En el Cercado, Monteros los ruidos estridentes de la ciudad están casi ausentes. Es un pueblo de apenas 1.800 habitantes conserva historia, tradición y un patrimonio cultural trasmitido de generación en generación entre las mujeres del lugar con pasión y dedicación: la randa.

Se trata de un tejido de finos hilos que forman piezas de gran delicadeza y bordados detallados. Requiere una destreza notable y se remonta a las damas castellanas que pisaron estas tierras en épocas coloniales. Con el transcurrir del tiempo, este legado cobra aún mayor valor.

Agustina Sosa es rendera desde la infancia. En su galería, un sinfín de coloridas randas blancas, rojas, azules inunda una larga mesada. “Somos diecinueve en el grupo de Las Randeras del Cercado pero en el pueblo hay más de cuarenta”, comentó, mientras teje.

Por su parte, a Anice Ariza, sostuvo que “estar haciendo lo que nos gusta, lo que nos une y continuar proyectándonos hacia adelante. Vamos escribiendo de a poquito esta historia, aportando un granito de arena cada día”,.

Historias de vida en un entramado de hilos

Tejer no es solo un trabajo o una actividad recreativa, sino un legado que hoy lo mantienen vivo. Margarita Ariza enseña en los Talleres de Monteros junto con Agustina y es el claro ejemplo de ello, pues al transcurrir toda la tarde no suelta las agujas y narra sus experiencias mientras traza punto tras punto de una malla a medio hacer. Esto también se ve reflejado en la literatura hispana, donde Sancho Panza relata de manera muy particular: “No he visto en toda mi vida randera que por amor se haya muerto; que las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores”.

“Mí día es igual a randa: me levanto y tejo un ratito, hago las cosas y vuelvo a tejer, cocino y lo mismo, y así hasta la noche”, comentó entre risas Agustina.

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