Por Manuel Rivas* de Diario Cuarto Poder / Una leyenda viviente de la poesía. Mantuvimos una entrevista con la poetisa riojana Lucía Carmona fue homenajeada en el XXX Encuentro de Poetas, Escritores y Cantautores “Manuel Aldonate”. Un lujo que nos dimos.
Lucía Carmona ha transitado un largo camino en la literatura argentina, en donde su poesía ondula como esos versos que nacen en su interior y se dispersan como el viento, sin dirección ni destino preciso, sembrando belleza y emoción.
Se acerca a nosotros con la dificultad propia de quien viene superando un ACV, pero en el fondo es la misma jovencita que trajo sus versos desde La Rioja, a aquel primer Encuentro de Poetas y Escritores de 1971. Y así lo recuerda en sus ojos que parpadean recuerdos.
—¿Cómo era el Manuel Aldonate que dio a luz este maravilloso encuentro de poetas?
—Él era en sí mismo una gran inspiración. Este encuentro fue inspiración suya. Era un hombre tan singular y distinto a todo, que atrapaba la atención de inmediato. Para él la formalidad no existía, era libre y no imponía nada a nadie. Había algo en él que te impulsaba a seguirlo. Nosotros habíamos venido con una delegación de La Rioja a visitar Monteros y él me invitó porque iba a hacer un encuentro de poetas al mes siguiente, y ahí nació esta hermosa tradición de reunir a los poetas, escritores y cantautores.
—¿Cómo fue ese primer encuentro en 1971?
—El primer encuentro fue fabuloso. La gente tenía un entusiasmo desbordante que el mismo Manuel Aldonate transmitía con su forma de ser. Había verdaderos grandes como Hamlet Lima Quintana, Manuel J. Castilla, Armando Tejada Gómez, Rodolfo Kush, que era antropólogo, Alma García, que era folclorista, y muchos otros. Fue algo que fue surgiendo espontáneamente y recibí la magia y la amistad de corazón de quienes participaban. Desde ese momento, vine todos los años que pude. Después de la muerte de Manuel Aldonate estuve muchos años sin venir.
—¿Recuerda alguna anécdota de aquellos encuentros?
—Sí, en una oportunidad no había en dónde alojarse. Entonces, Manuel Aldonate consiguió que me alojara en una clínica. Me dijo: “Ahí vas a estar segura y bien atendida”. Y no se equivocó, me atendieron muy bien y tenía baño privado. Estaba perfecta (ríe de ese recuerdo). En aquellos tiempos había un boliche tradicional que se llamaba Chori Luna. Allí, en una de sus mesas, estaba escrito: “Por aquí pasó Manuel Castilla, Lucía Carmona, y otros nombres de grandes poetas”. Es una pena que haya cerrado. Hay que tratar de preservar esos lugares en donde la historia sigue viva.
—Usted dijo que “nunca Manuel Aldonate podría haber sido de otra tierra, ni otra tierra hubiera sido la cuna del poeta” ¿Era a tal punto la identificación mutua?
—Era así, pueblo y hombre existían para pertenecerse, amarse, representarse mutuamente con la pertenencia de sangre de las cosas irrenunciables. Manuel Aldonate amaba a su querida Monteros, a la gente, a los zafreros, a aquellos cuyo esfuerzo, penas, esperanzas y sueños se diluían en los machetazos al cañaveral. Amaba a su gente, a esos que su poesía hizo visibles.
—¿Mantuvo el contacto con aquellos poetas y artistas?
—A lo largo de la vida forjamos una fuerte amistad con muchos de ellos. Tuve el gusto de hacer un encuentro en Chilecito con los sobrevivientes del Grupo La Carpa, como Raúl Aráoz Anzoátegui, María Elvira Juárez, José Fernández Molina y Nicandro Pereyra.
—¿Recuerda su primer acercamiento a la poesía?
—La poesía llega a mi vida no sé cómo, ni por qué. De muy chica me gustaba escribir. Tengo todavía poemas guardados de la época en que se escribía con lápiz. Escribía infatigablemente. En la escuela secundaria era muy solitaria, porque los otros jóvenes no entendían porqué prefería estar en el banco permanentemente sobre el papel. Después seguí escribiendo. En 1968, la Universidad Nacional de Tucumán lanzó un concurso de poetas del NOA, en donde eligieron 11 poemas. Obtuve el primer premio con “Era de noche y junio”, que se publicó a través del Consejo Provincial de Difusión Cultural. En 1972 publico mi primer libro individual, “Hacia una tierra oscura”. Seguí escribiendo y publicando con intermitencias en los tiempos del proceso en donde todo se silenciaba, hasta mi libro número 15. He seguido trabajando permanentemente.
—¿Tuvo problemas en la dictadura?
—Me censuraron. En la Feria del Libro de Córdoba de 1979 prohibieron mi libro “Miserere”, que era un diálogo con Cristo. No entendían que pese a las prohibiciones, la poesía iba a seguir existiendo y fluyendo. Seguí escribiendo e hice docencia con un taller que comenzó en 1976 y que constituyó el primer taller literario de La Rioja, que continúa en Chilecito con el nombre de “Mama Quilla”.
—¿Es cierto que el paisaje riojano tiene una gran fuerza poética inspiradora?
—La incidencia del paisaje, en nosotros que nacimos al pie del Famatina, es involuntaria. Uno no se sumerge en el paisaje, el paisaje está sumergido dentro nuestro. Aflora en una figura, en un poema, sin necesidad de contemplarlo. Vaya a saber desde cuándo sucede. Nosotros no somos de estar contemplado permanentemente el cerro. Yo hago un ejercicio con mis alumnos cuando les pregunto si han mirado el Famatina. Está incorporado en nosotros ese cerro celeste.
—¿Qué sensaciones afloraron en este homenaje que le realizaron en Monteros?
—Me emocioné mucho porque yo soy humilde de corazón. Siento que hablan de mí y me parece que es de otra persona. Cuando me invitaron me pregunté cómo dejé de ir. Es la primera vez en un año que subo a un colectivo. Me dije: Me voy a cuatro pies, pero estaré. Se nos va la vida y cada minuto puede ser el último. Se nos va la vida a grandes pasos. Hoy estamos, mañana, no sé. No quiero lamentar no haber recibido tanto amor en un minuto. Además, tuve la gran satisfacción de ver a dos de los alumnos de mi taller, en Tucumán y Monteros, Ramón Horacio González, que trabaja en Gendarmería de Aguilares, y Gustavo Luján, que vive en San Miguel de Tucumán.
—¿Cuál quiere que sea su legado?
—Quisiera que todo lo que tengo, más de 7 mil libros, queden como un centro cultural para Chilecito, para gente humilde que no tiene para comprar un libro. Quiero que sigan los talleres y la poesía, madurando como un fruto. Siempre me he sentido nada, no ha habido nunca una gota de vanidad en mí. Si hay vanidad, la poesía se va a una velocidad tremenda. Únicamente despojándonos es cuando el poema ha de venir. De otro modo, no existe. Quien se viste con ropas lujosas, hace que el poema huya. Tenemos que esperar el poema desnudos de vanidad.
—¿Volvería a elegir la poesía?
—Si tuviera que volver a nacer elegiría de nuevo a la poesía y volvería, sin dudarlo, a Monteros. (Sonríe en una mezcla de alegre melancolía)
Datos biográficos de la autora
Lucía Carmona (Chilecito, La Rioja), dedicó su vida a la docencia y a la poesía. Tiene en la actualidad trece libros de poesía publicados: Hacia una tierra oscura, Miserere, Las infinitas palabras, Después de los andenes, Y Dios entre los páramos, Poesía 1967-1987 (Premio Faja de Honor de la S.A.D.E. 1988), Por el corazón de la tierra, Pueblos de la memoria, Tiempos de la casa, El tiempo y otros poemas, Antología poética, Flores sobre la herida y Raíz de extraño árbol. Obtuvo el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía y el Premio Esteban Echeverría de la Asociación Gente de Letras, entre otros. Dirigió talleres literarios por más de veinte años. Llevó su poesía a encuentros y congresos en todo el país, a países limítrofes y a Cuba en forma permanente. Integra, con su publicación Regresos, la colección Summa Poética de la Editorial Vinciguerra.
*Periodista, profesor de Letras e Historia y escritor. Fundador y director de Diario Cuarto Poder.