“Hace diez años un tribunal militar envío a prisión a un grupo de comandos por un crimen que no cometieron. Estos hombres lograron escaparse del penal militar e instalarse clandestinamente en Los Ángeles. Hoy, aunque son buscados por el gobierno, luchan por la justicia. Si alguien tiene un problema, necesita un problema y logra contactarlos, tal vez pueda contratar a la Brigada A”. Con alguna variación en el texto según el doblaje de la zona correspondiente (de hecho en muchos lugares de habla hispana se llamó Los Magníficos), con este parlamento empezaba cada semana la serie de acción que dominó gran parte de los años ochenta. Después venía la música del programa. Inconfundible. Unos redoblantes, marcha militar que se transformaba en himno épico e inspiracional, a lo Rocky. Brigada A, en épocas de pocos canales, en tiempos en que se esperaba el comienzo puntual de los programas, batió récords de público. Pero el suyo fue un éxito de no muchos años.
La Brigada estaba integrada por cuatro hombres. John Hannibal Smith interpretado por George Peppard. El apodo de Smith venía del general cartaginés. Se le reconocía su inteligencia y su capacidad táctica. Era un maestro en el arte del disfraz. Siempre estaba con sus guantes de cuero negro y un cigarro entre su labios. Smith está inspirado por Bo Gritz, un comando norteamericano que encabezó misiones al sudeste asiático para liberar a compañeros que según él todavía estaban detenidos desde la guerra. Gritz ostenta una especie de récord; además de este personaje inspiró al Rambo de la segunda y tercera parte de la saga de Stallone.
Templeton Peck, Faz por estas tierras, era el galán del grupo; cometía pequeños fraudes y engaños para conseguir lo que el comando necesitara. El actor que lo encarnó fue Dirk Benedict. En el piloto ese papel lo hizo otro pero los productores encontraron dos problemas: era demasiado joven para ser veterano de Vietnam y era muy alto, lo que le quitaba poder al siguiente personaje, el forzudo del equipo, Mario Baracus. De mal carácter y extremo poderío físico, Baracus era el chofer del grupo. Su punto vulnerable: el extremo temor a volar, lo que proporcionaba buenos gags cada vez que la Brigada A debía subirse a un avión. Porque el equipo era tan completo que tenía su propio piloto de avión: el loco Murdock que vivía en un institución para pacientes psiquiátricos y era rescatado por sus compañeros cada vez que lo necesitaban. Ese personaje iba a ser erradicado de la serie pero luego de que en los testeos previos al estreno los espectadores lo elogiaran, Murdock se quedó. El tono despreocupado con que el tema de la enfermedad era tratado sería imposible hoy en día en el que la corrección política impondría solemnidad. El estrés postraumático de Murdock tras Vietnam era motivo de enojo para Baracus y daba pie a chistes permanentes.
Se puede decir que había un quinto personaje que provocó pasión, que todavía tiene su página web y que originó interesantes ingresos por merchandising: la van negra con una franja roja que manejaba Baracus, una Vandura de General Motors.
Estos cuatro comandos, como explica la introducción, eran injustos prófugos pero intentaban hacer el bien, recomponer la justicia en el mundo. Sus métodos eran singulares. Vietnam sobrevolaba como una sombra su historia. En esa guerra las fuerzas norteamericanas tenían comandos llamados Brigada A (A-Team). Las misiones en la serie se renovaban capítulo a capítulo pero siempre se parecían a sí mismas.
Quien de inmediato se convirtió en ídolo de los más chicos fue Mr. T, un personaje improbable. Musculoso, rebosante de cadenas de oro, anillos y pulseras. Con un particular corte de pelo que según él adoptó al hojear un número de la National Geographic en la que dedicaban un informe fotográfico a la tribu africana de los Mandinka (aunque tal vez haya tenido una inspiración más local en los Mohawks o Mohicanos, con los costados de la cabeza rapados y la cresta en el medio).
Laurence Turead (ese era su nombre real) tenía un limitadísimo registro actoral. Antes de la serie venía de ser el antagonista de Sylvester Stallone en Rocky III. Antes de eso su actividad principal era la de guardaespaldas. Su inicio en la actuación fue casual. Se puede afirmar que la culpa la tuvo Joe Frazier, el ex campeón mundial de boxeo. Stallone quería que a su rival en la película lo interpretara un boxeador de verdad (ya había intentado en la primera de la saga con Ken Norton en el papel de Apollo Creed pero éste no aceptó la oferta). Buscaba un realismo que sólo lo podía aportar alguien que hubiera vivido y sufrido en el ring.
A Stallone se le ocurrió invitarlo a Frazier a hacer guantes para ir conociéndose, para ver cómo se movían juntos. “Fue una idea estúpida. Fue como entrar a la jaula de los leones embadurnado de salsa. Mi idea era moverme y evitar los golpes. El plan me funcionó sólo dos segundos -contó Stallone hace unos años-. Un gancho al cuerpo y después un directo a mi ceja. Seis puntos de sutura. El mundo comenzó a darme vueltas. Me pareció que ya era suficiente y di por terminado el día de trabajo”. Luego de esta experiencia, Sly buscó otro actor para Clubber Lang. Lo descubrió en un programa matutino de deportes. Uno de los segmentos era una competencia de forzudos. Las pruebas eran varias e insólitas. Lanzaban un hombre a través de una puerta, levantaban ruedas de camión y para determinar el ganador los dos finalistas se enfrentaban en un ring. Mr T se llevó esa competencia dos años seguidos. Eso fue lo que hizo que Stallone lo convocara.
Una revelación impactante, casi una desilusión: su personaje en Brigada A no se llamaba Mario. El nombre original era B.A. (iniciales de Bad Attitude, mala actitud) Baracus -en un capítulo se dice que nombre de pila es Bosco-. Mr. T se convirtió en el imán infantil. Tuvo su serie de dibujos animados, merchandising, discos, publicidades y hasta película. Entre 1983 y 1984 fue un boom. Luego se apagó. Esta súbita fama acarreó problemas internos en Brigada A.
Mr T. estuvo en el plan de los productores de la serie en todo momento No había plan B. El concepto original del programa era descripto como “una mezcla de Doce del patíbulo, Los 7 magníficos, Misión Imposible, una serie policial y Mr. T”. También tenía algo de Bullit por las persecuciones automovilísticas.
George Peppard nunca fue un tipo fácil. Cinco divorcios, una larga y problemática relación con el alcohol, decenas de trabajos frustrados por su mal carácter. Actor dúctil, con innegable carisma y presencia, con estampa de galán, parecía destinado a convertirse en una estrella de Hollywood luego de su actuación en Desayuno en Tiffany con Audrey Hepburn. Pero su inconsistencia, sus adicciones y mala fama afectaron sus chances. Estuvo a punto de ser el protagonista de Dinastía. Hizo el piloto pero sus peleas constantes y exigencias ridículas en esos pocos días de filmación hartaron a los productores que lo despidieron y contrataron a John Forsythe para hacer de Blake Carrington.
Las relaciones entre Peppard y Mr. T se agrietaron desde el comienzo. El veterano actor no podía entender cómo el otro, con sus limitados talentos, tuviera más fama que él. Todo empeoró cuando se enteró que además cobraba bastante más que él. No se dirigían la palabra. Los compañeros oficiaban de mediadores o de meros correveidiles. Peppard sólo se refería a Mr. T como “el señor con las cadenas de oro colgando”.
Aunque a decir verdad ninguno parecía fácil de llevar en ese elenco. Mr. T estuvo a punto de ser despedido al principio de la cuarta temporada porque abandonó el rodaje en un crucero porque en su camarote (de lujo) se había roto el aire acondicionado y porque encontró seis personas del equipo de filmación comiendo en el lugar que él había reservado para el almuerzo. Contrató un helicóptero (el actor no temía volar como Baracus) que lo sacó de alta mar. La ofensa se le pasó cuando los abogados del canal de televisión le explicaron las graves consecuencias económicas que sobrevendrían sobre él de no retornar al set.
En las primeras temporadas había una mujer en el equipo, una periodista, Amy Amanda Allen interpretada por la actriz Amanda Culea. Luego fue reemplazada por Marla Heasley. Pero, una vez más tras pelearse con Peppard ambas fueron despedidas. Brigada A era un programa de hombres, interpretado por hombres, con una lógica masculina. Rectifiquemos: una lógica machista. Algo muy natural para esos tiempos.
Los actores padecieron la maldición que aqueja a muchos de los que disfrutan de un gran éxito televisivo. No volvieron a encontrar un gran papel ninguno de los cuatro. Siguieron viviendo de los laureles de sus personajes pero el eco cada vez fue más débil. Alguna serie, papeles menores en películas, publicidades, presentaciones en público, reality shows pero pocos nuevos trabajos y cada vez más abajo en la pirámide actoral, muy lejos de la cima.
Los guiones de Brigada A eran pobres y previsibles. Están a años luz de la producción actual. Eran tiempos en que no se tomaban riesgos. Se recurría a las fórmulas que funcionaban. El espectador buscaba algo reconocible de inmediato, no quería que su programa favorito variara demasiado, que experimentara. El mismo principio que condujo al programa al éxito fue el que provocó su caída. La fórmula se agotó. Siempre sucedía lo mismo con escasas variantes. Los personajes nunca evolucionaron. Eran como una foto de sí mismos. El líder que se disfrazaba, el seductor, el forzudo con el enojo fácil, el loco. Los villanos no tenían espesura, eran unidimensionales, creaciones de cómic barato. Esa falta de evolución fue, al mismo tiempo, motivo de su éxito y causa de su extinción.
Brigada A se estrenó en enero del 1983 después del Super Bowl. En los tres primeros años estuvo entre los diez programas más vistos de la televisión estadounidense. Pero en la cuarta temporada cayó al lugar 30. Y en la quinta ni siquiera estuvo entre los 50 más vistos. Era un producto muy caro como para mantenerlo cuando el público lo había abandonado. Trató de incorporar, al final, nuevos personajes. Pero ya era tarde. La última temporada se interrumpió cuando se habían grabado la mitad de los capítulos. La que debió ser la última entrega se emitió, por un error en el canal, antes que la penúltima. No importó ni afectó a la historia No se daban demasiadas claves del final. Alguna conversación en que se decía que la Brigada empezaría un nuevo camino y el personaje de Murdock llevando una remera blanca en la que estaba estampada la palabra: Fini.
Tenía algo de intriga pero era eminentemente una serie de acción. Sus imágenes características, las que definen la serie, son las de las luchas, las persecuciones, las explosiones y en especial los autos volando tomados con la cámara desde el piso. Era la especialidad de la casa: los autos voladores. También había armas y disparos pero todas resultaban inofensivas. Lo increíble es que nunca dejó de tener en cuenta cuál era su público -los productores no querían perder la calificación de Apta para todo Público porque eso los obligaría a cambiar de horario-. Y todo esa violencia nunca tenía consecuencias. Casi no hay sangre ni moretones ni fracturas. Mucho menos muertos (sólo uno, al final de la cuarta temporada). Mucha destrucción de autos, casas y demás bienes pero sin costo humano. Como una bomba neutrónica (estaba de moda por el tema de la Guerra Fría) pero al revés: destruía las cosas pero dejaba indemne a las personas. Como si hubiera una apuesta por incrementar cada vez más la destrucción sin ocasionar víctimas. Una apuesta al absurdo.
Una narrativa de dibujito animado. Cazador y presa, perseguido y perseguidor, pero sin sangre ni daños. Es la misma narrativa del Correcaminos y el Coyote o de Tom y Jerry. Dos autos vuelan por el aire y chocan de frente. Quedarán destrozados, irreconocibles. Pero de ellos bajaran todos los tripulantes, algo aturdidos, sacudiéndose el polvo y sin ningún magullón.
Cundo en 2010 se estrenó la película basada en la serie, Mr T la fustigó. Aclaró que había sido invitado a hacer un cameo pero que no aceptó porque le parecía que era una falta de respeto sólo aparecer como una figura decorativa. Pero sus criticas se centraron en la violencia, las muertes y las escenas de sexo del film, todos condimentos en el cine de acción de la actualidad. Él creía que eso traicionaba el espíritu del programa y a sus antiguos espectadores.
Brigada A no figura en ninguna lista de las mejores series de la historia, ni siquiera en las de la década del ochenta. Es razonable. Sus guiones simples, las actuaciones poco convincentes, los efectos especiales anticuados. Tampoco es de esos programas que se transformaron de culto o que soportan que se sigan emitiendo sin parar a más de 35 años de su estreno. Es evidente que envejeció. Sin embargo, es un ícono de su tiempo. Brigada A define, tal vez involuntariamente, los años ochenta. Y permanece muy viva en la memoria de sus espectadores, esos que semana a semana se sentaban frente a la televisión para seguir con una sonrisa permanente las aventuras de estos cuatro desclasados. Ese recuerdo alegre, esos momentos familiares compartidos, esa gratitud es la que sobrevive. Y no es poco.