Sólo en la temporada 2007/08 hubo más argentinos en la NBA ( Ginóbili, Oberto, Delfino, Scola, Nocioni y Herrmann) que los cinco que participarán desde octubre de este año. Una estadística alentadora que, sin embargo, merece otras lecturas.
La primera es que en aquel momento había seis jugadores en la plenitud de sus carreras. Ahora, de los cinco, hay tres que están cerrando sus trayectorias (Ginóbili, Prigioni y Scola) y dos que deberán ganarse su lugar (Brussino y Garino).
En esta temporada habrá cinco y puede que en la siguiente, ninguno. Sería raro, pero es una posibilidad. No es una mirada pesimista, sino un análisis de lo que puede ocurrir. El número no indica que la Argentina está mejor o peor en el básquetbol. Es necesario ser conscientes de las dificultades que conlleva jugar en una liga tan exigente. Otra cosa sería generar falsas expectativas.
Lo que sí es esperanzador es que Nicolás Brussino (Dallas) y Patricio Garino (San Antonio) son los primeros jugadores que no forman parte de la Generación Dorada y llegaron a la Meca del básquetbol. Y ahí está Juan Pablo Vaulet, seleccionado por Brooklyn en el draft, esperando su oportunidad para los próximos años. Y no hay que perder de vista a talentos como Gabriel Deck y Luca Vildoza, que algún día podrían tener su oportunidad.
La mejor noticia es que el básquetbol nacional tiene vida más allá de las leyendas. Como dijo Julio Lamas después del Mundial España 2014: “Hay que cortar las ramas y esperar que vuelvan a crecer”. Estamos ante el retoñar, con una nueva generación.
Hay, además, un marcado cambio de escenario en el que se producen las nuevas incorporaciones a la NBA. La mayoría de los jugadores argentinos que lograron estabilidad y éxito en Estados Unidos llegó luego de ser figura en Europa (Ginóbili, Scola, Nocioni, Oberto, Prigioni, Herrmann y Delfino). Pepe Sánchez (llegó desde una universidad estadounidense) y Rubén Wolkowyski (saltó directamente desde la Liga Nacional) tuvieron sus años en la máxima competencia, pero sin el protagonismo que habrían deseado.
Estos dos últimos casos son idénticos a los de las dos nuevas joyas del básquetbol argentino que acaban de firmar su primer contrato en Estados Unidos. Garino accede desde la universidad George Washington y sin haber sido elegido en el draft (igual que Pepe), y Brussino lo hace sin experiencia internacional (sólo jugó en la Liga Nacional, tal como Wolkowyski). Será desafío de Brussino y Garino romper esa tendencia. Mientras tanto, no hay que olvidar que a esta nueva generación le falta el paso intermedio que siempre fue el básquetbol europeo. Nada hay mejor que las grandes ligas del Viejo Continente (Italia, España, Grecia) para desarrollarse.
“En talento, esta camada no tiene nada que envidiarle a la Generación Dorada”, dijo alguna vez Sergio Hernández. Y aunque algunos creen que esa frase es exagerada, en realidad guarda un mensaje subliminal: no debemos limitar a los nuevos proyectos.
El crecimiento de la Liga Nacional en lo económico (paga mejores salarios) dio a sus jugadores un merecido reconocimiento. Pero al mismo tiempo, los limitó en lo deportivo. Lógicamente su techo es bajo comparado con los de las ligas más importantes. Los buenos basquetbolistas prefieren quedarse arropados en esa zona de comodidad salarial y evitar el desarraigo.
Es cierto, también, que las posibilidades de jugar en Europa son menos que en los años noventas. Vale repasar los comienzos de las carreras internacionales de los tres mejores argentinos de Río de Janeiro 2016 para ver si les fue fácil: Manu Ginóbili empezó en Reggio Calabria, en la segunda categoría de Italia; Luis Scola, en Gijón, en la segunda de España, y Andrés Nocioni en Manresa, también en la primera del ascenso español.
“Hoy le decís a un chico de 19 años que le conseguiste una chance en un equipo de la ACB pero que tiene que arrancar en segunda y te mira con mala cara”, contó hace poco un agente de jugadores. Los tiempos han cambiado. La Argentina sigue teniendo talento, pero hay que recuperar viejos conceptos de formación. No intentarlo es perder la posibilidad de dar un salto de calidad en los lugares donde mejor se juega al básquetbol.
Los más jóvenes deberán entender que el crecimiento deportivo requiere otro tipo de sacrificios.
Fuente: La Nación