Cualquiera sea la música, cualquiera sea el sonido. Levantarse es la cuestión, aún cuando cuesta y se buscan excusas al alcance de la mano para estirar la agonía. Aquellos últimos minutos de sueño y confort en donde estar dormido y mantenerse despierto va mutando sin que el cuerpo entienda el cómo.
Desde que los celulares cumplen la función despertadora, hay dos formas opuestas de abordar el momento: fijando el despertador a una hora exacta o avanzando ese momento en intervalos de 5, 10 o los minutos que sean necesarios para sentir que el descanso diario ya está cubierto.
Sin embargo, el efecto de posponer o retrasar la alarma inicial se lo vinculó, durante los últimos años en diversos estudios, como la “inercia del sueño”. Es decir, un estado de somnolencia y desorientación que se produce al despertar de forma abrupta tras un sueño profundo.
Al “modificar” ese despertador interno que va a preparar al cuerpo para la actividad, aunque sea en los últimos minutos, el cuerpo lo notará. Y para mal. Robert S. Rosenberg, director médico del Centro de Trastornos del Sueño en Prescott Valley (Arizona, Estados Unidos), explicó en su sitio oficial que “por un lado, se está fragmentando un sueño adicional, que acaba siendo de poca calidad. Por otro, se incita al cuerpo a entrar en un nuevo ciclo del sueño sin tiempo suficiente para completarlo (se despierta y se vuelve a dormir para despertarse 5 minutos después). Por ello, esto puede ocasionar somnolencia persistente durante el día”.
Rosenberg también describe el estado de alguien que ha jugado más de la cuenta con la alarma del despertador del móvil: “Se ralentiza su capacidad para tomar decisiones; hay un deterioro en la memoria y, en general, se ve perjudicado su rendimiento”. Asegura que el café y la ducha fría pueden no acabar con el letargo, que no se abandonará, como pronto, “hasta pasada hora y media”.
Los biólogos Mitchell Moffit y Gregory Brown se han encargado de divulgar los efectos adversos de la práctica del snooze (retrasar la alarma). A través de su canal en YouTube explicaron por qué no es recomendable arañar minutos al descanso, en secuencias, cuando ha sonado la alarma.
Los científicos argumentan que “cuando se pulsa el botón de repetir, estamos incitando al cuerpo de forma artificial a volver a un ciclo de sueño que puede ser profundo, podemos soñar en ese intervalo, pero sin tiempo para completar ese trance. En lugar de preparar al cuerpo para que se despierte, vamos a la dirección contraria. El resultado es que esa segunda alarma le puede hacer sentir más cansado”, señalaron en el vídeo.
Es el mismo efecto que se produce tras una siesta larga. Según explica Juan José Ortega, vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño (SES), “cuando descansamos más de la cuenta a media tarde, somos capaces de lograr un sueño profundo, pero el problema surge cuando se pasa al estado de vigilia sin tránsito, sin pasar por ciclos que nos preparan para despertarnos”.
El especialista lo detalló en base a las fases del sueño: “Cuando dormimos, lo habitual es que acabemos o completemos entre cuatro y seis ciclos por la noche. En la madrugada está la fase REM, y tenemos una densidad del sueño mayor. Cuando nos despertamos, lo hacemos en el último ciclo REM o en un estado de sueño más superficial”.
El ritmo circadiano, el reloj biológico, puede verse alterado por la práctica de retrasar la alarma, porque se está engañando -de alguna manera- al despertador. Lo mejor, teniendo en cuenta lo descrito por los especialistas, es calcular la cantidad de horas de sueño que se deseen dormir y aceptar que cuando suena la alarma, las obligaciones comienzan. Y la felicidad se terminó.