Están por cumplirse 8 años de aquel día y Guido, contra todos los pronósticos, no está completamente ciego. Ve, aunque ve con un 20% de uno de sus ojos, como si viera la vida a través de una cerradura. Lo que sí puede ver en su totalidad, ahora que pasó el tiempo, es cómo era su vida en ese momento. Lo que está por contar es el antes, el durante y el después de la noche en que se fue a dormir con dolor de cabeza y se despertó ciego y sordo, casi un mes después.
Guido Fernández Cornide tenía 35 años y hacía tiempo que era productor de televisión en Telefé. En ese entonces estaba produciendo el regreso de “Sábado Bus”, el programa de Nicolás Repetto, y la norma era la de siempre: “Ya para ya”.
“Era una vida sin horarios, con el teléfono todo el día pegado a la oreja, yendo y viniendo del canal a casa, de casa al canal, no desconectaba la cabeza nunca”, cuenta. En casa, además, crecían sus dos hijos: Benicio, de 3 años y Esmeralda, de 4 meses.
Si bien siempre le había apasionado el mundo audiovisual, la pasión ocultaba una trampa: después de años de hacer lo mismo, se sentía insatisfecho, frustrado, “quería crecer, cambiar, y no sabía cómo”. ¿A dónde se iba a ir? Si trabajaba mucho pero en una empresa reconocida, con un buen sueldo, “cómodo”.
“Yo me sentía frustrado pero seguro, aunque estaba en la primera línea de combate. Esas supuestas comodidades y esa seguridad me hicieron quedar quieto, estancado“, sigue. “En ese momento buscaba a quién echarle la culpa de mi insatisfacción, pero no era culpa de nadie. Me quedé esperando un movimiento externo que jamás iba a llegar, porque el problema eran las decisiones que yo no estaba tomando”.
Tres meses antes de aquella noche, además, había muerto su abuela, una de las personas más importantes de su vida. “Tampoco me había tomado el tiempo para parar y llorarla. La enterré y volví a trabajar. Fue muy triste no poder hacer el duelo, no poder vincularme con lo que me estaba pasando, pero de eso me di cuenta después”.
Hay una imagen que representa ese momento: “¿Viste cuando vas en un auto con la cabeza apoyada en la ventana y ves que todo pasa rápido y no podés hacer foco en nada? Así veía yo mi vida”.
De un dolor de oídos al coma
El 23 de mayo de 2011, Guido amaneció con dolor de oídos. No fue a la guardia, ni ese día ni el siguiente. En cambio, fue a grabar a exteriores de la mañana hasta la noche. “Hacía un frío terrible, el que era mi asistente me decía: ‘Andá a tu casa, yo me quedo’, pero yo no quise. El programa salía ya, ya, ya. Al final, salió 3 meses después de que yo cayera en coma”.
Fue a la guardia recién el feriado del 25 de mayo. Le dijeron que era otitis y le dieron antibióticos: “Volví a casa y empecé a tomarlos pero seguí con el teléfono en la mano, había una grabación al día siguiente”.
A la tarde empezó a sentir dolor de cabeza, “el peor que tuve en mi vida”. En la guardia le inyectaron un analgésico más potente y lo mandaron de nuevo a casa. Esa noche, Georgina, su pareja desde hacía 8 años, se despertó sobresaltada: su marido convulsionaba en la cama, se había orinado, estaba inconsciente.
“Las primeras horas fueron de incertidumbre total”, cuenta él en base a los relatos de los demás. Pasaron de creer que había tenido un ACV a sospechar que, como no tenía defensas, podía tener HIV. Contra lo que Guido luchaba, sin embargo, era una meningitis feroz provocada por la bacteria Neumococo.
La preocupación aumentó con la primera tomografía: “El cerebro estaba tan inflamado que no se veían los relieves: parecía un globo”. El pronóstico era negro: “Los médicos salían de terapia mirándose los zapatos, tenían que decirle a mi mujer que tal vez no pasaba de esa noche”.
A lo largo de los días que siguieron, justo cuando estaban debatiendo si hacerle o no una craneotomía para descomprimir el cerebro, un cambio en la medicación bajó el riesgo de muerte. Pero la presión intracraneal sostenida en el tiempo sumada a una serie de pequeños infartos cerebrales, echaron leña al pozo de la incertidumbre: nadie sabía qué secuelas podía tener cuando lo despertaran.
Luego de haber estado 21 días en coma inducido, comenzaron a despertarlo. “Volví a oscuras y en silencio total pero no me di cuenta de que estaba ciego y sordo. Estaba muy confundido por las drogas y, como sentía que me ponían cables e inyecciones, pensé que estaba secuestrado. Me convencí de que me tenían a oscuras y en silencio como parte de una tortura despiadada”.
Lo que ahora Guido llama “la pesadilla” duró siete días -“la semana de la tortura”- y el delirio incluyó a su mamá y a su esposa: pasó todos esos días creyendo que ellas eran parte de la banda de secuestradores.
Abrir los ojos
Estaban perdidos en los pasillos de una encrucijada. Si Guido hubiera estado únicamente sordo podrían haberle escrito para comunicarse y, si hubiera estado únicamente ciego podrían haberle hablado. Pero Guido tenía los dos sentidos completamente anulados.
Fue precisamente a su mujer -que es diseñadora de indumentaria y todavía amamantaba a su beba- a quien se le ocurrió llevar a la clínica las letras de goma eva imantadas con las que los chicos arman palabras que pegan en la heladera.
“Me las daba en la mano, yo las palpaba e iba decodificando primero qué letra era, después qué palabra formaba y qué oración. Y así, con mucha serenidad, me contó que había tenido meningitis y había estado en coma. Fue un baldazo de agua helada pero había algo positivo después de esa semana de tortura: me dí cuenta de que me estaban cuidando, nadie estaba tratando de matarme. Sacar positividad de algún lado fue una reacción instintiva, era una fibra mía que desconocía“.
Estaba vivo pero los nervios ópticos estaban destruidos y los médicos dijeron que era imposible que volviera a ver. Con la audición había algo más de esperanza: con las letras de goma eva su mujer le explicó qué era un implante coclear.
Mientras lo razonable era seguir buscando respuestas en la Ciencia, Guido empezó a vivir un proceso de sanación paralelo. “Muchos me decían: ‘Debe haber sido muy difícil haber quedado aislado, no poder ver ni escuchar al mundo exterior’. Y la verdad es que lo más difícil fue mirar y escuchar hacia adentro“. Entrar en una etapa “sin filtros” lo ayudó a conectar de una forma mucho más “sincera y transparente” con sus amigos y su familia.
“En el peor momento, ciego y sordo, me di cuenta de que había empezado a sanear viejos dolores: cosas de mi infancia, mi familia, mis amigos. Yo necesitaba sanar de adentro hacia afuera, no podía pretender curarme exteriormente cuando por dentro estaba cargado de lugares oscuros, de veneno, de tristezas. De golpe, fue como empezar a sacarme piedras de la espalda que me pesaban mucho más que mi ceguera y mi sordera. Las charlas más profundas y más importantes de mi vida con mi mamá las tuve así, con letritas de goma eva”.
La otra lección que aprendió fue a vivir en el presente, “porque esa desconexión con el hoyme llevó a perder cosas que no voy a recuperar jamás”. Recién ahí pudo llorar a su abuela: “Procesar el dolor, pensar en ella, en lo que habíamos compartido, en lo que me había dejado, perdonarme por lo que no le había dado. Fue muy vertiginoso pero el auto conocimiento fue tan profundo que volvería a pasar por lo mismo, te juro”.
Tener anulados esos dos canales también ayudó a abrir otros, “como la percepción o la intuición, que están siempre dormidos porque estamos apoyados sobre lo más obvio. Vemos a alguien y en seguida activamos el prejuicio, le colgamos un cartel. Yo no veía nada así que solo estaba conectado con lo que sentía”.
Fueron cuatro meses de internación pero sentirse bien lo predispuso mejor para hacer la rehabilitación física. Le colocaron implantes cocleares en ambos oídos. Uno no funcionó pero el otro sí. Con la ayuda de una profesora de sordos, pudo reeducar ese oído y recuperar la audición. Tantos meses de internación, además, le provocaron atrofia muscular por lo que tuvo que volver a aprender a caminar.
Los ejercicios para mejorar la visión que su mujer bajaba de Internet -Guido pasaba horas tratando de embocar un punto en un círculo- terminaron abriendo una ventana. Pasó de no ver nada a ver sombras. Hoy ve con un 20% de un ojo: “Capaz te parece poco pero pensá que estuve 9 meses completamente ciego. Ahora veo a través de una cerradura, pero veo”.
En 2015, Guido terminó su primer libro. Se llama “Abrir los ojos” y lo presentó ante 200 personas. De allí se abrió un nuevo camino, porque empezaron a convocarlo para que diera charlas motivacionales, incluso en el exterior.
Nunca volvió al trabajo que tenía y, hace muy poco, abrió su propia productora audiovisual. No hay, al menos por ahora, una gran entrada de dinero, nombres famosos ni luces de colores. Lo que sí hay es una respuesta a toda aquella insatisfacción, una respuesta a aquel “quería crecer y no sabía cómo”.