Durante las últimas tres semanas, los medios de comunicación controlados por el regimen iraní se han estado preguntando cómo hacer frente a las noticias de los levantamientos populares en Irak y El Líbano. Parece que todo tendrá el mismo final que los países de la ex Unión Soviética.
En la primera fase de las movilizaciones populares, la versión oficial de la prensa adicta a los khomeinistas fue que las protestas reflejaban enojo por algunos problemas económicos y por la ineficiencia de los servicios públicos en los países afectados. El relato se hizo eco de la cobertura mediática de las protestas populares del año pasado en el propio Irán y no se le dio mayor importancia en la prensa persa. Los eventos se mostraron como algo inconcebible especialmente porque “la gente” -siempre una abstracción- no apreciaba las bendiciones del sistema, y mucho menos tolerable que se rebelara contra él.
En la segunda etapa, las protestas fueron retratadas como indicativas del fracaso de las autoridades en responder a las quejas populares.
En la tercera y actual fase, el levantamiento es presentado como el resultado de tramas siniestras de parte de los “enemigos del Islam”, incluidos los sospechosos “sionistas” de siempre y los habituales “agentes del Gran Satanás estadounidense”.
Al mismo tiempo, los medios de comunicación de Teherán han comenzado, en sus ediciones en lengua árabe, a aconsejar a las “autoridades” de Beirut y Bagdad a que aplasten los levantamientos populares por todos los medios necesarios. Uno de los medios de propaganda iraní de Teherán incluso aconsejó al primer ministro Adel Abdul Mahdi “matar a los líderes de la fitna (sedición)”, para ello, publicó información de inteligencia brindada por agentes iraníes que sabían que se reunirían en un restaurante en Bagdad.
El diario iraní Khayan, que refleja los puntos de vista del “Guía Supremo” Ali Khamenei, comenzó a pedir “acciones enérgicas” contra los manifestantes en el Líbano días antes de que unidades de combatientes callejeros de las milicias chiítas pro-iraníes Hezbollah y Amal atacaran la base de manifestantes que bloqueaban rutas de acceso y avenidas en Beirut.
Cualquiera que siga la cobertura de los medios de comunicación libaneses adictos a Hezbollah detectara una sensación de pánico tanto en la organización terrorista como en sus mentores en Teherán.
Lo que los analistas con escaso conocimiento del mundo árabe no se preguntan es “¿Qué pasaría si estamos siendo testigos de una versión de las revueltas periféricas que sacudieron al Imperio soviético en sus territorios satélites de Europa oriental y central?”
Durante años, Teherán ha estado trabajando para imponer su estrategia expansionista en Oriente Medio como un gran éxito no solo para la Revolución Islámica sino también para el nacionalismo iraní. Sin embargo, hoy esto parece estar debilitándose dentro y fuera de Irán.
En una entrevista, publicada -póstumamente-, el general de la Guardia Revolucionaria Hussein Hamadani se jactó de haber “salvado” al líder sirio Bashar al-Assad de la derrota y la muerte en el momento en que él y sus allegados se disponían a huir a Rusia, señalando que esta era la primera vez que sucedía desde el siglo VII d. C. cuando los ejércitos persas habían llegado al Mediterráneo bajo su rey de reyes pre-islámico Khosrow Parviz.
Esa narrativa encontró eco en los relatos de Teherán sobre Yemen. A los iraníes también se les dijo que, bajo Khosrow Anushiravan, el gran Emperador Sasánida, un ejército persa dirigido por él había ido a Yemen para expulsar a los invasores Abisinios y que hoy Irán estaba haciendo lo mismo pero enviando “armas y asesores” a los houtis para expulsar a lo “invasores árabes”.
En referencia a Irak, la República Islámica no solo dijo tener derecho a intervenir sino que los khomeinistas han declarado que es su deber proteger a los chiítas iraquíes como miembros de “su gran familia sectaria”.
En cuanto al Líbano, el papel principal de la República Islámica allí fue la continuación natural de una relación que comenzó con la importación de un gran número de clérigos chiítas libaneses a Irán en el siglo XVI, ayudando a convertir a Irán al chiísmo.
No hay duda de que esta khomeinista tuvo algunos éxitos iniciales cuando Teherán expandió su influencia en Oriente Medio con un mínimo de sacrificio de sangre. Incluso el dinero gastado en adquirir un pseudo-imperio no fue muy grande. Las estimaciones mas acertadas sitúan el gasto de Irán para obtener una posición dominante en Líbano, Siria, Irak y Yemen en alrededor de USD 40 mil millones en las últimas cuatro décadas.
Sin embargo, al construir su imperio, los mulás cometieron un gran error: ellos impidieron la aparición de autoridades locales genuinas, incluidos ejércitos nacionales que puedan mantener las cosas de una manera semi-autónoma y sin alterar del staus-quo que impusieron. Los británicos lo hicieron con cierto éxito en la India, donde fomentaron una gran cantidad de marajás y sardars que gozaban de cierta legitimidad local, mientras que la seguridad dependía de un ejército regular que consistía en gran parte de minorías nativas a menudo étnicas y/o confesionales.
Como resultado de tal error estratégico, los órganos formales del estado en Siria, Líbano, Irak y Yemen se redujeron a meras fachadas que ocultaban la realidad del poder ejercido por grupos armados y milicias adictas a Irán como Hezbollah, las Fuerzas de Movilización Popular, Zayanbiyoun y los Houtis.
Así, en el ultimo y resonante ataque a las instalaciones petroleras sauditas de Aramco, los Houtis se enteraron de “su propio papel y participación en la operación por parte de medios extranjeros que citaron fuentes iraníes”. Teherán ni siquiera tuvo la cortesía de decirles a los hutíes que serían mencionados como autores del ataque antes de lanzar el comunicado a los medios mundiales.
En 2018, el general Ismail Qa’ani, número dos de la Fuerza Al-Quds bajo el mando del general Qassem Soleimani, dijo en un seminario del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria (IRGC por sus siglas en ingles) que el poder real en todos los países involucrados descansaba en manos de “fuerzas de resistencia vinculadas a nuestra revolución”. Con esa afirmación, Soleimani dejó en claro que no reconocía la existencia de nada parecido a un estado en Líbano o Irak.
Por supuesto que tal declaración de Qassem Soleimani fue una repetición del experimento en el propio Irán, donde existen estructuras estatales formales, que incluyen un presidente, un gabinete, varios ministerios e incluso un ejército regular, pero solo como fachadas de estructuras paralelas de un “estado profundo” que ejerce el poder real.
En su tiempo, el Imperio soviético estableció un esquema similar en países satélites donde incluso los partidos comunistas eran poco más que una fachada. Ese esquema comenzó a desmoronarse cuando “sus títeres”, incluidos los líderes de algunos partidos comunistas locales, comenzaron a renunciar o incluso a unirse a la oposición.
Las crisis actuales en los países árabes bien pueden dar el mismo giro. Al igual que la desorientada Unión Soviética del desmoronamiento previo a su implosión, el régimen khomeinista puede tratar de detener la marcha de la historia por la fuerza. Si es así, fallará tal como le ocurrió a la ex URSS en sus países satélites. Sin embargo, el cambio positivo puede ser posible si quienes integran esa fachada de poder en los países involucrados encuentran el coraje de renunciar y dejan que los sustitutos de Teherán asuman una responsabilidad acorde con el poder real que tienen detrás de escena. Los Houtis, el clan Assad, Hezbollah y los grupos afines a Irán son títeres en un espectáculo surrealista escrito por maestros titiriteros sin rostro desde Teherán. El hecho de que ellos, a su vez, se escondan detrás de títeres secundarios, jugando a ser presidente y/o primer ministro, hace que la fantasía sea aún más absurda.
Hace poco más de 1.000 años, Nizzam el-Mulkh señaló que lo que parece legal no es necesariamente legítimo y que estar en el cargo pero no en el poder produce el peor tipo de tiranía.
fuente: infobae