Marian López Reta tiene 53 años, el mate en una mano y la pava en la otra. Le toca volver a cebar pero pierde el ritmo cuando sonríe y señala con la mirada la arcada de ladrillos, en el living de su casa quinta, en Tortuguitas.
Por ahí va a aparecer vestida de largo a fin de mes, cuando celebre su cumpleaños número 54. Van a recibirla más de 40 invitados: sus amigas y amigos, algunos familiares, su novio y su hijo adolescente, que acaba de llegar de la panadería con alfajorcitos de maicena. Hace menos de cuatro meses que Marian comenzó su transición, después de décadas de haberse tragado el secreto. Va a ser su fiesta de cumpleaños pero ella no la llama así: “mi fiesta de renacimiento”, le dice.
Ahora que al fin pudo ponerle nombre a lo que le pasaba, puede mirar hacia atrás en su biografía y atar cabos: un nene de 4, 5 años que miraba a su mamá y a su hermana maquillarse y sentía “angustia, un deseo enorme de estar en el lugar de ellas”. Un nene que, cuando se quedaba solo, hacía menjunjes con harina, huevo y shampoo y se los untaba por el pelo, tratando de teñirse como lo hacían ellas.
Marian no fue adolescente en cualquier época sino a fines de la década del 70. Un varón más del Mariano Acosta, cuando todavía era un colegio que no admitía mujeres. La adolescencia llegó con “ataques de llanto y crisis de angustia inmanejables”.
El punto de quiebre fue cuando tenía 13 años y escuchó a su mamá susurrar en la cocina: “En unos meses Marianito va a empezar a salir con chicas y todo esto se le va a pasar”, aseguró. Pasaron exactamente 40 años de la frase y, apenas Marian la repite, tiene que hacer un esfuerzo por armarle un muro de contención al llanto.
— ¿Qué te pasó con eso que tu mamá dijo?
— Tomé conciencia plena de que nunca me iban a dejar ser yo. Fue como escuchar al juez dictarle cadena perpetua al inocente.
La construcción del que no era
“A partir de ese momento empecé a construir un Mariano, el Mariano que querían ver”, sigue. El personaje tuvo consecuencias directas en su personalidad: era un adolescente inmaduro, se llevaba todas las materias, quedaba libre con facilidad.
Se mentalizó de que “era un varón heterosexual”, empezó a salir con mujeres, se puso de novio con una de ellas, se casaron, estuvieron 17 años en pareja, tuvieron dos hijos.
Al secreto se lo tragó, literalmente, porque estando casado llegó a pesar 185 kilos.“Desde la adolescencia sentí una disociación entre lo que el espejo reflejaba y lo que yo era. Ese que veía no era yo, ni el hombre ni el que tenía ese cuerpo”, sigue.
Tenía 42 años cuando un hombre le habló a través de un chat de citas, Marian pensó que había llegado el momento de sacarse las dudas y mantuvo una relación gay por primera vez. “Recién ahí, cuando empiezo a preguntarme ‘¿y ésto dónde estaba?’, empezaron a aflorar todos estos recuerdos que tenía sepultados“.
Se divorció y hace siete años que está en pareja con Matías, un joven que trabaja como empleado de seguridad en una planta industrial mientras cursa el profesorado de matemáticas.
Francisco, el menor de los dos hijos de Marian, tenía 9 años cuando le dijeron la verdad: que su papá se había dado cuenta de que su orientación sexual no era heterosexual y que había empezado a vivir una vida de hombre gay. Quien responde ahora es Francisco, que acaba de cumplir 19 años y de salir oficialmente de la adolescencia.
—¿Qué te pasó cuando te contaron que tu papá era gay?
—A mí no me daba miedo ni ningún sentimiento malo, por así decirlo. Pero sí es verdad que las cargadas en el colegio jugaban un poco en contra. No por mí, yo no iba a pensar distinto, pero cuando me decían “ah, tu papá es gay, de tal palo tal astilla”, lo que me hacía sufrir es que lo decían como una especie de insulto.
— ¿Te dolía eso que te decían?
— Te repito, no es que me dolía que mi papá fuera gay, me dolía que un amigo de toda la vida, con el que jugada a la pelota desde el jardín, tuviera ganas de agredirme.
Su papá había logrado echar luz sobre su orientación sexual, la primera parte del famoso secreto. Pero había otro aspecto todavía oculto, que tenía que ver con su identidad de género.
De Mariano a Marian
Marian había logrado contarle a su pareja que le gustaba usar ropa de mujer en la intimidad y a Matías no sólo no le molestó sino que usó el dato para tirar de la cuerda. Le preguntó si quería que empezara a tratarla con pronombres femeninos cuando nadie los escuchara: decirle ella y no él. Marian aceptó y dio el primer paso.
No fue -nunca lo es- algo de un día para el otro. Mientras afloraba esto en su vida privada, Marian, que es sonidista en recitales de rock, sostenía su imagen de “viejo rockero”, tipo Lito Nebbia: barba gris, remera negra sin mangas, boina.
“No me animaba a hacer la transición. Decía ‘no, por el laburo’, ‘no, por mis hijos’, ‘no, por los vecinos’. Y un dije me dije: ‘¿A quién carajo estoy engañando ahora?'”.
Fue hace casi cuatro meses: Francisco, su hijo menor, tenía 18 años, iba al secundario y ya vivía en esta misma casa. Cuando se lo dijo, estaban sentados alrededor de esta misma mesa. El padre había empezado a ponerse algo de base y corrector de ojeras, calzas, pañuelos en el pelo.
“Le dije ‘bueno hijo, habrás notado ciertos cambios…”, cuenta Marian, y con el relato recupera los nervios de aquel momento. “Lo que quiero decirte es que ahora soy ésta y voy a seguir por este camino“. La respuesta de su hijo todavía la emociona: “Me contestó: ‘Hacé lo que quieras, sé feliz‘”.
Después, el hijo agregó: “Lo único que no sé es cómo te voy a tratar, no se si me va a salir tratarte en femenino“. El padre respondió: “No importa, tratame como te sientas cómodo”. La respuesta a la duda acerca de si pudo o no la tiene Francisco:
— Yo creí que lo mejor, por respeto, sería tratarla como ella quería. Ella también me trata como yo quiero, eh, no es que yo llego a casa y me dice: “Alberto, ¿cómo andás?”.
Francisco no es activista y, hasta hace poco, ni siquiera sabía que existía un movimiento de mujeres trans y travestis que luchan para defender sus derechos. Sin teoría, entendió que así como existe una orientación sexual y una identidad de género, existe un rol de género y que, por lo tanto, Marian iba a seguir siendo su “viejo”.
Fueron aprendiendo juntos y, a fines de junio, sabiendo que su papá todavía no estaba del todo a gusto con su incipiente imagen femenina (no hace mucho que empezó la terapia hormonal) lo acompañó al programa de televisión “¿Quién quiere ser millonario?”. Quien habla de eso es otra vez el hijo:
— ¿Por qué decidiste exponerte en la televisión?
—No sé, me pareció que la iba a ayudar a ella ¿no? Que me tenga ahí a mí. Como un voto de confianza para sentirse más cómoda, ¿no?
Su papá ganó 180.000 pesos, contó que quería usar el dinero para colocarse implantes mamarios y, si alguien no sabía lo que estaba pasando en esa casa y en esas vidas, se enteró. Cuando Marian volvió a Tortuguitas, la habían visto hasta las piedras.
“Pasó algo que, te juro, para mí es más importante que la plata. Una vecina, mayor y con una ideología muy cerrada digamos, me llamó por teléfono y me dijo: ‘La verdad, siempre sentí rechazo, pero después de verte en la tele, de conocerte, de escuchar tu historia, entendí que estaba equivocada”.
— Francisco, ¿y a vos qué te pasa con esto que finalmente se animó a vivir tu papá?
— Yo creo que me hace crecer.
— ¿Por qué?
— Por un lado, porque me enseña a abrir un toque la cabeza. Y por otro, porque me muestra que animarse a enfrentar cosas todos los días para ser quien querés ser está copado. Ella es una persona que toma decisiones valientes, ya se lo vi a lo largo de la vida.
Cuenta Francisco que cuando invita amigos nuevos a casa, su padre le pide que les avise antes. Que el que quiera venir, venga y al que le moleste, que no venga.
— ¿Avisarles? ¿Y cómo les decís?
—Así, como te contaba. “Mi papá es una mujer trans. Le gusta que la llamen Marian”.