La ucronía es un gran pero poco frecuentado género literario. Responde a la pregunta“¿Qué hubiera pasado si…?”. Una realidad alternativa que no sucedió. Cuando esa pregunta se instala en una persona en el centro de su existencia casi nunca tiene una respuesta unívoca.
Son muchos los factores que determinan un éxito, son demasiadas las pequeñas circunstancias que se alínean o que conspiran para que algo suceda. Muchas personas creen saber que de haber tomado determinada decisión (quedarse ese día en su casa, no dejar a una pareja, llegar a tiempo a subirse a un micro de larga distancia) toda su vida pudo haber sido distinta. Para bien o para mal.
Sin embargo, hay una sola persona a la que la respuesta de la ucronía, de su ucronía personal, no le abre más posibilidades que una respuesta contundente. Esa persona se llama Pete Best y sabe que en estos días se cumplió un nuevo aniversario (ya son 57 años) de aquellos minutos que le cambiaron a vida (para mal).
Pete Best fue baterista de los Beatles hasta que en agosto de 1962 fue reemplazado por Ringo Starr. Luego llegarían los éxitos del grupo de Liverpool, la fama mundial, la Beatlemanía, los discos. Y también la fama, los privilegios, los millones, las mujeres, los triunfos profesionales.
Todas cuestiones a las que Pete Best no tuvo acceso.
Muchas veces se habló del “Quinto Beatle”. Algunos dijeron que al principio ese quinto elemento fue Brian Epstein, su representante. También le dieron el mote a George Martin, el legendario productor. Otros, ya al final, al borde de la disolución, a Billy Prestonque tocó con ellos. Y otros, erróneamente, incluyeron en ese grupo a Pete Best, el baterista que fue echado del grupo antes de que alcanzaran la fama.
Los demás fueron personas que acompañaron los Beatles en algún momento y que hicieron aportes importantes. Pero no integraron el grupo. Best, en cambio, fue un Beatle por derecho propio. Pero se perdió todo lo bueno de serlo. A él sólo le tocaría la oscuridad, el recelo, el dolor y la nostalgia por lo que no sucedió.
En agosto de 1960 John Lennon, Paul McCartney y George Harrison fueron contratados para actuar en Alemania pero la condición era que debían conseguir un baterista. Le propusieron el trabajo a Pete Best. Lo hicieron sin demasiado énfasis, asegurándole que él sería uno de los muchos que audicionarían por el lugar: no querían que Pete supiera que él era su única opción para el puesto. Dejaron pasar unas horas hasta decirle que había sido tomado.
Los músicos se habían conocido unos meses antes. Los Quarrymen -un cuarteto que integraban John, Paul, George y el bajista Stuart Sutcliffe– tocaban en el Casbah Café, un sótano que era propiedad de Mona Best, la madre de Pete. Como dueño de casa, Pete acompañó al grupo antes de que fueran los Beatles en algunas ocasiones.
En Hamburgo los cinco actuaron noche tras noche. Luego regresaron a Inglaterra y volvieron a partir hacia Alemania. Los horas sobre el escenario se acumulaban. Stu dejó la banda que ya se llamaba The Beatles.
Pete con un trabajado jopo, un peinado elaborado y aéreo, era el que más atracción generaba en las chicas. Su belleza respondía con más claridad, encajaba en los cánones de fines de los 50. Un belleza fría y algo engolada.
De pronto les llegó la oportunidad para grabar. Primero como banda de apoyo de Tony Sheridan; luego el recién llegado Brian Epstein, manager flamante del grupo, les consiguió una audición en Decca.
Grabaron 15 canciones – casi todos covers y tres originales de Lennon y McCartney- pero a Decca no le interesó el grupo. Prefirió contratar a Brian Poole y los Tremeloes. Muy posiblemente la peor decisión individual de los últimos setenta años de historia.
Pero Epstein era joven, decidido y ambicioso. No se detenía. Poco después les consiguió otra audición. Y allí comenzaría todo.
Grabaron algunas de sus canciones y conocieron a George Martin, que se convertiría en su inseparable productor. Martín sentenció a Pete. Les informó que para la grabación oficial contrataría a un baterista profesional. Los Beatles, los otros tres, charlaron entre sí y decidieron despedir a Pete.
El 16 de agosto de 1962, dos años después de su ingreso al grupo, Pete Best fue dejado de lado.
Esa mañana Brian Epstein lo citó en su oficina de la casa de electrodomésticos que manejaba. Cuando el joven baterista se sentó frente a él, dio algunos rodeos, habló del clima y de otras cuestiones menores hasta que sonó el teléfono. Del otro lado de la línea estaba Paul McCartney que le preguntaba a Epstein si ya le había comunicado las malas noticias a Best. “No puedo hablar ahora, Paul. Tengo a Pete en mi oficina”, dijo Epstein antes de cortar, mirar a los ojos a Pete Best y comunicarle que el grupo había decidido prescindir de él.
Una oleada de ira lo atravesó pero su orgullo le indicó que debía aparentar que había comprendido la situación, que la aceptaba. Cuando se levantó de su silla, Epstein le hizo una última pregunta: “¿Tenemos dos fechas en estos días? ¿Las podés cubrir? Serían las últimas dos”.
Los Beatles ya tenían su reemplazante. Ringo Starr. Un histriónico baterista que ya había tocado con ellos en varias ocasiones para tocar en lugar Pete en alguna de sus ausencias. A Best le endilgaban no sólo la falta de ritmo (pecado capital en un baterista), también decían que no cuajaba con el espíritu del grupo con su aire indiferente, llegadas tarde (otra vez problemas con el tiempo) y que faltaba más de la cuenta.
Años después tanto Paul como John reconocieron públicamente que deberían haber sido ellos los que le comunicaran a su amigo lo que habían decidido.
En el momento de su expulsión, Best desechó una oferta de Epstein, impulsada por la culpa, de crearle un nuevo grupo alrededor de su figura.
Creía que las posibilidades le lloverían a partir de ese momento. Que si bien los otros tres tenían ya un contrato musical, a él también le sucedería lo mismo. Las chicas lo seguían, era el que más demostraciones de afecto despertaba. Los Beatles hasta tuvieron que soportar algunos gritos en contra de su ausencia la primera vez que se presentaron con Ringo como miembro estable.
La capacidad de seducción de Pete fue esgrimida alguna vez como uno de los motivos por los cuales Paul, movido por los celos, accionó para alejarlo. No parece ser cierto.
Luego llegó la explosión. Una conmoción mundial como nunca se había visto hasta entonces. La Beatlemanía. Mientras el mundo enloquecía y bailaba al compás de los cuatro de Liverpool, en un rincón de su casa Pete Best se retorcía del dolor y la frustración.
Una amarga desolación lo dominaba cada vez que escuchaba hablar de los Beatles. Y eso en esos años se daba con una frecuencia desesperante. Todo el mundo todo el tiempo hablaba de los Beatles. Un dolor en el esternón que lo acompañó durante años. Él era al que habían bajado del tren horas antes del viaje triunfal.
En 1965, Pete intentó suicidarse. Los periodistas lo acechaban, querían conocer la historia del perdedor. Lo que no podía manejar no era su fracaso sino el éxito ajeno pero que pudo ser propio. Él no había fracasado, ni siquiera había podido empezar a jugar. La sombre, enorme y eterna, de los Beatles lo envolvió.
En unas pocos ocasiones sacó provecho de la situación desventajosa. En 1965 en una entrevista, John dijo que lo reemplazaron porque Pete, debido a algunas enfermedades, tomaba pastillas que le hacían mal y provocaban sus ausencias en los shows.
Best le hizo juicio por difamación y obtuvo una buena suma de dinero en compensación. Por esos meses hizo otra simpática movida comercial. Editó un disco con varios sesionistas. Era su disco, él era el líder. El título del disco tenía su ingenio: Best of the Beatles. No mentía. Él era Best y había integrado los Beatles.
Muchos incautos cayeron en la trampa y compraron el LP pensando que compilaba las mejores canciones de los Fab Four. Algunos le iniciaron acciones legales por fraude pero no prosperaron.
Luego, Pete se dio por vencido y no insistió con la música. Trató de olvidar la oportunidad desaprovechada, trató de no pensar más en el grupo más famoso de la historia. Se casó, tuvo hijos y trabajó como empleado estatal durante dos décadas.
Recién en 1988 volvió a tocar profesionalmente y a salir de gira por todo el mundo ya (más) reconciliado con el pasado.
Con la publicación del documental y los discos Anthology su suerte cambió. Como allí se incluían algunos de los temas grabados por Decca, cobró en concepto de regalías alrededor de seis millones de dólares.
Por fin, los Beatles convirtieron a Pete Best en millonario.
A sus 77 años, Pete sigue tocando de vez en cuando. Dándose el gusto. Responde las consultas de periodistas y recuerda sus años de Beatle sin rencores evidentes a pesar de que no pueda ocultar una mueca de fastidio cuando le recuerdan que la fortuna de Ringo se calcula que ronda los 400 millones de dólares.
Cada vez responde lo mismo: “Siempre lo he dicho y siempre lo diré. Llámalo orgullo de baterista o lo que sea, pero Ringo solo lleva el compás. Yo, en cambio, soy un verdadero baterista. No hay duda: soy mejor que Ringo”.
Pete Best parece reconciliado con su existencia y con el hecho de no haber sido un gran protagonista de la historia. Sabe y asume que su lugar es el de una nota al pie y no mucho más.
Lleva una vida apacible. Su credo se define en una frase: “Soy un tipo común. A la noche cuando me voy a acostar tengo una sola pretensión: levantarme a la mañana siguiente. Y espero que eso siga sucediendo por un largo tiempo”.