En 2019 a Néstor Ángel Ingaglio le diagnosticaron un cáncer de próstata. Falleció tres años después, seis días antes de cumplir 60 años, casi agonizando. Aquí, el relato de la menor de sus hijas y su reflexión acerca de la necesidad de una ley que regule el derecho a morir.
El 5 de diciembre de 2021, a las 9.30 de la mañana, Sofía Ingaglio vio morir a su papá en una de las habitaciones del Sanatorio Allende en Córdoba. Néstor Ángel Ingaglio -padre de tres mujeres, empleado bancario y abogado- batallaba desde hacía tres años contra un cáncer de próstata que lo fulminó seis días antes de cumplir 60.
Casi tres meses después de aquella mañana, Sofía enciende su cámara en Potrero de Garay, en Córdoba, donde vive actualmente, y cuenta la historia de su papá. Además, explica por qué verlo agonizar durante sus últimos días de vida le hizo hacer el “clic” acerca de la importancia de que se sancione la Ley de Eutanasia en nuestro país.
Todo comenzó en 2019. Como cada año, Néstor fue a hacerse el clásico chequeo anual de salud. Si bien tenía “algunos dolores y molestias”, ningún síntoma anunciaba el diagnóstico que recibió: un cáncer de próstata, que ya había empezado a hacer metástasis.
Aunque era oriundo de Casilda, al sur de la provincia de Santa Fe, en ese momento Néstor estaba viviendo en Montevideo, Uruguay, donde había sido trasladado con un puesto de Gerente para una de las sucursales del banco en el que trabajaba. Allí, siempre acompañado por su esposa Mariel, inició el tratamiento para el cáncer. A modo de complemento, los médicos le ofrecieron cuidados paliativos y Néstor estuvo de acuerdo. Como los pronósticos eran buenos -cuenta la menor de sus tres hijas- todos en la familia Ingaglio estaban esperanzados. Incluso su papá.
Transitar el dolor
Después del primer año de tratamiento, explica Sofía, el cáncer “empezó a hacer de las suyas”. Si bien ella y sus hermanas no convivían con su papá, cuando iban a visitarlo o hacían videollamadas terminaban con “un nudo en la garganta”.
“La quimioterapia y los rayos lo habían debilitado mucho. Estaba cada vez más deteriorado. Como se le había hecho metástasis en el fémur, le costaba mucho caminar, así que por momentos se ayudaba con un bastón. Él no quería que lo viéramos sufrir, entonces muchas veces se iba a su habitación y se quedaba ahí, tratando de que se le pasara el dolor”, cuenta.
En marzo de 2021, cuando el cuerpo no le dio para más, Néstor pidió el retiro por invalidez, dejó su puesto en el Banco Nación en Montevideo y se instaló en su Casilda natal, donde buscó nuevos médicos para seguir dándole pelea al cáncer. “Creo que ninguno de los profesionales terminaba de comprender el dolor que él sentía. Le costó mucho decidir con quién llevar adelante el tratamiento”, recapitula Sofía que, más de una vez, acompañó a su papá en esa búsqueda.
“Papá quería vivir un montón”
A diferencia de sus hermanas Georgina y Victoria, que eligieron las carreras de Arquitectura y Medicina, la menor de las Ingaglio se inclinó por el oficio de bancaria, igual que su papá. “Me acuerdo de salir a caminar con él, le encantaba salir a caminar, y charlábamos de todo. A veces tratábamos de no hablar tanto del banco porque nos íbamos por las ramas”, cuenta.
En una de esas charlas su papá le habló por primera vez de la muerte. “Me dijo que él iba a aguantar dos años más”, cuenta Sofía y se quiebra la voz. “Estábamos en Potrero de Garay, en Córdoba, donde él había empezado a construir una cabaña. Ese era su sueño y lo concretó: porque papá estaba lleno de proyectos. En 2010, por ejemplo, cursó la carrera de Derecho y se recibió de abogado. Tenía 48 años. Siempre tuvo muchas ganas de vivir. Quería vivir un montón”, agrega.
Para agosto de 2021, Néstor terminó la cabaña y se radicó en Potrero de Garay con su mujer y sus perros. A esa altura, el cáncer se había vuelto más ofensivo y había hecho metástasis en el hígado. “No podían pararlo”, explica su hija que, de alguna u otra manera, empezó a intuir que se acercaba el final.
Siete días de agonía
Néstor pasó su última semana de vida en la habitación de un sanatorio. A metros de su cama, sus hijas y su mujer lo custodiaban, las cuatro, desde un sillón. Jamás lo dejaron solo.
“Los dos primeros días estuvo consciente, nos decía que ya era hora de irse y hasta se despidió de nosotras. Sin embargo, los médicos buscaban estabilizarlo para que volviera a su casa. Todavía me pregunto por qué. Tenía ampollas en las piernas que explotaban y empapaban la cama, así que las enfermeras le habían puesto pañales todo alrededor para que no se mojara, porque cambiarle las sábanas era un infierno. Cada vez que lo movían lloraba o gritaba de dolor. No daba más. Se despertaba y preguntaba cómo tenía que hacer para morir”.
¿Cómo podía ser que una persona que siempre tuvo tantas ganas de vivir estuviera pidiendo lo contrario? ¿Acaso no merecía ser escuchado? En ese contexto, Sofía comenzó a informarse para ver qué podía hacer ante el pedido de su papá. Así fue que llegó al grupo de Facebook “Eutanasia, derechos y final de vida”, que reúne cerca de 2.500 personas que pelean por la Ley de Eutanasia en Argentina.
“Ahí encontré información sobre la ley de Derechos del Paciente. Me enteré, por ejemplo, que podíamos pedir que a mi papá lo sedaran. Alternativa que, paradójicamente, ningún médico sacó a la luz. Al contrario: tuvimos que ‘pelear’ por eso, porque la médica clínica nos decía que él estaba ‘estable’ y que la sedación no correspondía. Incluso sabiendo que se iba a morir, y que él quería morir, buscaban mantenerlo con vida, sin importar la calidad. Hasta nos llegó a hablar de moralidad: ‘No es correcto moralmente lo que plantean, si podemos darle una oportunidad más lo vamos a hacer’, nos decía. Esa era su arma: la culpa”.
Después de varias y vueltas con los doctores que atendían a Néstor, su esposa y sus hijas decidieron ir a hablar con la médica especializada en el tratamiento del dolor que había en la clínica. “Ella fue muy empática con la situación. Nos dijo que nos quedáramos tranquilas y organizó una junta médica con el resto de los profesionales que trataban a papá. Discutieron el tema y, finalmente, terminaron sedándolo”, explica Sofía.
Según Carlos “Pecas” Soriano, médico especialista en Emergentología, máster en Bioética y uno de los autores de la Ley Alfonso, el último de los tres proyectos que buscan legalizar el derecho a morir en Argentina, los casos como el de Néstor se repiten porque hay un gran porcentaje de médicos que desconoce la ley de Derechos al Paciente, ley N° 26529. “No se tata de dejar morir a un paciente sino de permitir que muera con dignidad. Sin embargo, en la práctica no se da. Muchas veces los médicos trasladan sus creencias. Lo hacen sin mala intención porque, justamente, están, estamos, chipeados para salvar vidas y eso supone también una lucha interna”.
De acuerdo con el artículo N° 11 de dicha normativa, “toda persona mayor de edad puede disponer directivas anticipadas sobre su salud, pudiendo consentir o rechazar determinados tratamientos médicos, preventivos o paliativos, y decisiones relativas a su salud. Las directivas deberán ser aceptadas por el médico a cargo, salvo las que impliquen desarrollar prácticas eutanásicas, las que se tendrán como inexistentes”.
“Ninguna ley puede ir en contra de la dignidad del paciente. El problema es que si el paciente no quiere que se le aplique ningún tratamiento más, las leyes vigentes no prevén qué hacer con ellos”, explica Soriano.
Néstor Ángel Ingaglio murió el domingo 5 de diciembre de 2021: tres meses después de haberse construido su cabaña en Córdoba y seis días antes de cumplir los 60 años. Sus hijas y su mujer fueron testigos del instante en que dejó este plano. “Nos dimos cuenta porque dejó de respirar”, dice Sofía que, unos días después pudo poner en palabras lo vivido en un posteo que hizo en el grupo de Facebook “Eutanasia, derechos y final de vida” y sellar la promesa que le hizo a su papá que finaliza así:
“(…) Para nosotras como familia fue durísimo soltarlo para que se vaya, pero lo hicimos porque lo amábamos mucho y solo queríamos que estuviera en paz. Por eso queremos luchar por la Eutanasia por que sé que mi papá jamás hubiese querido que lo veamos sufriendo, menos si por eso sufríamos nosotras. Te amamos gordi, por vos lucharemos por la Eutanasia, te lo prometimos (…)”.