Era una tarde como cualquiera. Hacía calor, enero suele ser así. Y en ese clima de viernes a la tarde, mientras el Gobierno lidiaba con un paro de aerolíneas en medio de un cambio de quincena en aquel 2008, Juan decidió tomarse su propio recreo. A sus 57 años, con dos hijos ya grandes, su vida como chofer haciendo trámites para una familia le daba la posibilidad de manejar ciertos espacios.
Se fue para el Hipódromo Argentino de Palermo. A su jefa le gustaba jugar a las tragamonedas, así que iba seguido a llevarla. Y aprovechaba para ver las carreras. Aquella tarde, se dirigió hacia la rotonda, un lugar por donde suelen desfilar los caballos antes de la carrera. Dicen los que saben del oficio que es donde los que van a apostar eligen a su candidato. Fue así que Juan empezó a leer una revista, mientras esperaba que los caballos aparecieran. A las 17.30 les tocaba el turno a las nueve yeguas de más de cinco años. Lucky Chip, La Egipcia, Finalaloca y Mi Chaplina estaban entre las nueve aspirantes. El premio mayor prometía 18 mil pesos para que el que apostara a la ganadora. A las 18, estaba prevista otra carrera con caballos más jóvenes.
Pero la mala suerte hizo lo suyo. Los caballos aparecieron en la rotonda. De repente. Juan estaba casi al lado todavía mirando su revista. Uno de los animales tiró una patada que dio contra un tacho de basura. El tacho, a su vez, le dio en la ingle a Juan. Lo derribó al piso. Juan sintió un dolor intenso, brutal, irreversible. Los encargados de seguridad lo auxiliaron. Llamaron al SAME y los médicos que lo asistieron lo urgieron a ir a una clínica. La ambulancia no lo llevó. Se fue en un taxi hasta el Hospital Italiano. Y en la guardia vieron un gran hematoma en el pene, que solo podía tratar con hielo durante varios días, además de algunos calmantes para los dolores.
Pero los días pasaron. Los dolores continuaron. Y el hematoma no se iba. Es más, ya no solo abarcaba los genitales sino también parte de las piernas. Desde el día del accidente, no pudo volver a tener erecciones. El hematoma se había instalado en el cuerpo cavernoso del pene y la sangre no llegaba a irrigar la zona para permitirle volver a tener una relación sexual, dijeron los médicos. Lo operaron en abril para intentar extirparle el hematoma, pero la intervención fracasó. Los médicos le informaron el resultado. Hablaron de las secuelas. El post operatorio lo hizo tomar pastillas con la dosis máxima de Viagra, pero no le pasaba nada. Los especialistas le dijeron que si eso no funcionaba, podía aplicarse inyecciones en el pene, pero con bajas posibilidades de éxito.
Fue entonces cuando, pese a la vergüenza, Juan se presentó en la comisaría 31. Y contó bajo juramento lo que le había pasado. Denunció penalmente al Hipódromo porque –dijo- no se hacían cargo de los gastos de lo que estaba viviendo. Había ido hasta el Hipodrómo para saber cuál había sido el caballo que le cambió la vida, pero nadie supo identificarlo. A los policías les dejó los informes médicos que acreditaban su padecer. También las fotos que se había sacado en el patio de su casa mostrando el hematoma.
Así empezó la causa que tuvo una derivación inédita. No sólo Juan reclamó su indemnización por lo que había sufrido. También lo hizo su esposa, Herminia, porque la disfunción sexual de Juan también le impidió tener a ella relaciones sexuales con la persona que amaba. Lo más novedoso no solo fue la demanda en sí. Lo revelador fue que la Justicia entendió que ella también había sido una víctima de la situación y ordenó indemnizarla.
El caso de Juan
El fiscal Alfredo Dellagiustina quedó a cargo de la causa de las lesiones contra el Hipódromo. Interrogó a los empleados del predio que recordaban el episodio, pero no podían dar detalles ni del caballo ni de quién más lo hubiera visto. También tomó declaración a la médica que lo atendió. Todos confirmaban los dichos de Juan.
Más allá de la causa penal (que terminó cerrándose), Juan acudió al abogado de sus jefes para pedirle que lo representara. El juzgado civil 93 ordenó un informe psicológico del demandante. Era lapidario. Según reportó la psicóloga, en la entrevista, Juan tenía inhibiciones a la hora de contar lo que le pasó: se le hacía difícil dar detalles del accidente y de su vida actual. “Vergüenza y pudor”, anotó la profesional. Juan sufría “sentimientos de impotencia y vacío”, una “constante insatisfacción”. Tenía una imagen desvalorizada de su cuerpo desde el accidente. Se alejó de su entorno, se sentía “herido con facilidad”.
“Sin trabajar y sin tener relaciones, sentí que no era hombre. No es que sea machista, pero son dos cosas importantes para mí –confesó Juan-. Esto me cambió la vida, todas las noches me cuesta dormirme, me quedo mirando el techo y pensando. No puedo explicar cómo me siento. Esto me cambió la vida”. Cuando podía conciliar el sueño, se le aparecía el accidente y se despertaba sobresaltado, con angustia.
A sus ojos, su mujer también había cambiado la actitud hacia él, la percibía “agresiva, ofendida”. No podía dejar de pensar que ella “iba a salir a buscar otro hombre” que le diera lo que él no podía. Que a él pasaría a quererle como un amigo.
En sus amigos, tampoco encontraba consuelo. “Antes me juntaba con los muchachos a tomar algo, a mirar algún partido, pero ahora no puedo porque me cargan, me hacen chistes y no puedo evitar ponerme mal. Cuando hablan de sexo me siento incómodo, ya no me río de los chistes o los comentarios que hacen”, lamentó.
El abogado de Juan, Juan Cruz Caimini Villanueva, reclamó una indemnización de más de seis ceros al Hipódromo. No era un caso fácil para ganar. Acusó a los responsables de haber violado el deber de cuidado como organizador de espectáculos deportivos e incluso planteó que no había una valla entre el público y los caballos (la que se puso después del accidente de Juan).
En febrero de 2009, el Hipódromo contestó la demanda. En casi 40 puntos, negó todo. Puso en duda que Juan hubiera sufrido un accidente en sus instalaciones, que los hechos fueran como los relataba la víctima, que sufriera las consecuencias físicas y psicológicas que se alegaba…
“Resulta sumamente curioso que el actor no pueda aportar datos sobre el supuesto equino agresor –dijo el Hipódromo-. Más allá de la excusa que alega el actor (que se encontraba leyendo una revista) no deja de sorprender que no pudiera recabar el nombre del presunto caballo o de su jockey entre algunas de las tantas personas que se encontraban en el sector y que lo habrían auxiliado”. Habló de la “oscuridad en su relato” y afirmó que el actor estaría “inventando un hecho para reclamar una indemnización”. Lo único que reconoció el Hipódromo fue haber prestado atención en sus instalaciones, “lo cual no significa en forma alguna que hubiere responsabilidad de la misma ni excluya la culpa de la propia víctima”.
Pero, dentro del propio juicio, se abrió una instancia de negociación. El Hipódromo y el seguro de garantía que tenían ofrecieron una cifra. Las fuentes no quisieron decir cuánto pero Juan les contestó a su interlocutor: “Vendo mi casa, le doy el dinero que me ofrece, pero se lo cambio por lo que me pasó a mí”, contó uno de los protagonistas del encuentro.
En una segunda reunión, la propuesta de resarcimiento fue más razonable y llegaron a un acuerdo. La firma pagó el equivalente a unos 300 mil pesos (unos 100 mil dólares a ese entonces). Pero cuando la historia había quedado terminada, la que apareció por tribunales fue Herminia, la mujer de Juan. Ella también quería su indemnización. Se consideraba también una víctima de aquella bestial patada.
El caso de Herminia
“Desde aquel maldito e inolvidable día, no hemos podido nunca más tener relaciones sexuales, por lo que mi vida, lamentablemente, ha tenido un cambio rotundo con severísimas perturbaciones”, dijo la mujer en su demanda.
Aunque no estaba casada con Juan, hacía más de 35 años que eran pareja. Tuvieron en 1980 a su hijo y dos años después adoptaron una nena. La irreversible disfunción que sufrió Juan también cambió su vida. “Nunca más podré volver a tener relaciones sexuales. La única vía sería el camino de la infidelidad para con él, lo que no comparto bajo ningún punto de vista. Cabría preguntarse entonces: quién si no yo, además de él, ha sido verdadera y exclusivamente damnificada por este hecho”, le dijo Herminia al juez. Y planteó que, más allá de que el Hipódromo hubiera indemnizado a su pareja, todavía restaba reparar los daños sufridos por ella.
Promovió así una demanda en donde exigía casi un millón de pesos. Habló de “daño sexual”. “Como ya dije, la disfunción eréctil de Juan me impide gozar de relaciones sexuales con él”, subrayó. Incluyó daño al proyecto de vida, a la vida de relación, psicológico y moral. Obviamente, el Hipódromo y la aseguradora rechazaron la demanda. Aquí ya no se trataba de discutir el hecho (que había quedado acreditado con el acuerdo de Juan), sino que entendían que la mujer no podía venir a reclamar por no haber sido una damnificada directa.
Después de más de cinco años de trámites, el juez Sebastián Font analizó los alcances del artículo 1079 del nuevo Código Civil que establece que “tienen derecho a indemnización, además de la víctima inmediata, todas las personas que han sufrido indirectamente un daño por causa del acto ilícito”.
“Cabe preguntarse en el caso traído a estudios si la disfunción eréctil permanente que ha sufrido la pareja de la víctima admite una pretensión resarcitoria como damnificado indirecto. Considero que la respuesta es positiva. No me quedan dudas que en una relación de pareja la impotencia sexual por ausencia de erección genera un perjuicio directo y que como consecuencia de un hecho ilícito abre el derecho a una reparación personal”, afirmó el juez. Otorgó así una indemnización, aunque mucho más reducida de lo que Herminia pretendía.
El Hipódromo apeló, pero la Cámara en lo Civil avaló la reparación por daño moral que se le había otorgado, aunque entendió que todos los otros rubros de daños por los que reclamaba estaban incluidos en el primero. Es más: elevó la suma de 90 mil a 120 mil pesos de reparación. El caso legal quedó cerrado.
Juan y Herminia siguen su vida juntos, pero Juan en los primeros tiempos prefería ni pisar el Hipódromo. “Cuando voy a llevar a la patrona no quiero ni entrar. No estoy preparado, me pone mal”.