Daniel Montoya, un arquitecto que comenzó su formación en la comuna de El Mollar, donde pasó su infancia, es hoy uno de los ideólogos e impulsores del proyecto con el que un grupo de profesionales aspira a convertir a la plaza de la villa turística en una suerte de reservorio vivo de la cultura nativa, representada por las imponentes piedras talladas que desde siempre, formaron parte insoslayable de la identidad del pueblo asentado en las orillas del dique La Angostura.
La iniciativa, bautizada con la sigla Ocumen (Observatorio Cultural Los Menhires), obtuvo financiación del Consejo Federal de Inversiones, interesado en la posibilidad de convertir a la plaza y al museo a cielo abierto en el que se agrupan las imponentes piezas en un parque turístico cultural, al que el organismo decidió destinar la suma de $ 25 millones, que solventarán el trabajo que la Facultad de Arquitectura y Urbanoismo comenzó en 2023.
Lo que más entusiasma al joven profesional que se crió viendo los monolitos cada vez que caminaba hacia la escuela, es la participación activa de la comunidad que lo vio crecer, encabezada por el delegado comunal Jorge Cruz, secundado por un grupo de vecinos, quienes intervienen en la toma de decisiones que abarcan todos los aspectos del proyecto, tanto que hoy se discute el nombre mismo del futuro paseo.
Sucede que en el camino se planteó que la palabra menhires (piedra larga) proviene de la cultura celta, significado que tiene su equivalente en la cultura nativa, por lo que se plantea la posibilidad de que el lugar pase a ser el parque de las Huancas, uno de los tantos temas que se abordan en las habituales reuniones en las que participa Montoya.
El arquitecto resalta que la iniciativa apunta a rediseñar y ampliar el espacio público mediante un parque integrado al medio urbano, con la arquitectura formando parte del paisaje, hasta lograr que la plaza de El Mollar y el espacio en el que se asienta hoy el museo a cielo abierto armonicen con el todo. “Pero no se trata de un proyecto faraónico, puede adaptarse a los recursos disponibles y hacerse por etapas. Así está pensado”, aclara el profesional.
Quienes visitan El Mollar suelen descubrir rápidamente los problemas urbanísticos inherentes a un crecimiento sin planificación: actividades centralizadas, caos de tránsito y problemas de accesibilidad en diferentes sectores del casco urbano. “Ocumen incluye resolver estas cuestiones -asegura Montoya-. Por eso creemos que puede significar el reposicionamiento de El Mollar como destino cultural y turístico en el valle”.
En el caso de la plaza la idea es revalorizar los elementos relacionados con la identidad, como las pircas, y al mismo tiempo realizar ensanchamientos de veredas, sumar caminería que favorezca la conexión peatonal con el museo, reordenar las áreas de esparcimiento y de paseo, dotarlas con una nueva iluminación y la forestación de espacios autóctonos para potenciar los espacios verdes.
La intervención en el museo a cielo abierto impone un trabajo más detallado, porque se trata de una reserva arqueológica compuesta por piezas consideradas como esenciales, que al momento están en manos un equipo de profesionales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), quienes estudian un método para limpiarlos de los líquenes y del moho sin que se comprometa su integridad.
Otro dato, para muchos desconocido, es que en el predio hay un pozo que proporciona agua a varias familias de El Mollar y comparte el espacio con la biblioteca popular “Manuel Aldonate”, algunos talleres comunitarios y puestos de venta de artesanías. Como se dijo, actividades que se centralizaron por comodidad, cuando aún no se contemplaba la posibilidad de encarar un proyecto como el que está hoy en marcha.
Montoya explica que la obra se organiza en torno a los monolitos, que ofician como centro ceremonial y eje de las dependencias ideadas en su entorno, siendo el módulo de interpretación -con su correspondiente área de reserva-, uno de los más importantes, y cuyo guión museográfico incluirá tanto la historia como la actualidad de las comunidades originarias.
Se integran a este, un local gastronómico; una oficina de información turística; un auditorio; la nueva sede para la biblioteca; puestos de venta de artesanías jerarquizados; sanitarios; áreas de descanso y hasta un cajero automático. También se incorporan conceptos diferenciales en iluminación, cartelería y un amplio estacionamiento.
“Hay mucho que analizar en una iniciativa como esta -destaca Montoya-. Cuestiones ambientales, los estudios de suelos, el nivel de factibilidad de los proyectos. Y al mismo tiempo la cuestión científica ligada con la cultura, con la preservación del medio y con las emociones de un pueblo que defiende sus tradiciones”.
Hallar ese equilibrio es una de las metas de Ocumen y explica la envergadura del equipo abocado al trabajo, por un lado desde la FAU y por otro en áreas específicas como la arqueología, a cargo de Soledad Ibáñez, la museología, materia de María Enríquez y el turismo, en manos de Norma Montoya.
Y esto es algo que parece adecuado cuando se enfrenta un plan como este, de esos que apuntan a trascender, más aún en un lugar que sin dudas precisa redefinir su futuro rescatando sus raíces, como El Mollar.