María Belén Aguirre: “Ubi sunt puede leerse como una biografía apócrifa de Miguel Ángel Bustos”

Por Gustavo Díaz Arias* para Diario Cuarto Poder / Estoy muy feliz, y me siento honrado. Una vez más me han dado  la oportunidad de entrevistar a una de las grandes escritoras de nuestro país: María Belén Aguirre, quien es además una gran pensadora y filosofa.

Este diálogo se produce a pocos días de la presentación de su último libro “Ubi Sunt”, que se producirá este sábado 19 de febrero, desde las 20, en la Librería Madreselva, en Jujuy 45, de San Miguel de Tucumán.
Es un orgullo tener la posibilidad de leerla y compartir momentos invaluables con ella. El mes pasado, nos reunimos junto a la Comisión de la “Asociación Ilícita de los Poetas Muertos: Alejandra Pizarnik”, María Belén Aguirre no tuvo reparos en compartir material de su colección privada para esta asociación que está naciendo; nos dio detalles importantes que desconocíamos acerca de esta autora, y hasta tuvimos el placer de escucharla recitar poemas de la desaparecida escritora y propios. Además de ser una de las grandes escritoras de Argentina es, sin dudas, un ser humano sumamente generoso.
Tapa de Ubi Sunt.
Tengo la certeza de que cuando ustedes estén leyendo esta entrevista, nuestra admirada escritora tendrá un par de obras más en sus manos.
Leer “Ubi Sunt”, me llevó a mis catorce años, cuando sin pensarlo me convertí en adulto. Época en la que desaparecía el escritor Miguel Ángel Bustos, pero nunca se extinguió su poesía.
Ahora sí, los dejo leer las respuestas de María Belén Aguirre como una previa a lo que será la presentación el próximo 19 de febrero de “Ubi Sunt”.
Vamos en primer lugar a Ubi Sunt
—El epígrafe es de Miguel Ángel Bustos, alguien a quien admiro. Tiene una poesía clara, profunda, y muchas de ellas son de denuncia. Siento que nos fue arrebatado demasiado pronto. ¿Por qué lo elegiste?
 —Elegí unos versos suyos como epígrafe de Ubi sunt, pues lo considero uno de los poetas más relevantes de la poesía argentina. Su condición de desaparecido no es un hecho irrelevante. Sin embargo, la desaparición no consagra. Es el don el que consagra, más allá y más aquí de toda administración de justicia poética. Más tarde o más temprano. Él era el don, la encarnación del don. Era (es, sigue siendo), el desasosiego de saberse portador de una Luz al mismo tiempo atávica y oracular.
La percepción acerca de una poética inaugura una nueva poética, es la poética del lector. Para mí Miguel Ángel es un ángel endemoniado, inyectado de amor, críptico hasta la creación de un nuevo lenguaje. Aunque se lo haya vinculado, en ese afán de la crítica literaria por establecer parangones y parentescos, tanto con la poesía maldita (Baudelaire, Artaud, Rimbaud y el conde de Lautréamont), o por el inusual diálogo de imágenes procedentes de naturalezas diversas con el surrealismo (Breton a la cabeza de la mujer de pelos verdes), o con la poesía mística (San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Holderlin, Colerigde, etc.), o con el art brut por la amistad con el poeta Jacobo Fijman, estrechada en su paso por el Borda. O con una poesía al margen del canon, en una vinculación que algunos críticos establecieron mucho después emparentándolo con la rareza inclasificable e indómita de un Osvaldo Lamborghini. Como verás, la paleta de relaciones es variadísima. Miguel Ángel Bustos es inasible. “Una silueta inasible”, así lo definía Cortázar ante la impotencia de lo único, de lo que no puede ser reducido a esto o a aquello. O ante la libertad, esa moral de pájaro resistiéndose a la jaula de las nomenclaturas. Creo que hay maneras y maneras de resguardarse de la pérdida de la libertad: la forja de una poética (ars vivendi o ars moriendi) personalísima es una de ellas. Y, en ese sentido, pienso también la poesía de su hijo Emiliano. Ellos dos conforman una unidad ontológica a prueba de todo intento de escisión. Ni la Muerte ha podido separarlos.
Ubi sunt puede leerse, y de hecho así lo hicieron algunos lectores, como una biografía apócrifa de Miguel Ángel. La osadía es el resultado de haber hecho converger una  época, un nombre, unas iniciales y un horror. Bustos no fue, como mi protagonista, arrojado al Río de la Plata en un vuelo de la muerte, por ejemplo. El vuelo es una metáfora que me permitía hacer dialogar mi texto con su “El Himalaya o la moral de los pájaros”. Pero también con el destino final de sus cenizas, arrojadas en una ceremonia por su hijo allí mismo.
Miguel Ángel fue hallado en mayo de 2014  por el Equipo  Argentino de Antropología Forense (EAAF), en el Cementerio de Avellaneda, lugar donde se encontraron dieciocho fosas comunes y once tumbas NN. Todos estos datos los conocí gracias a la intensísima biografía del escritor Jorge Hardmeier (Miguel Ángel Bustos / Biografía de un poeta militante), un regalo del escritor Eugenio López Arriazu,  a quien a cada página agradezco, mientras le digo: “Este libro es el guión de un documental que debió ser”. Yo he leído ese libro de más de quinientas páginas con la avidez de un sediento. Yo quisiera compartir, a través de esta entrevista, esa misma sed con otros.
Es que Miguel Ángel es un mundo. Es la metonimia de una Argentina distinta, y cuya mítica le fue arrebata por la dictadura. Yo divido a la Argentina en dos: la Argentina probable y la Argentina imposible. Aquella, la anterior a la última dictadura, es la que añoro. Una Argentina rica en relaciones entre artistas e intelectuales. Leyendo a Hardmeier descubrí en mí la fruición del hallazgo de los lazos entre Miguel Ángel y Leopoldo Marechal (su padrino literario, quien además prologó su libro “Visión de los hijos del mal”), o con Aldo Pellegrini (poeta, traductor y crítico que introdujo en  nuestro país el surrealismo y quien acompañó a Bustos en su faceta de artista visual, con un texto bellísimo de catálogo). La herencia de Miguel a su hijo Emiliano se expande también hacia las artes plásticas. La riqueza de esa época es tal, que hasta podríamos pensar a Bustos como una cartografía o un prisma en el que es posible hallar a su amiga Alejandra Pizarnik, a Juan Gelman (quien prologó su “Corazón de piel afuera”), Manuel Mujica Láinez, José Bianco, Alberto Girri, Enrique Pezzoni, Arturo Carrera, la mismísima Olga Orozco, Diana Bellessi, el Tata Cedrón, Alberto Szpunberg, Vicente Zito Lema, Paco Urondo, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y tantos… y tantos…Y todos, dispuestos a un convivio poético, humano, espiritual e intelectual. Generaciones dialogando con generaciones. Una Argentina que, narrada a la luz de este 2022, me sabe ya a  Argentina utópica. Y la Argentina imposible es la que vino después. Y los años que le siguieron, las réplicas de un terremoto demoledor.
Hemos perdido. Esa es mi sensación. Pero algo en nosotros resiste. Una lucecita entre la umbría supremacía de la realidad real.
—No olvido jamás el día que decidiste compartir “Ubi Sunt”. Lo leí completo esa misma noche. Me pegó fuerte. Me llevó a mis 14 años, a mis primeras búsquedas de una verdad. Ubi Sunt es el libro que hubiese querido escribir. ¿Cuál es la esencia de Ubi sunt? ¿Forma parte de algunas de tus búsquedas? Perdón sí soy irrespetuoso, pero soy mucho mayor, y en Ubi Sunt te expresas como si hubieras vivido en una época que nos marcó a fuego.
Te voy a responder citando unos versos de Miguel Ángel, ya que la obsesión y la oportunidad lo ameritan:
Yo no soy de ningún siglo. / Vivo ausente del tiempo. Soy mi /  siglo como soy mi
sexo y mi delirio. / Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.
Cada día con mayor fervor creo que todos los tiempos habitan en nosotros. Antigua e ilusa, así me siento. Si lográramos sustraernos de la noción de tiempo, tal y cual nos ha sido impuesta, lograremos introducimos más velozmente en la Luz mítica de nosotros mismos. Por eso, amigo mío, estoy convencida de que ni vos sos mayor que yo, ni yo soy un pichón de nido.
No desmerezco, sin embargo, la naturaleza experiencial de lo humano. Pero vivo, puedo vivir y morir la experiencia ajena como un fenómeno inherente a mí. No sé qué es eso. Quizás un defecto de fábrica. Me pasa eso. Por eso siento que disfruto tanto de escuchar a las personas. Ahora me estás tirando de la lengua, pero te digo…escuchar es mi debilidad. Mi madre, por ejemplo, suele contarme con mínimas variaciones casi siempre las mismas historias. Nunca le dije: “Mamá, esto ya me lo contaste”. No se lo diría jamás. No me lo perdonaría. ¿Y sabés por qué no me lo perdonaría? Porque cada vez es diferente. Si yo impido ese relato, coartaría las posibilidades cuánticas, expansivas y vitales de esa historia. No solo de ella en tanto vocera del pasado, sino también del relato. Estaría matando la historia, ¿me entendés?.
Quiero estar presente también en ese pasado que se evoca. Quiero estar presente en el presente. El pasado y el futuro son dos tentaciones muy seductoras. Yo quiero lo que tengo. O, desde otra perspectiva, quiero lo que me tiene. Tengo el presente, este regalo de Dios.
En cuanto a Ubi sunt, pues todo es búsqueda. A veces uno, de tanto en tanto, encuentra algo o alguito que lo hace seguir. Pero todo es búsqueda. Mi hermana me dijo la otra vez algo divino, literalmente divino. Me dijo: “El mal de la humanidad se llama hambre”. Hambre de todo. El hambre existencial. Frente a esa hambruna podemos intentar al menos dos actitudes: padecerla como una falta (Platón), o deleitarnos en ella por su intrínseca condición de potencia (Spinoza). Yo elijo a Spinoza todos los días.
Ubi sunt es la búsqueda del otro que hay en mí. Mi valor agregado son los otros, no yo solamente. Y conste que he escrito “solamente” en el más estricto sentido de la palabra.
—‘Voy hacia atrás/ como los cangrejos…/’ es uno de los poemas más breves del libro, es tan profundo. El pasado como una torpeza para el futuro. ¿Es eso el pasado en tu vida, en la vida de todos?
—El pasado es un mal necesario. Es parte de una dinámica de prueba y error. Hemos venido a este mundo para equivocarnos. Hemos venido a este mundo a tropezar todas las veces que sean necesarias. Quien no asuma esto como parte de su épica, ya se ha perdido de antemano.
—Sigo leyendo, de pronto aparece ‘Sin advertirlo estábamos/velando no las armas/las letras’. Duele leerlo. ¿Duele vivir? Es Ubi Sunt algún tipo de reclamo existencial?
Ese fragmento es un intertexto con el capítulo en el que, en el trance de armarse caballero andante, don Quijote, con la complicidad de unas personas, vela sus armas. Hay una sacralidad de todo. Por más que el tono del Quijote sea paródico, adoro esa vivencia del detalle, esa celebración del detalle. Dice Deleuze junto a Claire Parnet: “Hacer de cada acontecimiento, por pequeño que sea, la cosa más delicada del mundo”. Creo que de eso se trata. Seríamos menos pobres si comenzáramos, si nos permitiéramos, si nos concediéramos esa apertura a lo sagrado.
¿Si duele vivir? Sí, claro que duele. El tema es qué hacemos con ese dolor. Ese dolor debe trascendernos. Caso contrario, no sirve para nada. El dolor es un don que pocos tienen la valentía de asumir a consciencia. Es preciso pensar al dolor. Aproximarse, acercarse, adentrarse en el dolor. El dolor es la gran ciencia humana. Esto no significa ser un infeliz y condenarse a la autoflagelación. Esto, para mí, significa no coadyuvar, no ser cómplices de los mecanismos de amortiguación,  entumecimiento y adormecimiento de nuestras capacidades sensitivas. Si con mi mano intentara asir el fuego, me quemaría. Hay ahí la prevención de un dolor que mi sensibilidad avizora. A eso me refiero. No es necesario arder en la llama. Pero es imperioso ser esa llama.
Ubi sunt, pese al tono elegíaco que pudiera sugerir el título, es otra cosa. Incluso pese a la referencia a los vuelos de la muerte. Ubi sunt no es un manotazo de ahogado. Es el intento, a contrapelo de la gravedad, de un vuelo pese a todo.
—¿Ubi Sunt, tiene relación con lo que vienes escribiendo?
—No. No y sí. Yo, en mis obras anteriores había venido hablando de mí y de los míos. Y, ¿sabés? Ahora que me lo preguntás, te digo… Yo no he dejado ni por un segundo de hablar de mí y de los míos. Miguel, M y E, los protagonistas de Ubi sunt, y con ellos también este país me pertenecen. “La patria es un dolor que aún no tiene bautismo”, reza un verso de Leopoldo Marechal. Y, ¿sabés? Este dolor es mío. Es mío y lo quiero compartir con media humanidad.
—¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Te concentraste en algo particular para escribir?
El proceso de escritura fue frenético, febril, demencial. No puedo escribir de otra manera. Mi escritura es un perro que ladra y muerde. Mi escritura no es un animal domesticable. Me gusta experimentar. Cada uno de mis libros es un artefacto, o eso pretende ser. Creo haberte contado en alguna oportunidad que de chica, a la hora de la siesta, aprovechando que todos dormían, yo abría todos los aparatos de mi casa. Tenía un destornillador de plástico que me había regalado Teresa (mi tía de crianza). Los abría, les sacaba las partes, ponía un cable en el lugar de otro y después cerraba todo de nuevo. Al resto te lo imaginarás. Yo amaba y amo el éxtasis de no saber hasta dónde llegará el estallido de mi explosión. Poray no pasa nada, y el peligro es tan solo un fantasma inocuo. Nunca se sabe.
Pero respondiéndote, me concentré en recrear sensaciones. Ubi sunt es un libro muy corpóreo.
—Bien, pasemos a otra cosa. En una entrevista anterior compartiste tus experiencias paranormales ¿Tuviste nuevas?
—Siempre. Se vive con eso. Eso te acompaña. Las otras realidades, las realidades intangibles son, como diría mi hermana “un hilo finito”. Basta sustraerse un poquito del influjo de este mundo y ya estás del otro lado. Entonces ya no hay rareza. No hay pérdida de consciencia. Hay, sí, la asunción de otra consciencia.
—¿Esas experiencias, ayudan a tu creación literaria?
Sí. Pero más que nada porque potencian lo que ya tenés. El poeta polaco Czesław Miłosz dice, en un poema bellísimo titulado “Madurez tardía”: “Somos infelices porque hacemos uso de / una centésima parte del don que habíamos recibido /  para nuestro largo viaje”.
—Sé que escribís narrativa, fuiste premiada, aunque la mayoría te conocemos por tu poesía ¿Acaso es porque la poesía siempre está presente en tus creaciones?
—Escribo poesía porque la poesía es el ritmo de mi respiración. Cuando intento escribir una narrativa convencional, digo: una de largos párrafos, descriptiva en grado sumo, naturalista, etc., siempre me asalta la tentación de escandir. Ahí la vírgula aparece como mi gran aliada. La vírgula es un latido. Si querés escuchar mi corazón, no tenés más que leerme.  La escritura es una forma de autoauscultación.  Esto supone asumir la existencia de una, si se quiere, anatomía del texto. La respiración es el estilo.
Hay un libro de Alberto Girri que tiene un título encantador: “Quien habla no está muerto”. Bueno, salvando las distancias y una poética que Girri se empecinaba en considerar racional, creo que la primera víscera del animal humano es el cerebro.
—Pasas mucho tiempo fuera de la provincia ¿Cómo mantienes la fuerte vinculación con Tucumán pese al reconocimiento nacional?
—Mi vinculación con Tucumán nunca se ha roto del todo. Aquí tengo a mi familia, a mis animalitos y a mi matorral. Aquí te tengo a vos y ahora a un buen par de amigos. Tucumán es mi infancia, y la infancia es una patria. Nunca te vas del todo. A uno le puede haber tocado en suerte una infancia menos grata que la del resto de los niños, pero eso no hace mella en esa necesidad, mía al menos, de retornar.  Yo amo mi infancia y sus desgracias, lo prematuro de todo lo que vi y viví. Muy otro sería el ser con el que estarías hablando en este momento si hubiera sido de otro modo aquella etapa mía. Creo que en la actualidad no se les permite a los niños y a las niñas vivir con intensidad sus infancias. El saldo de ese desatino es después una población de adultos puerilizados y puerilizables. Inmadurez no es inocencia, un poco sobre eso versa Ubi sunt.
—¿Qué emociones te asaltan con la idea de presentar un nuevo libro en la provincia?
—Ansiedad, miedo. Ya sabés.
—Estás por presentar “Ubi sunt”, pero ¿asoma algún proyecto en el futuro cercano?
Cercanísimo, el 11 de marzo, Dios mediante, estaré presentando Pater dixit, mi nuevo libro, en la Biblioteca Nacional. La presentación estará a cargo de la poeta Alicia Silva Rey (una voz única e iluminadora dentro de la vasta cartografía de la poesía argentina contemporánea). Y en música, el poeta y compositor Martín Di Benedetto, mi muy querido amigo. Estoy feliz. Pater dixit es un libro que amo especialmente. Es una nouvelle también. Una nouvelle que documenta la experiencia de una comunicación entre un padre fallecido hace más de veinte años y su hija, a través del auxilio de un médium espiritista tucumano.
 —¿Cuál te parece el proyecto más loco que hiciste realidad?
—Pater dixit.
 —¿Qué piensas de los que dicen que la poesía no vende?
—Que tienen razón y que se equivocan. La poesía no ha sido creada para hacer rico a nadie. Quien escriba dictado por ese afán, ha errado su elección. La poesía te enriquece de otras más sublimes maneras.
—¿Te desvela entrar en el canon literario? ¿Te parece justo que haya escritores que están en una especie de purgatorio esperando el OK de los académicos?
—No, en absoluto, Lo que te dije acerca de la poesía es completamente válido también para tu pregunta sobre el canon. No me desvela entrar en el canon. Me desvela escribir auténticamente todo lo que escribo. Me parece un paisaje desolador ese del purgatorio y los autores esperando. No tengo nada en contra de los académicos. De hecho, los hay también sensibles. Pero en lo que a mí respecta, no espero la venia de nadie. Nadie debería hacerlo. Tu verdad es la única venia.
—¿Hay una nueva poesía argentina?
Desde mi sesgada percepción de las cosas, debo decirte que sí. Creo que desde los noventa para acá, hay una nueva poesía argentina. Es decir, no hay. O hay bajo la forma de honrosas, necesarias y urgentes excepciones. La poesía es también un epifenónemo de lo político. Los 90 marcaron un momento de inflexión en la literatura de nuestro país. Y la poesía fue la más perjudicada. Escrituras coyunturales para realidades coyunturales. Pobreza a la pobreza, hambre al hambre. Así defino a esta nueva o aggiornada poesía. En ese contexto, la contribución a la confusión general, por citar palabras de Aldo Pellegrini, no ha cesado. También yo, a mi manera, contribuyo, aporto, tributo, tal vez. El influjo sin filtro de lo prosaico, la literalidad lisa y llana, la premura por bocetar viñetas anodinas sin mayores trascendencias, el enaltecimiento de la pura inmanencia de un aquí y de un ahora agotables pero lejanas de la eternidad del haiku, la inconsciencia acerca del lenguaje, la renuncia vocacional o no a los tropos en pos de tópicos inmediatistas, el desenfado de una versificación sujeta a los azares del dispositivo, todo eso define a esta nueva vieja poesía. Todo  a favor de una poesía resultista, efectiva y de remates ovacionables. Poesía para ser leída a los gritos por igual en los cenáculos o en los antros. Creo que la performance le ganó a la poesía. La hiperconsciencia de la venia la hizo devenir espectáculo. Hay una especie de mediatización de todo, fagocitada por la banalización. No es que promueva un retorno a Guttenberg. No, ningún retroceso. Pero tampoco ningún progreso, ningún extremo que traicione la naturaleza orgánica, fluctuante y rizomática de todo. No, ninguna concepción darwiniana del arte. La poesía es un poder. Es importante no olvidar eso. Yo te decía al principio de esta conversación que siento añoranza de esa Argentina vital, la Argentina posible, la de Bustos y el fulgor de las almas vibrantes. Thánatos está venciendo a Eros, eso siento a veces. Una muerte de la poesía, frente a quienes reivindican su vitalidad. Las excepciones están dadas por poetas que han bregado, abogado y consagrado su escritura a la búsqueda de sí mismos. Voces auténticas, reconocibles. A veces me pasa al leer al azar algún poema de los novísimos, experimentar algo así como el desconcierto de estar asistiendo a una suerte de entelequia del poeta único. Todos los poetas, el poeta. Todas las poetas, la poeta. Una suerte de Leviatán de longitud semejante a la distancia que va de La Quiaca a Ushuaia. Eso, quizás, como una manifestación del problema de la federalización de la cultura. Discursos colonizantes, todavía. ¿Todavía?
Pero de nuevo, insisto, las excepciones me devuelven la esperanza. ¿La esperanza en qué o de qué?, te preguntarás. En las minorías creadoras. Siento que por ahí viene la luz para y desde la poesía en nuestro país. Minorías que, por diversas razones, todas válidas y atendibles, han comenzado a hacer oír sus voces. Pienso en la comunidad LGBT, pienso en las identidades de género y sus maridajes y travestismos varios, pienso en la marginalidad, pienso en las etnias, pienso en los procesos migratorios que han poblado nuestro país y en las imbricaciones culturales que de ellas emerge, pienso en las comunidades aborígenes, o en los colectivos feministas, etc. También al principio te hablé de “la poética del lector”. Esto, aplicado a la poesía, sería mutatis mutandis lo que la “muerte del autor” proclamada por Barthes a la literatura en general. Hay un derecho del lector (o diez, diría Pennac), que no debe ser soslayado. Creo en el lector. El lector es mi última esperanza.  El lector es nuestra última minoría. El lector,  el lector. Un lector, Gus. Un lector.
—Esta no es una pregunta, es un pedido, regalame algo tuyo, lo que quieras contarme, quiero que vos hagas el cierre, sin pregunta alguna. Eres la protagonista principal y así quiero que termine esto, con tus palabras.
Quiero regalarte algo. Cerrá los ojos. No hagas trampa. Abrí la mano. Tomá esto. Es un extremo de mi auricular. Quiero que escuchemos juntos algo. Cabeza contra cabeza. Tu oído izquierdo y mi derecho. Como siameses. Eso, eso nomás. Eso, y una quietud que dure el tiempo de esta canción y  tal vez un ratito más, antes de mirarnos a los ojos.

Nota del entrevistador: Desde aquel día, año 2011, cuando te crucé en la peatonal, te hiciste dueña y generadora de grandes y hermosas emociones, me uniste a seres humanos maravillosos, me regalaste ganas y deseos de creer que aunque la vida es la experiencia más injusta y maldita, seres como vos hacen que valga la pena seguir. No me alcanza decirte te quiero, es muy osado decir te amo, acaso hay una palabra que no ensucie y a su vez eleve los sentimientos más puros. Gracias, siempre gracias. Gracias.

*Escritor, cofundador de la Asociación Ilícita de los Poetas Muertos Alejandra Pizarnik.

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