La vieja receta del FMI parece no haber cambiado. Los pedidos del fondo monetario podrían agudizar la crisis monetaria.
Incapaz de desactivar la bomba que dejó el kirchnerismo, el Gobierno se enfrenta ahora a la obligación de hacer el ajuste por las malas, como tantas otras veces ha sucedido en la Argentina. Todo lo que se quiso evitar con el gradualismo llegó por las impiadosas exigencias del mercado: megadevaluación, alta inflación y fuerte pérdida de poder adqusitivo. El resultado también es conocido: caída de la actividad y aumento de la pobreza.
El ajuste que se está encarando también es de manual, mezcla de recetas del 2002 para salir de la crisis y el Plan “C” que hace apenas diez días ya sugería el economista Carlos Melconian y que rápidamente llegó a oídos de Mauricio Macri: generalizar las retenciones a las exportaciones para recaudar más y aprovechar los efectos del fuerte aumento del tipo de cambio real.
A contramano de todo lo que había planificado el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, la baja de impuestos que promovía a partir de 2019 la reforma tributaria seguramente quedará en la nada. Incluso la posibilidad de suspender transitoriamente esa reducción de alícuotas figura en el acuerdo con el FMI acordado en julio.
Eso sí, el inmenso daño provocado por la aplicación del nuevo impuesto a la renta financiera ya está hecho. Su aplicación hasta para los extranjeros que poseían Lebac fue la primera piedra, la que empezó con la bola de nieve que provocó un salto del 100% en el precio del dólar y que dejó a la Argentina en una situación de absoluta fragilidad. El resultado de esa reforma tributaria es desastroso: el año que viene volverá a aumentar la presión impositiva, en vez de bajar, y fue principal responsable de la corrida cambiaria que en menos de tres meses dejó al país en medio de una profunda recesión.
El deterioro es tan grande que sólo queda evitar el golpe de knock out. Ahora todas la energía está puesta en zafar de un nuevo default, que no sólo tendría consecuencias tremendas para una economía ya debilitada, sino que además arrojaría un gran interrogante sobre cómo llega Mauricio Macri al final de su mandato.
Las discusiones que se vienen esta semana con el FMI abordarán cómo se hace el gran ajuste en 2019, en medio de una caída fuerte de la actividad que obviamente repercute en una menor recaudación. Pero antes que eso hay una tarea mucho más urgente: ponerle un freno a a la especulación sobre el dólar. Sólo en agosto, el tipo de cambio aumentó 34,5%. Un salto que sólo se equipara con los que se producían en el arranque de 2002, ni bien estalló la Convertibilidad.
Sin embargo, el consenso entre el equipo económico y el staff del FMI es casi total sobre la necesidad de ir hacia un fuerte ajuste fiscal en 2019. “Empezará con 0”, explican en el Gobierno cuando se les consulta si la idea es alcanzar equilibrio fiscal. El 1,3% de rojo primario ya habría quedado atrás y se está pensando en niveles de entre 0,4% y 0,5%, una meta fiscal tan ambiciosa como difícil de cumplir.
Sin embargo, también hay puntos en los que existe un gran desacuerdo sobre cómo seguir. Puntualmente la principal discusión pasa por el uso que le dará el Gobierno a los dólares que prestará el FMI. Mientras que en Washington insisten en que las divisas deben usarse exclusivamente para el pago de la deuda, el Gobierno insiste con la necesidad de tener más flexibilidad para intervenir en el mercado cambiario cuando es necesario.
Hubo fuertes discusiones entre el staff del Fondo y el presidente del BCRA, Luis Caputo, sobre este tema cuando desembarcó la misión técnica en Buenos Aires. En la burocacia del FMI se alarmaron no sólo por la velocidad de suba del dólar, sino por la pérdida de reservas.
Sólo en agosto, las reservas del BCRA cayeron USD 5.335 millones. Habían cerrado julio en USD 57.996 millones y terminaron agosto en USD 52.661 millones. Se trata de un nivel que ya está USD 2.500 millones bajo de la meta de reservas netas que el Fondo había obligado al Gobierno en el acuerdo para fin de septiembre. Un incumplimiento flagrante de los compromisos asumidos ante Washington, cuando no pasaron tres meses de vigencia del acuerdo.
El Central tuvo presencia activa en el mercado, interviniendo a través de una serie de licitaciones. A lo largo de agosto, terminó vendiendo casi USD 2.500 millones (exactamente fueron USD 2.466 millones). Sin embargo, no se pudo evitar que el dólar sufriera un salto de nada menos que 34,5%, el más alto de los últimos años.
Desde el FMI insisten con su idea original: el dólar debe flotar libremente, el precio de la divisa debe ser fijado por el mercado. Y además los préstamos del organismo no deben ser usados para financiar la fuga de capitales. El mensaje ya es conocido: si los inversores quieren comprar dólares, que les salga caro hacerlo. Los técnicos habían aceptado flexibilizar su postura para que Caputo lleve adelante la recompra de Lebac. Pero consideran que ahora esas reservas se están utilizando abiertamente para intervenir, impidiendo que el tipo de cambio llegue a su nivel de equilibrio.
El presidente del Banco Central, Luis Caputo, y su segundo, Gustavo Cañonero, decidieron subirse de urgencia al avión en el que también viajará el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. Ambos irán a Washington para convencer a las autoridades del FMI de que precisan mucho más margen de maniobra para poder intervenir y calmar al mercado cambiario.
El último jueves, cuando en un ratito el dólar pasó de USD 34,50 a USD 42, se desnudó la fragilidad de la política cambiaria. Con apenas USD 400 millones operados en el mercado mayorista, el tipo de cambió pegó un salto de 20%. Luego tuvo que salir a vender de urgencia el Central por más de USD 300 millones antes del cierre de la rueda para bajarlo en forma urgente de $ 40.
Se trata obviamente del dilema de la manta corta. Para el Fondo es imprescindible cuidar las reservas para no dar una señal de debilidad. Pero Caputo insiste en que permitir que el dólar suba tan rápido termina siendo todavía peor, genera temor entre los inversores y acelera el desplome de los activos locales.
De nada sirve poner la tasa en el 60% anual en pesos si el dólar sube 30% ó 40% en un mes. Por lo tanto, se volvió imprescindible que la devaluación mensual se ubique bien por debajo del nivel de tasas en los próximos meses. Sólo así, interpretan en el Central, será posible volver a captar inversores que estén dispuestos a comprar riesgo argentino. Con bonos que rinden 11% anual en dólares y bonos en pesos al 60%, es el momento ideal para despertar la “codicia”. Pero, de vuelta, para eso es necesario aplacar el comportamiento del tipo de cambio.
En las reuniones que se desarrollen en los próximos días en Washington también se pondrá sobre la mesa seguramente el programa de rescate de Lebac que promovió Caputo, para terminar de eliminar este instrumento en noviembre. Luce riesgoso, por ejemplo, rescatar otros $ 100.000 ó 120.000 millones de una vez a mediados de septiembre. Se trataría de una jugada sumamente riesgosa, que puede presionar nuevamente sobre el tipo de cambio cuando se necesita todo lo contrario.
Para el Gobierno, el uso de reservas para contener al dólar permitiría que de a poco aumente la oferta por parte del sector privado, al menos hasta que aparezcan las divisas de la cosecha. En los últimos días no aparecía un solo vendedor en la pantalla de los operadores. Las recetas del FMI no parecen tener en cuenta los problemas de una economía bimonetaria como la Argentina. Aunque suena insólito, cuanto más sube el dólar, más inversores quieren comprar (público y empresas). Y al mismo tiempo se retrae la oferta aunque pueda vender a un precio más alto. En un mercado calmo se retraen los compradores y aparecen los vendedores que se animan a buscar otras opciones.
El futuro que se le dará a las reservas del Central, a medida que se vayan recibiendo los préstamos del FMI, es clave para el funcionamiento de la economía en los próximos meses. Y hoy el único que aparece con posibilidades de aumentar la oferta de divisas es el BCRA, al menos hasta que empiecen a ingresar los dólares de la cosecha. Se trata de una pelea con final abierto que mantiene en vilo no sólo a los negociadores, sino a todos los argentinos que sufrirán los estragos de la megadevaluación del último mes.