Desde hace poco menos de dos meses, casi todos los mediodías en la Ruta Provincial Nº 27 entre las ciudades de Jovita y Serrano, al sur de la provincia de Córdoba, la silueta de un pequeño personaje se convirtió en algo habitual en la vera del camino para los camioneros que la transitan. Apenas pasa el 1,60 m. de altura, tiene pelo castaño claro, viste generalmente una camisa blanca con una corbata roja bien ajustada al cuello, un pantalón azul, una mochila y una sonrisa constante.
Así y todo, la historia mezcla la ternura con desesperación. Ese personaje es nada menos que un chico de 13 años llamado Julián Gaute, quien padece un trastorno madurativo y todos los días tiene que hacer dedo para poder ir a estudiar a la escuela.
El joven debe trasladarse cada día de la semana unos 22 kilómetros de ida y otra misma cantidad de vuelta para poder acudir a la única institución para alumnos con capacidades especiales en la zona. Sus padres no disponen del dinero para poder pagarle un remís, no hay un transporte público que una su pueblo con la ciudad de su colegio en el horario escolar y, hasta el momento, no existe una ayuda municipal en la economía de la familia para facilitar su traslado.
Julián vive en un pueblo básicamente rural de menos de 100 habitantes llamado San Joaquín. Comparte hogar con sus hermanos, los mellizos María Belén y Santiago, de 7 años, y Fernando, de 5, su madre Trinidad y Federico, la pareja de ella. Desde el último comienzo del ciclo lectivo, su recorrido hasta la entidad educativa se convirtió en un síntoma de preocupación para su madre. Todos las mañanas, depende de la bondad y solidaridad de aquellos conductores de la Ruta Nº 27 para poder volver a su casa a tiempo y no preocupar a su mamá.
“Nuestra vida familiar empezó a cambiar cuando Julián entró a tercer grado. Hace unos cinco años atrás”, relata su madre, Trinidad Robles, a Infobae, mediante un diálogo telefónico. Hasta ese momento, el pequeño acudía a la única escuela primaria de San Joaquín, que se ubicaba nada menos que a 50 metros de su casa.
“Cuando empezó tercer grado, notamos que Julián tenía muchas dificultades con el aprendizaje. No podía aprenderse las letras ni los números, todavía no sabía leer ni escribir y se olvidaba de las cosas todo el tiempo. Por eso, decidimos hacer una consulta con un neurólogo”, explicó la madre.
“Ahí fue cuando nos dijeron que Julián tenía un pequeño retraso madurativo y que tenía que cambiarse a una escuela de educación especial. No podía seguir en el colegio donde estaba. Eso nos cambió todo porque iba a tener que empezar a ir a una escuela en la Jovita, que está a 22 km de casa”, detalló Trinidad.
Julián tenía que “mudar” sus estudios a una escuela especial en la ciudad de Jovita llamada Nicanor Toledano González. Así, el traslado se convirtió en un asunto prioritatrio en una familia cuyos únicos ingresos económicos eran los de Federico, pareja de Trinidad, en su labor como tractorista.
“Al principio no tuvimos problema. Durante los años de la primaria, Julián iba al colegio al turno tarde. Y el único colectivo que lo lleva a Jovita pasaba por nuestro pueblo al mediodía, para ir hasta allá, y a la tarde para regresar. Debido a su condición, él pude viajar gratis en transporte público“, explicó Robles.
“El problema comenzó al principio del año pasado, cuando arrancó la secundaria y el niño tenía que empezar a ir en el turno mañana. En ese pueblo no hay ningún colectivo que te lleve a Jovita en ese horario. No teníamos cómo hacer“, se lamentó la madre del joven estudiante.
Durante el comienzo de 2018, la familia se las arregló como pudo con su economía y lograron contratar a un remisero para que efectuara los traslados.
“Al principio, nos cobraba unos 3.000 pesos por mes. Pero cuando los precios de la nafta empezaron a aumentar sin parar, nos empezó a querer cobrar más y ya llegó un punto en el que no le podíamos pagar. En los últimos días, nos quería cobrar unos 5.000 pesos por mes y ya era algo que se nos iba de las manos”, describió la mujer con angustia.
Durante el resto del transcurso de 2018, la dinámica de los traslados de Julián a la escuela resultaron ser un caos. En principio, su padrastro Federico lo llevaba, cuando podía, en moto, antes de iniciar su jornada laboral. “El tema es que en invierno, con la niebla constante y el frío que hay en la ruta 27, era un peligro que salgan los dos en una motito. Entonces, empezó a faltar mucho”.
Sobre el final del ciclo lectivo de año anterior, Trinidad Robles decidió solicitar ayuda municipal a la Comuna de San Joaquín, para tratar de poder afrontar el pago a un remisero o un “comisionista” que efectuara los trabajos.
“Le pedí al jefe comunal de San Joaquín, Omar Isuardi, si al menos podíamos dividir los gastos de un remisero. En un principio, había funcionado, de hecho. Conseguimos a un remisero que nos cobraba 2.000 pesos por los viajes. Así, durante tres meses nosotros pagábamos sólo la mitad“, explicó.
“Pero al cuarto mes dejaron de pasarnos ese dinero. Fui a reclamarlo a la Comuna y nos dijeron que ya no tenían la plata como para poder seguir ayudándonos”, se lamenta la madre. Ese fue el incierto final del ciclo lectivo del año 2018.
Ya para el comienzo de las clases del año actual y con el ingreso de Julián a segundo año de la secundaria, su madre tuvo que tomar una decisión de riesgo y desesperada. “En febrero ya no sabíamos qué hacer, pero lo único que teníamos por seguro era que él no iba a abandonar la escuela. Entonces, no me quedó otra opción que preguntarle si se animaba a hacer dedo en la ruta para poder ir y venir de su escuela“.
“Como era de esperar, él lo aceptó entusiasmado. Lo veía como un desafío. Su única preocupación era que no quería llegar tarde a clases. Llegar tarde a los lugares es una de las cosas que más odia en la vida”, detalló.
Así, comenzaron los días de incertidumbre y preocupación en la humilde casa de Trinidad Robles en el pueblo de San Joaquín. Cómo llegará su hijo a la escuela, con quién viajará y cómo se enterará si tuvo un problema eran algunos de los fantasmas que la perseguían cada mañana.
“Con el correr de las semanas logramos que algunos días, pueda ser llevado en un remís o por mi pareja. Pero los regresos a casa los hace siempre a dedo, siempre al mediodía. La verdad es que no nos queda otra opción“.
“Yo estoy tranquila hasta que se cumple la hora y media de su salida. Él sale a las 12, si ya nos pasamos de las 13.30 y todavía no vino, me empiezo poner nerviosa. Encima, no tenemos el dinero como para comprarle un teléfono celular y que nos vaya avisando. Él no usa celular”.
El caso de Julián precísamente salió a la luz gracias a una publicación en las redes sociales de una camionera llamada Fernanda Flores, el último martes: “Atención amigos y colegas que circulan por la ruta Nº 27: les presento a Julián, hoy lo conocí cuando estaba haciendo dedo en Jovita para regresar a su casa. Julián de lunes a viernes se levanta muy temprano para hacer dedo desde San Joaquín a Jovita, para poder estudiar (…) Les pido que si lo ven lo lleven!…son solo 15 km….hagamos un poquito más llevadero el esfuerzo que el hace todos los días!… Pensemos que no todos tenemos las mismas posibilidades de estudiar…pensemos que pueden ser nuestros hijos“, rezaba el mensaje escrito por la camionera en las redes. La publicación estaba acompañada por una foto que ella misma le sacó a Julián en la cabina de su camión.
Así, la historia tardó apenas unas horas en viralizarse por toda la provincia de Córdoba.
“Cuando llegó a casa ese día, Julián se reía sin parar”, relató Robles. “Me decía ‘Es que es una camionera’, nunca había viajado con una mujer en un camión. Me gustó mucho, jaja’. De casualidad, esta chica era conocida de mi familia, con lo cual me tranquilizó un poco más”.
Trinidad Robles asegura que todos los mediodías se acerca a la Ruta 27 para ver de qué vehículo se baja su hijo Julián. Mientras, espera que esa ayuda económica pueda permitirle ponerle fin a una metodología de traslado tan riesgosa.
“No lo voy a dejar de mandar al colegio. Eso es lo único de lo que estoy segura. El día de mañana yo no voy a estar para ayudarlo y él tendrá que aprender a valerse por sí mismo. Tiene que aprender y saber manejarse en la vida. Y por eso tiene que ir a la escuela. No la puede dejar”, respondió con firmeza su madre.
“Sinceramente, espero que alguien nos puede ayudar un poco con el pago de un remisero, sólo eso para que mi hijo no tenga que hacer dedo para ir a la escuela. Sólo eso”.
Mientras tanto, Julián mantiene su sueño intacto de convertirse en “ayudante de veterinario”, en su vida adulta. Su pasión por los animales lo hace irse a la casa de su abuela en cada momento libre del que dispone. Allí posee una suerte de granja personal con una perra, una gallina y conejos. El resto de sus ratos libres los aprovecha junto a sus amigos del barrio (los mismos de la escuela primaria de sus comienzos) y su bicicleta, con la que recorre habitualmente todo San Joaquín.
Y espera. Julián espera. Espera una ayuda, tanto como cada mañana aguarda la bondad de camioneros y automovilistas para no llegar tarde a su escuela.