa medida. Y como siempre, el maestro no puso en marcha todas las estrategias metodológicas para salvar a ese alumno”. O sea que siempre el hilo se corta por lo más delgado. El maestro sigue siendo el último orejón del tarro.
La situación en el nivel secundario no difiere demasiado. En los últimos doce años se incorporó una interminable cantidad de fechas de exámenes, a fin de que los alumnos pudieran pasar de curso. Ello derivó en una constante especulación de los adolescentes, quienes no se preparaban para los turnos de exámenes tradicionales. Incluso se fijó una fecha a un mes del inicio de clases, por lo que se generaba una gran dificultad para aquellos que lograban pasar, casi arañando, y que se tenían que poner al día en el curso subsiguiente. También allí desaprobar un alumno implicaba el llenado de formularios en este fenómeno de burocratización del sistema educativo.
La indisciplina se profundizó ante la eliminación de las amonestaciones. Resulta que la escuela prepara al joven para su inserción en la sociedad y no cuenta con ninguna penalización para la inconducta. Es una contraposición formarlo de este modo, cuando sus errores en el incumplimiento de las normas vigentes en la sociedad, seguramente le generarán una penalización.
La indisciplina, la falta de respeto y valores, no se generan en la escuela. Es ella la caja de resonancia, pero el origen de todo esto es la familia, que se ha desarticulado de manera dramática, con padres que se separan, que son condescendientes, que no ponen límites y que no brindan los mínimos elementos para una inserción armónica en la escuela, que es el lugar en donde se debe afianzar ese trabajo inicial.
Los chicos son el reflejo de esa situación. Los celulares, las computadoras del Gobierno y hasta los centros de estudiantes impulsados por el “camporismo”, no se usan para fines educativos. Al contrario, impiden que los procesos se desarrollen con normalidad. Los docentes fueron condenados a ser cuidadores de guarderías, por el temor a ser sancionados, golpeados, denigrados o simplemente por la desidia que despierta la falta de respaldo y contención por parte de las autoridades. Inclusive el denominado Plan FiNES, de finalización del secundario, se transformó en una maquinaria de dar titulaciones de nivel medio. Quienes rendían allí no se preparaban en absoluto, con la certeza de saber que se trataba de una medida política que, sí o sí, se debía cumplir. Los docentes que se desempeñaban allí, anotados como monotributistas, sabían que ese era el objetivo.
La indisciplina, el desorden y el caos, impera en el sistema educativo, mientras se pretende que las docentes permanezcan en el aula hasta los 60 años y que los docentes lo hagan hasta los 65 años. La profesión docente se ha transformado en insalubre, más cuando un educador de 57 años tiene el triste final que comentamos al principio. Quizás no supimos interpretar el sueño de Manuel Belgrano cuando quiso legar cuatro escuelas para la educación de los argentinos de esta parte del país.