Por Manuel Rivas* de Diario Cuarto Poder / El hacedor de sonrisas. La muerte del legendario cómico argentino, Carlitos Balá, representa la irrecuperable infancia de millones de argentinos. La inmortalidad de la memoria es el premio a su trayectoria.
¿A cuántos millones de argentinos les habrán sonado en la mente las canciones de Balá, al conocer la noticia de su deceso? Seguramente a muchos que, como yo, crecimos viendo sus programas y películas. Más de una lágrima cayó de los ojos.
Las frases acuñadas por su ingenio, los personajes, las anécdotas, los recuerdos colectivos que traccionan ante la certeza de la ausencia física, aquella que todos tememos y que, si no la queremos para nosotros, menos para nuestros ídolos.
El jueves por la noche asistí a la presentación de la versión bilingüe de “Mamá” (Mother), el libro del escritor tucumano Fabián Soberón, en donde se trató este tema de la muerte y de la inmortalidad o la trascendencia.
El diálogo entre el autor y el presentador, sacó a relucir aquella posición de Miguel de Unamuno, en la que definía a la inmortalidad como el recuerdo. Si la persona es recordada, sigue viviendo de alguna manera. Ese galardón está reservado para Carlitos Balá.
Es un premio que seguramente se mantendrá en el tiempo, en el cercano y en el mediano plazo. Si logra alcanzar el lejano plazo, sabremos o sabrán las futuras generaciones, que su legado no tiene sombra que lo oscurezca.
Hoy, en medio de la tristeza, muchos quisimos reconstruir esa infancia en la que el cómico fue un artífice, un constructor de risas, sin la necesidad de echar mano a lo grotesco y chabacano. Esos humoristas están en extinción.
Pero ¿esa reconstrucción de la infancia puede igualar a la vivencia? De ningún modo. La infancia que deja en nuestras manos la desaparición física de Balá es un espejo fragmentado en cientos de pedazos.
Ni aún uniéndolos alcanzaremos ese reflejo limpio y completo que sentimos en la vivencia del nacimiento de aquellas risas. Las que logremos ante esa evocación serán como ecos de aquellas, imitaciones con variaciones limitadas.
Otros quizás prefieran pensar que esa alma que sembró tantas risas es indestructible, y que ahora, en un espacio celestial, en el que la maldad mundana no lo alcanza, se encuentra haciendo de las suyas, con aquellos gestitos que él creó.
Y quizás sea un pensamiento más placentero, más cicatrizante de esta nueva herida causada por la ausencia. Y tal vez aquella “sal amarga”, que le escuché decir a una colega escritora, vuelva a ser salada, como la sal de la vida. Así sea.
*Periodista, profesor de Letras e Historia y escritor. Director de Diario Cuarto Poder.