Ambos tenían 19 años y fueron víctimas del maltrato de sus superiores. El recuerdo de lo que pasó con el conscripto y el final del Servicio Militar Obligatorio
La muerte del cadete Emanuel Garay como consecuencia del entrenamiento extremo y los maltratos a los que fue sometido en la Escuela de Policía de La Rioja, tiene similitudes con un caso que cambió la vida de los argentinos: el del soldado Omar Carrasco, brutalmente asesinado en el cuartel de Zapala, provincia de Neuquén.
Ambas víctimas tenían 19 años y murieron a raíz de la violencia de sus superiores.
Hay más puntos en común. El fallecimiento de Garay, producido en la madrugada de este sábado luego de agonizar varios días, provocó un cimbronazo político cuya onda expansiva recién comienza, con la detención de ocho jefes policiales y la decisión del gobernador Sergio Casas de barrer con la cúpula del área de Seguridad. La historia de Carrasco es conocida: la crisis que provocó fue tan profunda que causó el derrumbe de una institución centenaria, el Servicio Militar Obligatorio.
A Carrasco lo mataron a golpes integrantes del Ejército, en marzo de 1994. Repartidor de pollos congelados, lector de la Biblia y tímido, era conscripto desde hacía tres días en el Grupo de Artillería 161 del Ejército en Zapala. Su cuerpo fue escondido en el mismo predio militar y recién lo encontraron un mes después. Había recibió una paliza feroz que le provocó una hemorragia interna.
Emmanuel Garay era cadete en la Escuela de Policía de La Rioja.
¿Qué razón pudo justificar esa masacre? El Tribunal Federal Oral de Neuquén dijo que quisieron castigarlo por una falta. Avivar a los golpes a ese soldado flaco, que sonreía cuando se ponía nervioso y ya se estaba descubriendo a sí mismo inútil para la vida militar. Otra arista que parece acercar su caso al de Garay en la Escuela de Policía de La Rioja.
Para intentar ocultar lo que había pasado, en el cuartel acusaron a Carrasco de desertor y con esa mentira intentaron justificar por qué no se sabía nada de su paradero. Eso les dijeron a los padres del joven cuando fueron a visitarlo al batallón dos semanas después del asesinato. Que se había escapado. Que pudo atacarlo alguna patota en la calle o andaría por ahí, vagando. Pero los padres sabían que eso resultaba imposible por cómo era su hijo. Hicieron la denuncia policial e impulsaron una búsqueda que dio resultado.
El 6 de abril, justo un mes después de la golpiza, el cadáver del soldado fue hallado al pie de un pequeño cerro, en terrenos del mismo regimiento donde había desaparecido.
Sólo llevaba un pantalón militar que no era el suyo y un cinturón abrochado muy fuerte, que no dejó ninguna marca sobre la cintura, como si se lo hubieran puesto mucho después de su muerte.
En 1996, el Tribunal Federal de Neuquén condenó por el crimen al subteniente Ignacio Canevaro (le dieron 15 años de prisión), a los soldados Víctor Salazar y Cristian Suárez (10 cada uno), y al sargento Carlos Sánchez (recibió tres años, por encubrimiento). Todos ya están en libertad.
Pero la consecuencia más recordada del caso Carrasco fue que precipitó el final del Servicio Militar Obligatorio, que estaba vigente desde 1901. Sin opciones, Carlos Menem firmó el decreto correspondiente como Presidente de la Nación en agosto de 1994. Por entonces, la investigación del asesinato del último conscripto todavía era un hervidero.