Era el padre de su hija menor, pero la ahorcó, chocó a propósito con ella arriba del auto, la amenazó con una faca en el cuello, y gracias a un nuevo artículo en la ley, Valeria Juárez se convirtió en la primera sobreviviente del país que logra ocupar el puesto laboral de su agresor en Argentina.
En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, ésta es su historia.
Valeria se sienta en el comedor de su casa y se ceba un mate. Es temprano, está tranquila y todavía tiene un rato libre antes de salir a trabajar y esas cuatro palabras son, precisamente, las que ahora hacen la diferencia: tranquila, libre, salir, trabajar.
Su casa era “un calabozo”
Esta misma casa -en Santa Rosa, La Pampa- fue su calabozo durante años: un espacio en el que vivía muda, con las cortinas cerradas, donde dormía con un ojo abierto y otro cerrado. Es que su agresor -el padre de su hija menor- era su vecino y vivía exactamente detrás de la puerta de al lado.
Valeria Juárez (34) no tenía un empleo formal pero sí su ex pareja, Héctor Mendoza, que era empleado municipal. Ahora es él es quien está preso y si desde hace una semana ella tiene un trabajo en blanco es gracias a un artículo que se le agregó a la Ley Micaela (de capacitación obligatoria en género y violencia de género para quienes prestan función pública) pensando en alguna forma de “reparación”. La norma ofrece la posibilidad a las sobrevivientes de violencia que convivían o dependían económicamente de sus agresores de ocupar el cargo vacante que dejaron ellos al ser exonerados.
“A esta persona la conocí al lado de mi casa. En ese entonces yo me estaba separando de mi primera pareja”, arranca. Y dice “me estaba separando” y el gerundio tiene una razón de ser: su primera pareja -el padre de sus dos hijos mayores- no aceptaba la decisión de ponerle fin al vínculo y pasó largos meses acosándola.
Poner fin a la violencia
“Yo había decidido terminar esa primera relación por la violencia psicológica. Era todo el tiempo lo mismo: que ‘fulano te miró’, que ‘vos lo estabas provocando’, ‘seguro cuando no estoy te vas a coger a cualquiera por ahí’, con perdón de la palabra. Era muy humillante, yo ya no tenía defensas”, relata ella en el “Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer”.
Había estado con él desde los 17 años, habían tenido dos hijos y se habían casado y, cuando quiso pedir ayuda, ya estaba aislada del mundo, “encerrada en una burbuja”. No se informaba, no sabía cómo funcionaban los engranajes de la violencia contra las mujeres y volvía “avergonzada del colegio de los chicos, llorando” cuando él se aparecía y le decía que era una puta delante de las otras madres y de los otros padres.
Fue en ese momento de vulnerabilidad extrema que su vecino apareció en su vida fingiendo ser su protector, su salvador.
Ayuda de un vecino
Valeria había accedido a una vivienda social. Del otro lado de un patio abierto y sin divisiones, Héctor Mendoza, que era viudo, vivía con un hijo. Se contaron algo de sus sus vidas: ella, conmovida, le ofreció ayudarlo con su hijo cuando él se fuera a trabajar; él le prometió estar atento si su ex aparecía.
“Y bueno, resulta que un día aparece acá el papá de mis hijos y me empieza a gritar y él lo enfrenta, me defiende. Lo saca de acá y el tipo no me molestó nunca más”. Valeria se sintió protegida y no reparó en nada de lo que ahora identifica como “los primeros signos de manipulación”: le decía, por ejemplo, que dejara de viajar en colectivo, qué él la llevaba a donde quisiera.
Tener otro hijo
Empezaron una relación y a las pocas semanas Valeria se enteró de que estaba embarazada. “Cuando me enteré, salí llorando, un llanto incontenible. No estaba en una situación como para tener otro hijo, no era una relación estable, yo no tenía trabajo, pero no tenía información como sí tengo ahora y para mí el aborto era terrorífico, eso me habían enseñado”, lamenta.
Por su experiencia anterior creyó que él le iba a decir “que era una puta”, que no le iba a creer que era suyo, pero él aceptó la paternidad sin excusas. “Y estaba todo bien, y nos empezamos a conocer, a tener una especie de relación. Pero a los 5 meses de embarazo viví el primer hecho de violencia de parte de esta persona”.
“Sólo había sido una calentura”
Ella había tardado más de una hora en el supermercado y, cuando llegó al auto, “él estaba furioso, a los gritos, le pegaba piñas al volante” porque, en la espera, la policía le había pedido los papeles del coche que no tenía. “Me trajo de vuelta puteándome todo el viaje, a toda velocidad”. Llegaron y, al rato, él le pidió disculpas de todas las formas posibles y ella -la famosa luna de miel- creyó que “sólo había sido una calentura”.
Pero la violencia, como siempre, no hizo más que seguir creciendo. Y lo que siguió en el inventario fue el día en que él se peleó con otro conductor por un espacio para estacionar, “aceleró, lo pasó, se le puso adelante, hizo marcha atrás y lo chocó adrede, conmigo sentada al lado, con la panza de 8 meses”.
A esa altura, Valeria ya sabía que no quería continuar con la relación y se lo decía, por lo que la violencia se hizo más explícita: Mendoza ya no le ofrecía llevarla en auto, la obligaba a subir.
“Los violentos no cambian”
Todavía aislada y en pleno puerperio, Valeria terminó de entender que es un mito que un violento cambia con un embarazo o con la llegada de un bebé.
“Un día yo tenía a la beba en brazos, tenía tres meses. Estaba en la cocina con la puerta abierta y él regando afuera, de su lado. Me gritó algo y no le contesté entonces nos empapó con la manguera de agua helada. Eran torturas lo que me hacía, a veces me agarraba una mano y me la retorcía para atrás, cosa de verme tirada en el piso del dolor”.
Siguió la vez en que la agarró del cuello y empezó a ahorcarla, mientras ella tenía a la hija de ambos a upa. “Me agarró con las manos del cuello, apretó, me empezó a faltar el aire. Con la única fuerza que me quedaba tiré a la nena al sillón. Cuando él quiso me soltó pero yo seguía sintiendo que tenía las manos todavía acá -cuenta, y se rodea el cuello-. No podía respirar. Fue desesperante”.
Terapia psicológica
Pero Valeria ya estaba haciendo terapia psicológica y la primera vez que él usó un cuchillo Tramontina para amenazarla -”te voy a matar, te voy a ejecutar”-, se animó y lo denunció.
“Además, en un momento descubrió que yo había grabado las amenazas. Porque había entrado una vez acá y me decía ‘vos sabés que si te tengo que cagar matando, te voy a cagar matando’. Me rompió el teléfono, las ollas, todo”, relata. “Yo le ponía frenos, no quería estar más con él, ese era el problema. Y empecé a darme cuenta ‘este tipo está re loco, me va a terminar haciendo algo a mí o a alguno de los chicos’”.
Valeria empezó a sufrir crisis de pánico, “me iba a dormir y sentía que me iba a morir”. No era paranoia: una mañana él le golpeó la puerta, ella abrió y, en el mismo acto, él la acostó de una piña delante de la hermana de ella. Valeria ya vivía con las cortinas cerradas y el televisor apagado, no quería atender el teléfono porque lo que escuchaba era “hija de puta, te voy a matar, vas a ver”, y fue recién ahí que la justicia dictó una restricción de acercamiento.
Le prohibieron tener contacto con ella y, como violó la orden, le prohibieron acercarse a menos de 200 metros, por lo que él se tuvo que mudar. Igual, no se dio por vencido. “Un día se me corta la luz tipo 2, 3 de la mañana. Abro un poco la cortina y lo veo pasar por la vereda. La luz de la calle hizo que algo le brillara: era el reflejo del cuchillo que tenía en la mano”.
Valeria pidió ayuda y tuvo suerte de que un vecino se animara a salir de defenderla. Le dieron una restricción de acercamiento de 500 metros, que Mendoza volvió a violar.
Su hija ya no quería verlo. Era chiquita pero había vivido esa violencia desde su nacimiento y dijo “no quiero ir más” cuando tenía 3 años, el día en que su progenitor -con ella sobre los hombros- rompió a piñas los vidrios del auto en el que Valeria había ido con un amigo a buscar una encomienda a la terminal. Valeria ya se estaba fortaleciendo, por lo que acudió a la Justicia y logró que no obligaran a la nena a revincularse con él.
Después de haber perdido contacto con su hija, Mendoza desapareció durante un año. Cuando volvió a aparecer, Valeria había empezado a militar en la Corriente Clasista y Combativa (CCC), que tiene entre sus integrantes a promotoras en prevención de violencia de género.
“Habíamos venido a casa con algunos de mis compañeros a arreglar unos instrumentos. Era todo un hecho traer gente a casa, yo nunca me había sentido tranquila como para hacerlo, pero ya había pasado un año. Estábamos acá, los chicos en la pieza mirando dibujitos y apareció, así de la nada”.
Según su denuncia, Mendoza tenía un cuchillo de unos 20 centímetros y exigía que le entregara a su hija. Los otros adultos trataron de calmarlo pero Valeria los convenció de que salieran de la casa. “Cuando salieron me agarró del brazo y me puso el cuchillo en el cuello. Yo pensé ‘bueno, ya está, llegó el momento. Una resignación… esperaba lo peor”. Nadie sabe bien por qué pero cuando Valeria pensó que iba a matarla, la soltó y se fue.
Hubo tantos testigos que contaron lo que había pasado que en febrero de este año lo condenaron, aunque sólo a dos años de prisión. Valeria, automáticamente, dejó de cobrar la cuota alimentaria y quedó sin ningún ingreso.
La asistencia psicológica del equipo interdisciplinario de género de la municipalidad la ayudó a terminar de fortalecerse y sus compañeras del Departamento de Género de ATE y de la CCC la apuntalaron para que pudiera acceder a lo que establece la Ordenanza 6305, aprobada en enero de este año. Es decir, a ocupar el lugar de trabajo de su victimario en la planta municipal.
Artículo 9: En caso de cesantía o exoneración de un agente permanente motivada en causas vinculadas al ejercicio de violencia de género, la víctima que acredite ser cónyuge o conviviente, o la persona que acredite dependencia económica de aquel, tendrá derecho a ser nombrada, sin prueba de selección, en un cargo vacante de la categoría inferior de la rama correspondiente a la especialidad y condiciones que poseía el agente cesanteado o exonerado, siempre que acredite conocimiento acordes a esa rama y demás requisitos necesarios para el ingreso. Asimismo, el peticionante no deberá cumplir tareas en relación de dependencia al momento de dictarse el acto administrativo que establezca el cese de la relación laboral del agente estatal. El derecho que acuerda este artículo deberá ser ejercido dentro de los 180 días corridos desde la fecha de la resolución que disponga la baja del agente estatal.
Fueron nueve meses de reclamos en medio de la pandemia y, finalmente, hace dos semanas empezó a trabajar en el área de mantenimiento del edificio municipal. “Se trabajó muy en conjunto para que yo pudiera salir adelante”, se despide Valeria y deja en claro que las consecuencias de la violencia no terminan cuando los agresores son condenados, menos cuando las sobrevivientes no tienen independencia económica.
“La idea no era regalarme nada sino que yo pudiera ocupar ese lugar de trabajo como para poder empezar, después de tantos años y de tantas cosas feas, una vida no sólo con él preso sino…una vida nueva. Una vida con un empleo y poder decir ‘bueno, es la vida que me merezco y que merecemos todos, ¿no?”.