Letras de Fuego / Comentario / Por Manuel Ernesto Rivas*. El día que conocí a Vicky Chincarini no imaginé que iba a ser compañera de equipo en los Mundiales de Escritura. Al atravesar el umbral de la eternidad, solo me quedan buenos recuerdos.
La primera vez que vi a Vicky Chincarini
Recuerdo que me habían invitado a uno de los “Vernissage” del Espacio de Epicuro, en la casa de uno de los escritores miembros, Gustavo Díaz Arias, quien condujo junto a los creadores de ese taller, Miguel Ángel Figueroa y Noelia Mónaco.
Por esos días yo estaba más inmerso en el periodismo, pero trataba de retomar la actividad literaria y los epicuros me habían dado la oportunidad de profundizar ese regreso. Observé la llegada de varios escritores y traté de prestar mucha atención.
Vicky Chincarini había llegado acompañada por Rogelio Ramos Signes con quien lo unía una gran amistad. Ambos se lucieron en esa noche llena de poesía, narrativa y amistad. Quedé prendado de la capacidad de Vicky, quien me despertó admiración.
Se vino el Mundial de Escritura
Al poco tiempo, ya inserto en el grupo de los epicuros, me invitaron a participar del Mundial de Escritura, en donde compartí equipo con escritores de distintos puntos del país, varios de ellos de Tucumán, entre ellos Vicky.
Allí conocí otros aspectos de su modo de actuar en la vida. No solo era la más aplicada y una de las primeras en terminar los cuentos que nos pedía la consigna diaria, junto a Inés Cortón, sino que sus producciones eran un deleite.
¿Quería notoriedad? De ningún modo, al punto que cuando terminaba la primera fase de escritura y había que elegir un cuento que representara al equipo de catorce escritores, ella pedía que sus cuentos se excluyeran de la votación.
Por supuesto que se la convencía de que eso no podía ser y, en una ocasión, fue ella la elegida para representarnos en las fases superiores y eliminatorias. Sabíamos que nos representaría bien pero la suerte siempre nos fue esquiva.
Sin embargo, eso fue anecdótico, porque lo importante fueron los fuertes vínculos de amistad que se construyeron y las charlas que en las reuniones informales son más enriquecedoras y nos permiten conocernos mejor.
Sus ocurrencias y generosidad sin límite
Vicky era muy ocurrente y amante de su jardín. Sus plantas y habitantes también aparecían en sus obras, como aquel sapo que hacía hablar y que se quería hacer pasar por un “príncipe encantado” sin éxito.
Esas ocurrencias nos hacían reír y construir otras historias que siempre compartíamos. Su generosidad siempre estuvo visible en cuanto proyecto encarábamos, como cuando junto a Gustavo Díaz Arias y Verónica González decidimos crear un espacio.
Justamente, ella alentó la formación de la Asociación Ilícita de los Poetas Muertos “Alejandra Pizarnik”, sin embargo ella no se dejaba alentar. Los pedidos de publicación de sus escritos siempre quedaron en un sueño interminable.
No quería publicarlos, siempre tenía un pretexto, que estaba vieja para eso, que no tenían la calidad requerida y tantas otras argumentaciones. Esos escritos vuelan junto a ella en su retorno al origen de la creación.
Nosotros, los que la conocimos, sabemos de su soledad elegida. Ella era feliz en esa soledad que se permitía abandonar de vez en cuando para juntarse con los amigos, muy de vez en cuando.
Finalmente, no se quedará sola, nuestros pensamientos la buscarán cuando se nos atraviese en la inspiración, o cuando veamos saltar a un sapito en el jardín y nos preguntemos si es en realidad “el príncipe encantado”.