La secretaria de Acceso a la Salud de la Nación, Carla Vizzotti, dijo esta mañana que elevar el tono de voz aumenta las posibilidades de propagación del virus. Las razones.
“Necesitamos realmente jerarquizar las actividades de más riesgo, las actividades en lugares cerrados, por tiempo prolongado, con personas próximas, sin tapabocas, realizando acciones intensas como hablar fuerte, como gritar, como cantar, como reírse, ni hablar toser o estornudar sin cubrirse a boca con el pliegue del codo: son actividades que por más que la persona que esté con nosotros no tenga síntomas, puede estar incubando el virus, podemos ser parte de la cadena de transmisión”, recomendó la secretaria de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, durante el reporte matutino del Ministerio de Salud.
Pero ¿qué riesgo implica cantar, gritar o reírse? El coronavirus COVID-19 es una enfermedad respiratoria que se propaga típicamente por medio de gotitas en el aire. Es decir, que cuando una persona infectada tose o estornuda, las gotas portadoras de partículas virales pueden caer sobre la nariz o la boca de otra persona o ser inhaladas.
Además, una persona también puede contraer el nuevo coronavirus si toca una superficie o un objeto que tenga partículas virales y luego se toca la boca, la nariz o los ojos, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. La duración exacta de la vida del virus en una superficie -un poste, telas o incluso el dinero- depende de muchos factores, incluyendo la temperatura, la humedad y el tipo de superficie circundante.
La guía especifica de los CDC establece que la carga viral requerida para iniciar la enfermedad es de aproximadamente 1.000 partículas virales. Esto hace que el virus que causa COVID-19 se propague de manera muy fácil y sostenida entre las personas. El CDC explica que la carga viral hace que esta enfermedad se esté propagando de manera más eficiente que la influenza, pero no tan eficientemente como el sarampión, que es altamente contagioso.
Para tener una idea de cuándo puede producirse una transmisión y así reducir la exposición al riesgo de los ciudadanos, los CDC hacen un cálculo aproximado de cuantas partículas virales puede emitir una persona contagiada cuando interactúa con alguien que no está enfermo.
La respiración normal tiene una carga aproximada de 20 vp por minuto, mientras que al hablar se lanzan aproximadamente unas 200 vp por minuto. Sin embargo, esta medida puede variar según el tono de voz: si una persona habla muy alto o incluso grita, la cantidad de partículas virales que expulsa por la boca puede ser mucho mayor.
El adiós a la adrenalina
En este sentido, un estudio publicado en la revista PNAS midió con láser la cantidad de gotitas que se expelen al hablar. Los participantes debían pronunciar la frase “Stay healthy” -“Mantente sano”, en español- a tres niveles de volumen distintos. El láser que registraba la cantidad de gotas recogió 347 destellos cuando el enunciado se profería a voz en grito y 227 cuando se articulaba a un volumen moderado. De este modo, los autores del trabajo concluyeron que también “existe una probabilidad sustancial de que el habla normal provoque la transmisión del virus en el aire en entornos confinados”.
Una nueva normalidad
Lo cierto es que a medida que se fueron conociendo los alcances y el modo de contagio de la nueva enfermedad, son cada vez más las medidas que se fueron adoptando en pos de reducir el contagio. De hecho, en Japón, se les pidió a los visitantes que usen máscaras en todo momento y que “se abstengan de vocalizar en voz alta” en las montañas rusas y otras atracciones. “Los fantasmas que acechan en las casas embrujadas deberían mantener una distancia saludable de sus ‘víctimas’”, agregan las directrices. El personal del parque, incluidos los disfrazados de mascotas animales y superhéroes, tampoco debe estrechar la mano ni chocar con los cinco jóvenes fanáticos, sino mantener una distancia adecuada.
Otra de las actividades que implica un riesgo de contagio, es el canto, como modalidad de elevar el tono de voz. De hecho, el pasado 17 de marzo, los 61 integrantes de un coro de Washington, Estados Unidos, se reunieron en un espacio cerrado para ensayar. Uno de ellos estaba infectado y contagió al menos a otros 32, de los cuales tres tuvieron que ser hospitalizados y dos fallecieron.
En este contexto, la CDC explicó que los asistentes a la práctica del coro tuvieron múltiples oportunidades para la transmisión de gotas por contacto cercano o transmisión directa y que incluso el acto de cantar en sí mismo podría haber contribuido a la transmisión del SARS-CoV-2. Y es que la emisión de aerosoles durante el habla se ha correlacionado con el volumen de la vocalización. Los miembros tuvieron una exposición intensa y prolongada, cantando mientras estaban sentados a una distancia menor de dos metros entre sí, posiblemente emitiendo aerosoles.
Sin embargo, no es la primera vez que la actividad del canto es puesta bajo la lupa. En 1968, los investigadores Robert Loudon y Rena Marie Roberts, de la Universidad de Texas (EE UU), investigaron el papel del canto en la propagación de la tuberculosis. El informe reveló que el porcentaje de núcleos de gotitas en el aire generados por el canto es seis veces mayor que el emitido durante la conversación normal, y aproximadamente equivalente al liberado por la tos.
Una vez más, el modo más eficaz para prevenir el contagio no es otro que el del distanciamiento social. Por un lado, los CDC en EEUU, recomiendan mantener una distancia de 1,8 metros de otras personas para minimizar la posibilidad de infección. Una forma de calcular esa distancia es pensar que es más o menos el doble del brazo extendido de una persona promedio.
Mientras que la OMS enfatiza que 90 centímetros es una distancia particularmente peligrosa si estás cerca de una persona que tose o estornuda. Inclusive, otros expertos en salud dicen que en este momento crucial, cuando el mundo todavía puede lograr ralentizar la transmisión del coronavirus, cualquier distancia es demasiado cerca. Al eliminar todas las interacciones personales no esenciales, podemos ayudar a achatar la curva, y mantener la cantidad de personas enfermas en un nivel que sea manejable para los profesionales de salud.