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El presidente afgano Ashraf Ghani huyó para evitar el derramamiento de sangre y el pueblo abandona el país despavorido. Los talibanes accedieron al palacio presidencial en Kabul y tomaron todos los lugares públicos. Están armados y con sed de venganza.

El presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, ha abandonado este domingo el país, según ha explicado, para evitar el derramamiento de sangre en la capital. Ghani se fue para evitar enfrentamientos con los talibanes que pondrían en peligro a millones de residentes de Kabul, ha dicho en un mensaje publicado en Facebook, sus primeros comentarios desde que abandonó el país. No reveló detalles sobre su ubicación actual. Ghani ha explicado que optó por huir porque lo contrario habría supuesto la “destrucción” de Kabul. Horas después de que trascendiese su salida, los combatientes talibanes han tomado el palacio presidencial afgano, algo que el Gobierno aún no ha confirmado.

El mandatario ha advertido de que numerosos afganos tienen “miedo”, por lo que ha emplazado a los talibanes a garantizarles seguridad. La insurgencia ha prometido que no tomará represalias contra quienes hayan ayudado al Gobierno o a las tropas extranjeras.

Con los talibanes (los estudiantes, en el idioma pashtún) se cumple aquello de que por sus hechos los conoceréis. Se ha escrito mucho ya de este movimiento fundamentalista-terrorista y lo único que se puede decir ahora es que Afganistán parece abocado a vivir de nuevo los días más oscuros de historia reciente.

Los avances de los yihadistas parecen propios de una “guerra relámpago” y no hay día en que no se anuncie una nueva conquista. Esas sombras son particularmente preocupantes para las mujeres y las niñas, a las que se las devolverá a la condición de meros objetos para servir y criar a los hijos con una larga serie de prohibiciones e imposiciones, desde la de no estudiar hasta llevar siempre el humillante burka.

¿Cuándo surgieron los talibanes? Los talibanes, surgidos al hilo de la ocupación soviética del país, son una conjunción de tribus, unidas por la idea de imponer un emirato en el que se aplique, con toda la fuerza posible, la sharia, la interpretación más rigorista del Islam; y los beneficios del cultivo de la amapola-opio, que no son escasos.

Cuando tuvieron el control del país, después de expulsar a los rusos, con la inestimable ayuda de Estados Unidos, impusieron su particular régimen de terror. A las mujeres no se les permitía trabajar ni recibir educación después de los ocho años; no podían ser atendidas por médicos de sexo masculino si no eran acompañadas por un hombre; no eran infrecuentes las flagelaciones en público por cometer algún “pecado” o las lapidaciones, en el caso de ser declaradas adúlteras. La cultura y el espectáculo tienen ante sí un siniestro futuro, ya que estos sujetos prohíben la televisión, la música, el cine, los libros… Es como un viaje al pasado, de siglos.

No hay más que recordar la actividad de este movimiento mientras permanecieron cinco años en el poder, tras la expulsión de los rusos, en 1996, hasta 2001. La invasión de Estados Unidos, con apoyos internacionales, tras los atentados del 11-S, ha propiciado una intensa actividad terrorista que, ahora, tras la retirada de ese contingente internacional, se ha convertido en una guerra abierta en la que, en un plazo de poco tiempo, les puede situar a las puertas de Kabul, la capital de Afganistán. Los acuerdos que se habían firmado han saltado por los aires y se ha impuesto la realidad de que estamos ante la nueva implantación del Emirato Islámico (siempre ha existido), con las consecuencias de todo tipo, entre ellas la de que se pueda volver a convertir en base del terrorismo yihadista; la delincuencia internacional organizada; el narcotráfico, todo ello proyectado hacia el exterior.

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