Dicen que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. Algo de eso ocurrió con el líder del partido español Podemos, Pablo Iglesias. “¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?”, lanzó la pregunta allá por 2012 al darse a conocer el monto del departamento que el por entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, había adquirido. Su prédica contra lo que denominaba “la casta”, – por la clase política que él y su movimiento venían a combatir, “corruptos, alejados de los intereses y las necesidades del pueblo”, -iba más allá, cuestionando por eso a los funcionarios y representantes que optaban por vivir fuera de la ciudad, lejos de donde transcurre la vida de sus representados : “A mí me parece más peligroso el rollo de aislar a alguien porque entonces no sabe lo que pasa fuera. Es decir, este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalets, que no saben lo que es tomar el transporte público “, dijo por televisión.
Cuando días atrás trascendió que Iglesias y su pareja, Irene Montero,- portavoz en el Congreso ella, diputados ambos y padres de mellizos en breve- habían comprado una residencia de lujo, con 280 metros cuadrados edificados, 2 mil metros de parque, pileta , huerta y casa de huéspedes por unos 615 mil euros -se calcula un valor real bastante superior- en Galapagar, una urbanización a 33 kilómetros de Madrid, estalló el imaginable escándalo. Imaginable para cualquiera que hubiera “comprado” el discurso del actual líder de Podemos, la voz cantante del movimiento de “indignados” que sentó su protesta años atrás en las calles de España. Pues bien: los únicos que se sorprendieron con la repercusión fueron los propios Iglesias y Montero.
Y ahí nomás aparecieron los proverbiales caballitos de batalla, con familiares reminiscencias por estos lados: en una carta, el partido acusó al “poder” de “intentar destruir” a la pareja por la compra de su vivienda, adujo que “ si eres Pablo Iglesias e Irene Montero y eres de Podemos entonces todo vale. A ningún cargo público se le hace esto, porque es acoso a sus vidas privadas”, y dio a entender que todo se trataba de una suerte de amenaza de “la casta” a los “podemistas”, cuyo mensaje sería, según la carta, “no te metas en política. No te metas en Podemos. Ya has visto lo que le hemos hecho a Irene Montero y Pablo Iglesias. El siguiente puedes ser tú“.
La endeblez de los argumentos defensivos de la pareja quedó en evidencia cuando,acorralada por las preguntas de los periodistas respecto a las críticas al ex ministro por el valor de su piso, -algo menor al de la casa que acababan de adquirir-, la diputada adujo que en el caso de ellos la compra era para “emprender un proyecto de familia”. A la repregunta de “¿cómo sabe usted que el ministro compró para especular”?, según narra El País, Montero hizo una pausa y dijo “Yo no he dicho tal cosa”, para estupor de todos.
Ante el escándalo, sometida la permanencia de la pareja en sus cargos orgánicos e institucionales a la votación de las bases, algo más del 68% acaba de apoyarla, considerando que con su conducta no violaron los principios éticos de Podemos; es sabida la fuerza que pueden tener los “relatos”, por más hipócritas que resulten. Dado por satisfecho con el resultado, Iglesias -que amenazó con renunciar si no era lo suficientemente contundente- seguirá en sus cargos. Pero su falta de coherencia no tiene vuelta atrás; y es particularmente fuerte en un hombre que llegó a acusar a un rival interno de parecerse a “la casta” por las camperas que usaba… En estos tiempos “líquidos” y de posverdad, a ambos lados del mostrador, ser coherente no parece prioritario. La frase que se impone es una de Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”. Marx, Groucho Marx, claro.
fuente. clarín