La escritora María Cristina Guerrero.

Letras de Fuego / Opinión / Por Manuel Ernesto Rivas*. El libro “Cuentos de la frágil humanidad”, de María Cristina Guerrero, que se presentará este jueves, a las 19, en el Colegio Médico de Tucumán, en la mirada de su prologuista.

Una escritora en constante evolución

Es una gran responsabilidad presentar a una autora como María Cristina Guerrero, pero ese compromiso se potencia cuando se trata del primer libro de una persona importante en lo afectivo. He sido testigo de su evolución, en paralelo a la mía, en el ámbito literario.
Fuimos compañeros en los mundiales de escritura y en talleres con la gran hacedora de escritores Inés Cortón. Al respecto, debo decir que ha sido un gran trabajo el de la creadora del famoso Taller Repentista, pero no por el esfuerzo puesto de manifiesto, sino por el excelente resultado: estos doce cuentos que se ponen a consideración de los lectores.

La sensibilidad y la escritura

No es condición sine qua non que el escritor se desdoble, como si se trataran de varias personalidades y pudiese desprenderse de la realidad cotidiana y de aquello que contribuyó a la construcción de su totalidad como ser humano. Esos son puntos de vista que la propia producción literaria se ha ocupado de dejar en el camino como hipótesis no aplicables a la generalidad.
Lo que sí podemos afirmar de este libro, es que la sensibilidad de la profesión médica abrazada por la autora, se cuela en los relatos, quizás asentada en unos cimientos de realidad a los que la ficción le da un abanico de emociones, que son las que despierta la lectura de cada uno de los textos.

Una máquina de conmover

Cuentos, relatos, textos, o como se quieran llamar en esas ansias que tenemos de encasillar, rotular y caracterizar, se transforman en una aceitada maquinaria de conmover, ya desde el inicio, con “A mate cocido”, que pone ante nuestros ojos una realidad social a la que preferimos ignorar, para no comprometernos. El diálogo entre médica y paciente no admite más explicaciones y nos lleva directo a la empatía que se multiplica en el amor de una madre.
En “Niño perdido” la construcción textual y de imágenes está muy bien resuelta, lo que posibilita el grito difuminado de la injusticia cometida. María Cristina Guerrero no teme a explorar en problemas que fueron “tabú” para toda una sociedad acostumbrada al silencio cómplice y lo hace de un modo impactante, con una voz narradora que simplifica aquello que es desgarrador.

Mundo en construcción ficcional permanente

Es un deleite ver cómo esta nueva escritora talla el texto y lo hace maleable para jugar con las idolatrías infantiles por los súper héroes en el cuento “El amor de Roberto”, en donde juega con las distintas edades del protagonista y sus obsesiones.
“El escritor” nos revela un mundo de construcción ficcional permanente, que es la mente de aquellos que se dedican a imaginar historias, pero apoyados en las ya existentes, alimentando los sueños de reconocimiento que siempre subyacen en el ánimo de quien se enfrenta a la hoja en blanco. Ese mundo onírico que irrumpe es lo que le da un ambiente atrapante al cuento.

Entre la política y la pandemia

Podríamos decir que “El príncipe” es la radiografía de la amnesia político electoral, muy bien llevada por lo que podría ser un “Pepe Grillo” moderno que le señala lo correcto y lo incorrecto al protagonista. Y ya sabemos el caso que le hacía Pinocho a su “conciencia”.
El narrador de “Donde debo estar” es lo original y atrapante en la secuencia de acciones, que transcurren y superan los oscuros tiempos de la pandemia, la labor médica y los vivos de siempre que aprovechan los momentos de incertidumbre. Un cuento muy recomendable.

La materia prima de “la frágil humanidad”

“Al final de los años” aborda el tema de la vejez como estorbo de las nuevas generaciones, pero con un mensaje que nos saca del eje en el que suelen terminar estas cuestiones en la vida real. Esa es la frágil humanidad que es la materia prima de nuestra autora, tanto en los defectos como en las virtudes. Las historias tienen puntos de contacto en la temática, por ejemplo, con el cuento “La edad de las palabras”, en donde la protagonista camina por los senderos del recuerdo.
Escribir este prólogo es caminar por la fina cornisa de no revelar ningún final, esa tentación que tenemos viva dentro nuestro cuando los cuentos nos impactan, nos conmueven, nos transforman. Nuestra humanidad, siempre frágil, pone a prueba nuestro corazón con historias que pueden nacer en un consultorio, como en “Primero Mariela”; o que pueden perdurar en las marcas de un mal recuerdo en una etapa fundamental de la vida, como en “Cicatrices”; o que destruyen los arquetipos de príncipes azules, como en el cuento “El encuentro”; para finalizar con una tremenda invasión de gusanos que afecta a cada uno de manera dispar, en el texto “Las orugas”. Así actúa la humanidad cuando se enfoca una parte, cuando ese colectivo inmensamente inabarcable, se apunta al individuo y sus acciones, sus pensamientos y su forma de ser.

Un tobogán de sensaciones

Sin darme cuenta, ya he llegado al final de este prólogo, de esta presentación de tanta responsabilidad. Ha sido como la lectura del libro, un tobogán de sensaciones que me han impedido apartar los ojos de las páginas hasta toparme con el punto final. Y solo me queda saludar la decisión de publicar de María Cristina, única manera de dejar de corregir permanentemente, e instarla a acompañar a este hijo literario en estos primeros pasos, porque los hermanos ya vienen batiendo el parche en un futuro no muy lejano.

*Creador y director de Diario Cuarto Poder y Letras de Fuego Ediciones. Periodista, profesor de Letras e Historia y escritor.

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