Después del boom de una serie en la que se animó a contar su tormentoso pasado, este viernes y sábado cantará en el Campo de Polo. Secretos de un artista hermético.
No cambió él: cambió nuestra mirada. Este Luis Miguel que ahora vemos es el que se quedó anclado en un viejo dolor. Tiene todo excepto a ella. Se construyó entre explotación infantil y violencia de género y le vendió a Netflix la llaga. Desde entonces, cada vez que canta, se nos aparece el monstruo de Luisito Rey y el fantasma de Marcela Basteri. Logró, quizá, lo que buscaba. La mirada popular piadosa, ofreciéndonos andar desde sus zapatos.
Dice Santiago Kovadloff en su ensayo Propiedades del triste que hay por lo menos dos acepciones de un sujeto así: el abatido, derrotado y el otro, “un alma en la que el dolor imprimió huella”, el “no aniquilado por su pena”. Diferencias entre náufrago y ahogado. Tantas veces un triste parece ausente “pero en verdad no lo está”, remarca el autor. “Está abstraído, modelado por la ausencia”.
Niño explotado. Luis Miguel debutó en escena en 1982. La serie denunció maltratos infantiles.
Este viernes y sábado habrá presencia. Cantará en el Campo Argentino de Polo, después de un impecable recital en el Orfeo cordobés. Horas antes lo habíamos visto tan entrado en años como niño eterno: en Santiago de Chile una fan le acercó una pintura entre dulce y estremecedora. En témpera y con relieve, se ríe él y se ríe su madre antes de la desaparición. Van más de 30 años de ese vacío y él “Rey Sol” sigue llevando a cuestas lo no resuelto.
¿Quién es Luis Miguel ahora que ya no hay secreto? ¿Qué quería decirnos cuando en un spot anticipaba “ahora van a saber la verdadera historia”? ¿Por qué así, la verdad en cuotas, vía streaming, ficcionada? Sea cual sea el método elegido para autobiografía, el mexicano puso un límite al dedo que señalaba frívolamente. Quién puede juzgarlo igual ahora que sabe sobre el empeño que puso su padre por volverlo una máquina de generar pesetas. Una mina de oro infantil, aunque eso demandara desmayos por agotamiento y “pichicata” para no dormirse en escena.
Ya lo dice inocentísimo en una entrevista chilena, a sus 12 años: tiene maestra particular. “Ya no voy a la escuela porque me quita tiempo”.
Historia de un reloj: el argentino que más lo conoce
Ángel Leopoldo Martínez conoció al Luis Miguel más puro y se mantuvo a su lado por más de dos décadas. Era quien lo llevaba a Fechoría cuando a “Micky” ni le había crecido el bigote. Épocas de bohemia porteña, grapa y brindis encabezados por Gerardo Sofovich y Alberto Olmedo.
“La primera vez que Luis Miguel llegó al país fue en 1982, llevado a ATC por Serantoni padre. Nos conocimos en Mar del Plata”, cuenta Polo, como lo apoda la mayoría. Yo tenía el Hotel Riviera, y el empresario Ricardo Berbaris me dice: “Van a llevar al chico a la playa’. Les advertí que no lo llevaran porque había patotas que eran violentas contra el grupo de Los galancitos, de Ricardo Darín y Raúl Taibo. Así nació nuestra amistad, protegiéndolo”.
Polo Martínez (junto a Luis Miguel, a la izquierda) en Fechoría.
“Lo presentó Leonardo Simons la primera vez que actuó acá. De ahí, hizo una gira por Pergamino, Necochea. Le habían contratado un colectivo 608. Tenía y tiene un oído increíble. Un día un bandoneonista se puso a tocar Uno y Luis Miguel le dijo, ‘disculpe, está fallando en un tono’. El tipo se dio cuenta que era así como le decía Luis. Es que el padre le había enseñado que todo tenía que ser perfecto”.
Polo tiene las pruebas de aquella amistad con la estrellita incipiente. Las fotos lo muestran casi siempre cuidándole las espaldas. El rubiecito sonríe en Avellaneda, en Tucumán, en el Principado de Mónaco. No sabíamos, todavía, que mientras subía, su vida familiar era peor que una estadía en el infierno.
A Polo lo buscan desde México insistentemente para dar testimonio. Es que no era el amigo del campeón, lo había conocido cuando “Luismi” todavía no había sido noqueado. En honor a esa lealtad, el cantante le obsequió a fines de los noventa el reloj que era de su padre. “Me dijo, quiero que tengas esto tan preciado vos. Tenían una relación tormentosa, pero Luis lo lloró mucho al padre cuando murió. ¿Qué pasó con su madre? Me lo dijo clarito: ‘Él se llevó el secreto a la tumba‘”.
Explica Javier León Herrera en el libro Luis Miguel, que la historia, podría empezar a contarse por el italiano Sergio Basteri, el abuelo de Luis Miguel llegado a Buenos Aires en 1947, en pleno gobierno de Juan Domingo Perón. Lo llamaban “Tarzán”. Había escapado de la Segunda Guerra Mundial, se había casado con Vanda y en Italia fueron padres de Marcela.
Sergio llegó a Buenos Aires dejando a parte de su familia, Vanda se cansó de esperar y escapó con otro hombre, por lo que Marcela terminó viviendo en un hogar de niños. Pasaría un tiempo hasta que su padre fuera a buscarla.
Ya en el verano de 1967, según cuentan los allegados, Marcela, asentada en la Argentina, conoció a Luis Gallego Sánchez (luego Luisito Rey) en Mar de Plata. Lo oyó cantar con su guitarra y hubo flechazo. Pese a las oposiciones familiares, se fueron a vivir a México. Después, se instalaron en Puerto Rico. Allí nació el primogénito, Luis Miguel Gallego Basteri, el 19 de abril de 1970, en el Hospital San Jorge, en Santurce.
La serie (por la que le pagaron a Luis Miguel más de cinco millones de dólares, según un ejecutivo de uno de los grupos financieros que participaron en la ficción) relata todo eso que se escribía en potencial en las revistas de la época: padre violento, manipulador, interesado en el negocio a cualquier costo, machista, maltratador de su esposa. Un adolescente de gira en gira que no estaba al tanto del día a día de la futura víctima.
La última foto de Marcela es de 1986. Aeropuerto italiano, rumbo a España por orden de su marido. Una valija más grande que su hijo menor, a quien sostiene. Años después, cuando fue público el misterio de su desaparición, muchos medios usaban la palabra “abandono”. Lejos estaban los fans de saber que LM contrataría hasta al Mossad para dar con el paradero. Las teorías giraban en torno a un asesinato perfecto. No había cadáver.
Perlitas argentinas: huida de la Bombonera y otras yerbas
Durante el menemismo, “Luismi” más que visitante era un cuasi-argento. Cenas con Zulemita en Puerto Madero, noches en boliches de Paseo de la Infanta, tardes en el Paraná de las Palmas junto a Guillermo Coppola. Man Ray, banda telonera.
Para el video de Suave, en 1993, eligió a tres modelos argentinas de entre 250. Filmaron en una selva a 40 minutos de Acapulco, la misma del rodaje de Rambo. Dice la revista Gente de ese entonces que Mariana Fabbiani, Betina O’Connell y María Victoria D’ Apice “le enseñaron a jugar al Chancho” en su mansión. Que con un simple chasquido apareció “uno de los 15 mucamos” y que les confió que el cantante desayunaba “con huevos crudos de tortuga batidos”, para asimilar mejor las proteínas.
En 1999, de paso por la Argentina para cantar en Vélez, se dejaba retratar abrazado de Mariah Carey. Besos en el vip de Señor Tango, en Barracas. Él le enseñaba a tomar tequila con sal y limón. Fondo blanco y contradicciones: la limusina se escapaba bordeando el Riachuelo.
Mariah le confesaba a Marley la génesis del flechazo. “Nos conocimos en Navidad, en Aspen. Nos mintió nuestro entorno. A él le dijeron que yo quería conocerlo. Y viceversa”. Poco después de un año, rompieron. La cantante tuvo un ataque de llanto tal que terminó internada. Los amigos de “Luismi” la consolaban: “No lo tomes como personal. Nadie puede dar el amor que no recibió y no tiene”.
En 2000, fue sobreseído en una insólita causa de plagio. El compositor Francis Smith (autor de los imbatibles hits argentos De boliche en boliche, Zapatos rotos, Yo en mi casa y ella en el bar y Estoy hecho un demonio) acusaban al mexicano y a Alejandro Lerner (compositor de Nada es igual) de violación a la Ley de Propiedad intelectual. Compases parecidos a Y mañana volverás. En Tribunales fueron brutalmente contundentes: no se hablaba de una obra de Mozart, sino de “patrones convencionales para la época. Ante una música de una banalidad tan evidente, sería un milagro no poder encontrar coincidencias”.
A punto de explotar el nuevo milenio, “Luismi” cuenta una anécdota de cancha. Pudo cantar en River, pero no aguanta como hincha una Bombonera: “Fui disfrazado con gorrita y anteojos. No me acuerdo contra quién jugaba, pero era un partido importante. No pude resistir diez minutos. Miles de personas cantando y saltando al mismo tiempo. Fue una situación demasiado fuerte. Experiencia interesante. Pero debo reconocer que sentí miedo”.
Un oído lastimado
No quiere más entrevistas. Menos ahora que cambió el foco de su historia. El artista con casi 30 discos y colección de Grammy ya no soportaría la repregunta constante sobre su madre. La última se la otorgó a este diario a fines de 2015, poco más un año antes de haber estado detenido unas horas en Los Ángeles por no presentarse a declarar en la causa por no indemnización a su ex manager. Le confesó a la periodista Agustina Binotti que aprendió a convivir con la enfermedad de su oído, Tinnitus. “Estuve expuesto a los decibeles desde los nueve años”, justificó. Escucha ruidos hasta en el silencio.
Hoy Luis vive entre los zumbidos de sus tímpanos y los de su conciencia. Tres hijos a los que ve poco y nada (Michelle Salas, de 29, Miguel Gallego Arámbula, de 12, y Daniel Gallego Arámbula, de 10) y un círculo cada vez más hermético. “Es más fácil que un elefante logre entrar por el ojo de una aguja a que Luis Miguel haga algo por el prójimo”, despotricó hace un tiempo su ex amigo Armando Manzanero.
En el Orfeo de Córdoba, el 26 de febrero. (Foto: Daniel Cáceres).
Luis Miguel viene a mostrarnos cómo en tiempos de TV tradicional débil, una serie biográfica basada en la realidad y vía streaming puede devolver un reinado. Juan Alberto Mateyko, quien supo ser su “entrevistador preferido”, según el propio artista, celebra el regreso a los primeros planos. “Hace más de diez años que no tenemos contacto. Hemos compartido incontables viajes, juntos a Tucumán en su avión privado, juntos a Mónaco, Las Vegas en la presentación de Romance. Es un hombre selecto en sus amistades. Diría que es el último de los cantantes de este nivel con caballerosidad y educación. Y el hecho de que digan que murió y esta reemplazado por un clon, crea más magia alrededor. Está bien que no otorgue notas ya. Todo quedaría reducido a la pregunta sobre su muerte y nadie hablaría de lo artístico”.