Enrique Farres nació en La Habana y se recibió en la Escuela Nacional de Arte de su país, pero desde los 17 años se vio obligado a relacionarse con turistas a cambio de dinero por necesidad.
“Llama la atención porque se trata de una figura famosa, pero lo de Diego Maradona y Mavys Álvarez es moneda corriente en Cuba. Yo lo veía en la escuela, dónde las chicas menores de edad terminaban con los extranjeros. Es tremendo, pero para nosotros no es ninguna novedad”, le asegura Enrique Farres a Teleshow. El actor y bailarín nació hace 34 años en el Vedado, Ciudad de La Habana. Y desde muy chico estudió en la Escuela Nacional de Arte de su país con el sueño de trabajar en el famoso cabaret Tropicana. Lo logró. Pero, siendo un adolescente, se dio cuenta de que nunca iba a poder subsistir con su profesión. Así que no le quedó más remedio que convertirse en un jinetero, como se le dice en la isla a las personas que tienen sexo con los turistas a cambio de dinero.
Hoy, Kiki reside en la Argentina, dónde se gana la vida como artista. Está contento, porque acaba de hacer una participación para la serie sobre la vida de Ringo Bonavena que está en pleno rodaje. Y porque, con sus participaciones en diferentes shows musicales y sus clases de salsa, logra ayudar económicamente a su familia. Sin embargo, no puede disimular la angustia que provoca estar lejos de su hijo de 14 años y de sus padres. Así que, aún a la distancia, se unió a las históricas manifestaciones que se llevaron adelante desde el mes de julio para pedir la liberación de su pueblo. Porque no quiere que su historia se siga repitiendo en otros cubanos.
—¿Cómo era tu vida en la isla?
—Tenía una familia muy numerosa. Y aunque luego mis padres se separaron y yo me fui a vivir con mi mamá, siempre hemos sido muy unidos y pasábamos las fiestas todos juntos.
—¿Sufrían necesidades?
—Yo nací en el ‘86. Y, en ese tiempo, no veía tantas carencias. Porque, antes del derrumbe del socialismo, Cuba se abastecía de la Unión Soviética. Así que los chicos teníamos muchas más cosas. Me acuerdo que nos mandaban una torta para el cumpleaños y regalos. Así que yo no notaba que mi familia tuviera necesidades. Pero, a medida que fui creciendo, me fui dando cuenta de las cosas que estaban pasando en mí país.
—¿Cómo se dio eso?
—Fue cuando ya estaba terminando mis estudios de arte, allá por el año 2000. Yo había ingresado esa escuela impulsado por mi mamá, porque mi tío en los años ‘70 había sido primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba. Así que siempre me dediqué al baile y me encantaba. Pero ahí me di cuenta de que todo era como obligado y que, si no hacías lo que te decían, podías tener consecuencias.
—¿Por ejemplo?
—Todos los primeros de mayo, para el Día del Trabajo, teníamos que ir a bailar a un acto. Pero no lo hacíamos porque queríamos, sino porque teníamos la obligación de hacerlo. De chico, yo no me percataba de eso porque a mí me gustaba actuar y salir en la televisión. Pero, después, entendí que si no lo hacía me podía pasar algo en la escuela o le podía suceder algo a mi familia. Lo mismo le pasaba a los trabajadores, que si no iban perdían un porcentaje el poco salario que cobraban.
—¿Ahí comprendiste que no vivías en un país libre?
—Claro. Esa democracia de la que se habla en Cuba, no existe. Y los jóvenes que hoy tenemos treinta y pico de años, nos empezamos a dar cuenta de que era mentira que si no estábamos de acuerdo con algo lo podíamos decir. Porque la realidad era que, si no hacías lo que te indicaban, podías tener problemas. Tal vez, hasta le podía pasar algo a un familiar tuyo. Podían llegar a detener a algún pariente o botarlo del trabajo. Y hasta podrían llegar a hacerle una investigación por cualquier cosa. O sea que te inculcaban el miedo para que tuvieras que hacer lo que ellos querían, porque si no podías sufrir represalias de cualquier tipo. Y se les pueden ocurrir miles…
—¿Qué pasó entonces?
—Cuando terminé la escuela en el 2006, mi sueño era bailar en Tropicana. Pero para llegar ahí, donde trabajé del 2011 al 2016, antes tuve que pasar por otras entidades artísticas. Yo pensé: “¡Mi primer sueldo me lo gasto en viajes!”. Pero el salario era de 250 pesos cubanos, que equivalen a 10 dólares mensuales. El tema era que una botella de aceite costaba 2 dólares. ¡Todo se pasaba del límite! Así que, solamente con el trasporte, yo terminaba gastándome todo lo que ganaba.
—Para entender: las personas cobran pesos cubanos no convertibles, pero los productos se compran en pesos convertibles a valor dólar…
—Exacto. Y nadie te da una explicación de por qué pasa eso. Pero lo cierto es que el salario no alcanza para nada. Y es por eso que la gente tiene que “inventar”, como se le dice en Cuba.
—¿Qué significa eso?
—Tratar de buscar dinero fácil.
—¿En contacto con los turistas?
—Esa es la mejor vía. Por eso, tu allá puedes encontrar ingenieros o médicos que están trabajando en el turismo. Se van para Varadero o para los Cayos a hacer de mozos en los hoteles porque no tienen otra salida. O si no tratan de vender algo o vincularse a los extranjeros de la forma que sea.
—Pero eso estaba penado en aquella época…
—Claro: lo llamaban “asedio de turismo”. Es decir que, antiguamente, si te veían con un turista por la calle, sin preguntarte nada te metían preso. Había turistas a los que yo les daba clases de baile y que a veces me invitaban a salir a algún lugar, pero yo siempre tenía miedo de que me agarrara la policía. ¿Cómo salías de eso? Sobornándolos. Les dabas dinero y no te decían nada.
—Hoy se está hablando del turismo sexual en Cuba, pero entiendo que es una problemática que lleva muchos años.
—¡Yo no había nacido cuando existía eso! Empezó hace un montón. Y hay mucha gente que vivió y que, actualmente, sigue viviendo de eso.
—¿Vos tuviste que prostituirte por necesidad?
—Sí, creo que el término es ese. Cuando estás con una mujer mucho mayor que tu, que no te gusta pero con la que tienes que estar por dinero, te estás prostituyendo. Es decir, estás vendiendo tu cuerpo para poder darle de comer a tu familia. Y eso que yo hice, lamentablemente, no tiene otro nombre.
—¿A que edad comenzaste?
—La primera vez tenía 17 años. Yo ya estaba trabajando, pero lo tuve que hacer…Como muchos otros.
—¿Es verdad que las familias aceptan esta situación?
—Algunas lo avalan, otras no lo aceptan y otras se quedan calladas. Yo no puedo hablar por todos. Pero, como se dice en Cuba, hay muchas que hacen “la vista gorda” porque saben que es por necesidad.
—¿Qué pasó en tu caso?
—Realmente, mi familia no sabía. Ni mi mamá, ni mi papá, ni nadie…
—¿Y cuánto tiempo estuviste “jineteando”?
—Un montón…Traté de buscar otras vías como dar clases, para alejarme de la prostitución. No quería acostarme con las personas por dinero, salvo que me gustaran. Pero lo seguí haciendo. Y la verdad es que es una situación muy fea.
—¿Cómo repercutía en tu psiquis?
—¡Imaginate! A mí me reventaba la cabeza, yo no dormía…Muchas veces, me estaba acostando con una persona veinte o treinta años más grande que yo. Era imposible que me gustara. Lo mismo le pasa a un hombre que a una mujer. Así que sentía asco, pero cerraba los ojos y pensaba en el dinero, en lo que me iban a comprar o en que me iban a sacar del país…
—¿Podías compatibilizar esto con tu vida personal?
—Al principio estaba solo, pero después tuve una novia que también se dedicaba a eso. Era jinetera. Y estuvimos hablando un montón de esto, porque los dos queríamos salir de esa realidad. Era algo muy feo.
—¿Qué te pasaba al saber que tu novia estaba con otro por necesidad?
—Ahí también me ponía a pensar en el dinero, no me quedaba otra. Y teníamos que tener mucha confianza entre nosotros para que la pareja no se viera afectada. Pero fue muy duro. Porque si tu te quieres prostituir porque te gusta, está todo bien. Pero cuando sabes que los dos estamos trabajando de eso y ninguno de los dos quiere hacerlo, es difícil de sobrellevar. Además, yo también me preocupaba pensando que la policía la podía atrapar. Porque no tanto a los hombres, pero a las mujeres muchas veces las metían presas, las violaban, les sacaban lo que habían ganado y las soltaban…
—¡Un horror!
—A muchas jineteras les pasó eso. ¿Y a quién le iban a ir a reclamar? No podían decir nada: se tenían que quedar calladas. Porque la prostitución, para el pueblo, está prohibida. Y la seguridad del Estado en Cuba, no sé cómo, pero lo sabe todo y tiene a mucha gente trabajando para ella. Por eso, a las personas que dicen que allá todo está bien, yo les digo que traten de vivir dos semanas con el sueldo de un cubano. No que vayan de vacaciones a un all inclusive. Lo que pasa es que mucha gente no cree el cuento que uno le dice, porque el cubano está siempre con una sonrisa aunque se esté muriendo por dentro.
—Es verdad.
—Pero el cubano ve pasar a un turista y le pide un jabón, un shampoo o una botella de agua. ¡El cubano se regala por eso! Es una locura, pero hay gente que no cree en eso todavía. Trabajando en un hotel de Cayo Largo, conocí a una chica colombiana que estuvo llorando al lado mío una hora porque le dije que tenía hambre y le pedí si me podía traer una hamburguesa. Me dijo:”¿Y por qué no la pides tu?”. “Porque si la pido yo me botan del trabajo”, le contesté. Entonces le enseñé la comida que nos daban a nosotros, que era totalmente diferente a la de los huéspedes.
—¿Cómo hiciste para irte de Cuba?
—La primera vez me fui con una compañía que me llevó a República Dominicana, dónde se suponía que íbamos a estar tres meses para después ir a México. Y mi idea era quedarme ahí, pero la realidad es que a todos los bailarines que estábamos contratados nos engañaron. El primer día, nos hicieron dormir en un prostíbulo porque no teníamos alojamiento. Yo decía: “¿Dónde estoy?”. Y de los 600 dólares que nos iban a pagar por mes, nos dieron nada más que 25 una semana y otro tanto igual a la siguiente. Así que yo me quedé ahí, no seguí con la gira. Pero la verdad es que no me gustó ese lugar para vivir. Y estaba sin pasaporte, porque nos habían hecho salir con un permiso diplomático, o sea que mi mamá tuvo que hacer miles de trámites para que yo pudiera regresar a Cuba.
—¿Y cómo terminaste en la Argentina?
—Gracias a una carta de invitación que me hizo una chica. Obviamente, tuvo que pagarle un montón de dinero al Estado y hacer un papeleo agotador, para que yo pudiera venir a este país.
—¿Te casaste con ella?
—No, porque para ese entonces la situación ya era más fácil. La invitación era solo por tres meses, pero ya llevo cuatro años acá y estoy haciendo los trámites para conseguir mis papeles de residencia. Hoy el tema de la salida de Cuba se ha liberado un poco, porque a ellos les sirve. Si, al final, los que estamos afuera de la isla les estamos enviando dinero obligados, porque el Estado se quedan con un porcentaje de lo que les mandamos a nuestras familias.
—¿Cómo es tu vida acá?
—Estoy haciendo shows en un restaurante cubano, doy clases de baile y trabajo como chofer. Antes de la pandemia, estuve estudiando teatro con Javo Rocha en Aptra, porque me encanta actuar sobre el escenario, y participé de algunos espectáculos. Ahora hice, también, un capítulo de la serie de Bonavena. Yo soy el que le dice la famosa frase: “La experiencia es un peine que te dan cuando ya estás pelado”. Así que estoy contento, pero al principio me costó adaptarme.
—¿Qué fue lo peor? ¿El clima? ¿La idiosincrasia?
—Acá es todo diferente, así que fue un cambio de 180 grados. El frío no me molesta, porque tuve treinta años de verano. Pero no me resultó fácil. Lo que yo no sabía era que había tantos cubanos acá. El primer día que llegué me dijeron: “Vamos para Cuba Mía”. “¿Qué?”, dije yo. No podía creer que hubiera un boliche que se llamara así. Y eso me ayudó mucho, porque fue como reencontrarme con mi patria. Además, mis compatriotas me aconsejaron mucho. Hoy no es que me va muy bien, pero no me puedo quejar.
—¿Extrañás?
—¡Un montón! Yo quisiera estar, ahora mismo, al lado de mi hijo. Llevo cuatro años sin verlo. Y también extraño a mis padres y a mis amigos.
—¿Hoy podrías volver a la isla para verlos?
—Legalmente sí, podría. Lo que no sé es si ellos me van a dejar entrar. Y si me dejan entrar, a lo mejor no me dejan salir…Me pueden inventar cualquier cosa y hasta me pueden desaparecer. ¡Así funcionan las cosas en Cuba! Pero tengo la esperanza de que todo cambie algún día.