María Jesús Moreno Cantó tenía 26 años cuando le encargó a un hombre enamorado de ella que matara a su esposo, un ingeniero de 35 años. Los escabrosos detalles de la manipulación de la mujer, la investigación policial y la trampa que el hermano del muerto le tendió a la pareja de asesinos. Una historia policial llena de sexo y manipulación.
Las viudas negras son unas arañas renegridas, de patas largas, que ostentan en su cuerpo una mancha color sangre con la forma de un reloj de arena. Podrían parecer inofensivas, pero su veneno es neurotóxico.
Lo más impresionante es que, después de aparearse, la viuda negra se come a su compañero. Es él quien le servirá de alimento si no logra escapar del enredo de la tela de seda que ella construyó, con paciencia infinita, para tenerlo a su merced.
Por su accionar parecido al de estos arácnidos, es que a María Jesús Moreno Cantó, la prensa española, la bautizó así. Sus artes envolventes, su agenda transitada por amantes varios y sus deseos sin coto llevaron a Maje, así quiere ella que la llamen, a consagrarse como la insaciable viuda de esta historia criminal.
Vamos a contar lo que comenzó no hace tanto, allá por 2017, cuando a la temprana edad de 26 años, por dinero y locas ganas de fiesta, la bella enfermera orquestó el plan para que uno de sus amantes asesinara a su marido ingeniero.
Seis puñaladas para la libertad
La mañana del miércoles 16 de agosto de 2017, en un garaje del número 14 de la calle Calamocha, en el barrio de Patraix, de la ciudad de Valencia, España, Antonio Navarro es atravesado por seis certeras puñaladas, momentos antes de subirse a su Peugeot 208 blanco para dirigirse a trabajar. Son casi las 7.40 de la mañana.
Su asesino, Salvador Rodrigo Lapiedra, 47, lleva esperándolo agazapado entre los otros autos estacionados desde las 7.30. Había llegado en su moto e ingresado al lugar con las llaves que le había proporcionado su amante, Maje. Una vez allí se había puesto los guantes de látex para evitar dejar huellas.
Apenas ve aparecer a Antonio lo asalta por la espalda. Le asesta cuatro cuchilladas en el hemitórax izquierdo, cortándole el corazón y el pulmón de ese costado y, enseguida, le propina dos más del otro lado, haciendo colapsar su pulmón derecho. Huye del parking por la rampa de acceso.
La muerte de Antonio, de 35 años, es casi instantánea. Lo encontrará un vecino a las 15.20.
Salvador se pierde en el ajetreo matinal de la ciudad sin que nadie lo haya visto salir del lugar. Toma su celular, lo prende y cambia su estado de WhatsApp. Es la señal convenida con Maje, de que se había concretado el crimen.
La reciente viuda se despereza en una cama ajena después de haber pasado la noche con otro amante. No resiste y lo llama para ver cómo ha ido todo. Quedan en verse esa misma tarde, a las tres.
Mientras tanto, Salvador se dirige a una baulera que suele utilizar y se cambia de ropa. Tira las prendas manchadas con sangre en un contenedor. Luego, va a su propia vivienda y arroja el arma al pozo ciego.
A las tres de la tarde, los amantes se encuentran en la casa de la hermana de Maje que está de vacaciones. Ella ya está distraída con otra historia: la verdad es que, físicamente, Salvador no le gustó nunca. Mientras él le habla y sueña con la recompensa de un futuro juntos, ella manda mensajes de texto a José, su nuevo partenaire y le propone tener “relaciones sexuales” esa misma noche.
La niña del colegio de monjas
María Jesús Moreno Cantó, o Maje a secas, nació en Novelda, Alicante, el 6 de septiembre de 1990, en una familia católica practicante y muy estricta.
Antonio y María Dolores Moreno tuvieron cinco hijos. Tres varones, dos mujeres. La penúltima fue Maje. Tenían un pasar económico relativamente bueno.
Maje fue una alumna aplicada que amaba los bailes escolares y disfrazarse. Una de sus profesoras del colegio Santa María Magdalena de las Carmelitas, el establecimiento de monjas donde estudió, la recordó como “Inteligente, manipuladora, amable y coqueta…” . Fue durante su adolescencia que les dijo a las religiosas que no deseaba ser llamada María Jesús: “Prefiero que me digan Maje, me gusta más”.
Cuando terminó el secundario decidió estudiar enfermería y se marchó a Barcelona. Una vez instalada allí, se dio cuenta de que no quería volver nunca más al pago chico. En su pueblo se sentía prisionera.
Antonio Navarro era, también, originario de Novelda. Además, había sido compañero de estudios de Víctor Moreno Cantó, hermano de Maje, que estudiaba Arquitectura en la Universidad de Alicante. Antonio estudiaba ingeniería, pero coincidió con Víctor en algunas materias. Se hicieron muy amigos. En la casa de los Moreno Cantó, Antonio se enamoró de la deslumbrante hermana menor: Maje.
Era el año 2011 cuando sus caminos se cruzaron fatalmente. Antonio tenía 30 años, Maje, 21, y se convirtió en su primera novia. La joven vio en él a un tipo maduro, que había estudiado una carrera importante. No estaba enamorada, pero lo fingía con arte. Lo que más le gustó de él fue que no había vuelto a vivir al pueblo natal sino que había estado trabajando por distintos lugares.
Se casaron el 3 de septiembre de 2016. Aunque la boda peligró por las numerosas infidelidades de Maje. Una vez casados, Maje se plantó en que no quería volver los fines de semana a Novelda. Era Antonio el que regresaba, solo, a sus pagos. Maje prefería quedarse en Valencia trabajando en el turno noche como enfermera del Hospital Casa de la Salud.
Salvador, ¿el amante obediente?
Maje conoció a Salvador Rodrigo Lapiedra en septiembre de 2015, en el Hospital de La Salud de Valencia, donde ambos trabajaban. Ella tenía 25 años y todavía no se había casado. Salvador tenía 46 años y llevaba toda la vida trabajando en el centro de salud. Estaba casado con Inmaculada, la supervisora del cuarto piso del hospital, y tenían una hija de 19 años. Todo comienza con Maje y sus seductoras artimañas que enceguecen a Salvador que es un hombre un poco infantil. No puede creer que ella se fije en él. Las cartas de amor que le escribe Maje se les da en mano cuando se cruzan en los pasillos. En una de esas primeras hojas garabateadas con corazones, ella escribe: “Lo ví… Allí estaba… Sonriente, con los ojos brillantes desde el control de enfermería de la tercera planta (…) Me gustaba, me atraía, ¡¡¡lo deseaba!!! (…) Su olor, su presencia (… ) Es la historia de amor más auténtica y apasionante que he vivido y que la gente pueda escuchar” . En otra, le dice: “Esta carta es una declaración de amor hacia ti, te quiero por encima de cualquier obstáculo, de cualquier inconveniente, te quiero porque me llenas de vida y me haces sentir la mujer más importante del mundo. Tu Maje, tu bruja, tu fea… ¡Pero al fin y al cabo… tuya!”.
En poco tiempo, él se ha convertido en su esclavo voluntario. Empieza a hacer todo lo que ella le encarga. La lleva en su moto, le realiza mandados o trámites, le compra regalos. Está siempre dispuesto para lo que ella necesite. Salvador ha quedado adherido a su tela de araña.
A Maje, él no le gusta ni un poco. Es solo una herramienta en su urdimbre. A una íntima amiga le confiesa que Salvador le da “asco” y que solo deja que él, esporádicamente, le proporcione “sexo oral”. No se preocupa, en lo más mínimo, por corresponderle físicamente: “el mejor regalo no es algo físico, eso ya vendrá (…) voy a cuidarte y a mimarte, nunca vas a estar solo, nunca, pues yo estaré ahí. A veces físicamente, a veces espiritualmente”.
Plan de verano
Cuando ella le cuenta a Salvador que se casará con Antonio, él le escribe desgarrado: “Es el momento más doloroso de mi vida (…) me vas a tener ahí, a tu lado, siempre que me necesites, ayudándote, apoyándote, escuchándote. Siempre tuyo, tu brujo, tu petardo, simplemente, Salva”. Maje le propuso seguir siendo amigos “con derecho”. Casarse con Antonio no era para ella un impedimento para seguir alimentando las ilusiones de Salvador.
A principios del verano de 2017, en la empresa constructora donde se desempeñaba el marido de Maje, ocurre un accidente laboral con varios fallecidos. Salvador y Maje, escuchan la noticia en el hospital. Ella reflexiona en voz alta: “Qué pena que no haya sido mi marido el que haya estado ahí dentro”.
Salvador registra el comentario: imagina a Maje viuda. La idea ha germinado. Comienza un plan que ella conducirá con maestría. Deciden que el crimen será en el garaje, donde Antonio guarda el auto, porque ahí no hay cámaras. Definen que será en agosto, en verano la mayoría está de vacaciones.
Salvador está obsesionado, dispuesto a hacer cualquier cosa por esta enfermera dulce, cariñosa y escultural. Cualquier cosa. Incluso matar.
El 3 de agosto de 2017, ponen la fecha del asesinato: será la mañana del 16. Ese mismo 3, Maje le manda a su marido un mensaje donde le avisa que le han cambiado el turno nocturno en el hospital: no trabajará la noche del 14 sino que lo hará la del 15.
Aquella noche del 15 de agosto, la última de su vida, Antonio Navarro durmió solo. Maje, para él, estaba de guardia en el hospital.
La verdad es que Maje ni siquiera está trabajando, está retozando con su último amante: un publicista llamado José, que cree que Maje es soltera. Instalada en el Paseo de la Alameda de Valencia, en la casa de su nueva conquista amorosa, Maje le envía un cínico mensaje a su marido diciéndole que le dejó la cena preparada: “Puxi. Ya en el hospital. Goza esa empanada hecha con amor”.
Maje sabe perfectamente que no volverá a verlo. La otra mitad de la empanada gallega que cocinó esa tarde, la comerá con José.
La otra gran mentira de esos días será en el funeral de Antonio, el 19 de agosto de 2017. Maje habla ante la gran multitud que asiste al entierro en la iglesia de San Pedro Apóstol de Novelda. Con gruesas lágrimas cayendo torrente abajo por sus mejillas, quebrada por la angustia, sube al altar mayor y lee una carta de amor y de agradecimiento a su marido muerto.
Cuatro hombres para una mujer
En los meses que rodean al crimen, la vida sexual de Maje es más intensa que de costumbre. Tomás, Salvador, José y Sergio son los cuatro hombres que se disputan, sin saberlo, su compañía en la cama. Mientras los dos primeros saben que está casada, los otros dos lo ignoran.
Con Tomás, fisioterapeuta, tuvo una relación bastante estable que duró desde mayo de 2016 hasta marzo de 2017, cuando ella le anunció que no pensaba separarse de Antonio. Le había dicho por Telegram, sobre su marido: “Quiero que se muera, le deseo un mal. Esto lo va a pagar caro”. Maje le había contado que era víctima de malos tratos por parte de Antonio. Terminada la relación, solo se vieron para tener sexo en la casa de Tomás. Algo que ocurrió hasta octubre de 2017, ya asesinado Antonio.
En mayo de 2017, conoció en una discoteca a un publicista llamado José y empezó otra relación extramatrimonial. El joven no tenía idea de que su compañera de risas y juerga tenía marido. Eso fue hasta que mataron a Antonio y ella tuvo que decirle que la víctima que aparecía en los diarios era su esposo. Aun así, siguieron saliendo. Planearon comprarse una casa, tener hijos y recibir el 2018 en Italia.
Maje hacía bien el papel de enamorada, pero seguía teniendo relaciones esporádicas con Tomás y, también, con Sergio, un sensual guardia urbano. Sergio, en su declaración a la policía, definió a la viuda como “una depredadora sexual”. Contó que la conoció en un boliche y que ella le había dicho que era ginecóloga. Esa noche tuvieron sexo tres veces seguidas, en el descanso de unas escaleras y en unos baños públicos. Habían pasado 23 días del asesinato.
Paralelamente a estos amoríos, su matrimonio con el ingeniero estaba derrumbándose. En una conversación por WhatsApp, Antonio le dice que no quiere que le vuelva a poner la mano encima. Maje le había pegado durante una discusión.
Hablar de más
Al día siguiente del crimen, Maje es interrogada por la policía. Los detectives encuentran un poco extraña la actitud de la viuda. Si bien se la ve afectada, en cada receso de la declaración, la joven agarra el celular para enviar mensajes.
La hipótesis del robo, por la violencia inusitada del crimen, se descarta. Tampoco hay deudas, adicciones o infidelidades en la vida de Antonio Navarro. Nada que pueda explicar su horrenda muerte. Maje insinúa culpables… los albañiles que estaban haciendo la reforma en su departamento o una compañera de trabajo de su marido.
La policía pide a la justicia grabar las conversaciones de los protagonistas del caso. Fue clave. Las intervenciones de tres teléfonos permiten descubrir las múltiples vidas de la viuda. Cuando recibe llamadas de familiares, ella contesta compungida y desconsolada. En cambio, cuando llaman sus amantes o amigas íntimas, se muestra alegre. Se enteran que planea irse a vivir con José y tener un hijo. El primer sospechoso es, entonces, este publicista.
Pero los investigadores, en otra escucha del 8 de noviembre de 2017, descubren que un tal Salvador ha estado llamando a Maje en reiteradas ocasiones. Cuando salta la relación, Maje les reconoce a los detectives algo que antes había callado: que Salvador le había contado de una pelea con Antonio en el garaje y que le había dado un golpe mortal. Les dice que ella había entrado shock y que no había contado nada a la policía porque “se acobardó”. No le creen: tienen las grabaciones de sus teléfonos. En una de ellas, Salvador dice que se siente deprimido y Maje se pone nerviosa.
Salvador: “Me ha venido a la cabeza que es verdad, que tu madre tiene razón, que tendrás que desconectar de tu casa (…) y en cierta medida también tendrás que desconectar de mí porque yo te lo voy a recordar cada día que me veas. (…) Me ha dado un bajón bestial (…) y el otro día llamé a la Policía”.
Maje empieza a gritar como loca, pensando que él ha confesado.
Maje: “¡Qué dices! ¡Salva por Dios no hagas locuras eh!”
Salvador la tranquiliza diciéndole que no ha confesado, que solo se ha contactado con un amigo policía para saber cómo van las investigaciones. Y que ha sido esa persona quien le contó que ella tiene un novio que se llama José y que se van a ir juntos a Italia.
Salvador: “Hay otra persona que no sé quién es, un tal José Antonio…”
Maje: “Sí, sí, el publicista. También te hablé de él. ¿Te acuerdas del publicista?”
Salvador: “Sí… y me ha dicho mi amigo que te vas con él a Italia”.
Maje hace silencio. Salvador, llora. Ella le pregunta a Salvador, preocupada, qué más supo por su amigo policía.
Maje: “Pero escúchame, entonces ¿me están investigando a mí?”
Salvador: “A ti o a él (por José)… lo saben”.
Maje: “Hostia”
La charla continúa, Salvador quiere saber más de la relación de Maje con José. Le achaca llorando que no le haya contado que tiene nuevo novio.
Maje: “Igual que tú tienes una familia, o sea… y te jodes, pues… me jodo. Pues ya está. O sea, es así, no voy a estar sola esperándote. Es así.(…) Eso no quita que me hagas feliz o no, que igual que tienes una familia y disfrutas de tu hija, yo no puedo estar esperando a que…”
El 28 de diciembre, Vicente, el hermano de Antonio Navarro, junto con los investigadores preparan una trampa. Ya sospechan que Maje y Salvador son las personas que buscan, pero necesitan pruebas. Vicente habla con ella por el tema de la herencia y le desliza un comentario preparado: la policía tiene pistas ciertas sobre el asesino y su captura es cuestión de días.
La treta funciona. Maje corta con él y llama histérica a Salvador. Él la calma, le dice que nadie lo ha interrogado. Durante esa charla confiesa que el autor ha sido él. Maje se calma.
Con esa grabación los tienen atrapados.
La confesión
La policía los detiene la mañana del 10 de enero de 2018. Maje reniega de él, dice que Salvador es un tipo que no la atrae y que está obsesionado con ella. Aclara que le atraen los jóvenes con cuerpos musculosos y atléticos. Él, en cambio, lleva su amor hasta las últimas consecuencias y asume toda la responsabilidad sobre el asesinato.
Los policías registran la casa de Salvador. Su mujer, Inmaculada, les entrega una mochila de su marido. En el interior, están las cartas que Maje le enviaba. Salvador ha confesado, también, dónde ha escondido el arma asesina que había comprado en una ferretería: está en la fosa séptica de su casa.
El cuchillo, con una hoja de 14 centímetros, es recuperado el 18 de enero de 2018. El laboratorio de ADN de la Policía Nacional española logra encontrar restos biológicos de la víctima en él, a pesar de que el arma llevaba cinco meses hundida entre los excrementos. Entre la hoja y el mango, aíslan dos perfiles genéticos. Uno, es del operario que armó en la fábrica el cuchillo. Otro, pertenece a Antonio.
Mientras están detenidos, Maje necesita más que nunca de la lealtad de su cómplice, así que le escribe cinco cartas y se las hace llegar a través de otros presos.
Salvador es absolutamente leal a ella, hasta que su propia hija lo convence para que diga la verdad. Le señala que Maje lo ha traicionado siempre.
El viernes 9 de noviembre de 2018, Salvador cambia su versión de los hechos. Cuenta una verdad que convierte a Maje en el verdadero cerebro detrás del homicidio: “Maje me pidió que acabara con la vida de Antonio. (…) Me decía que no tenía que fallar, que tenía que matarlo antes del aniversario de su boda. Me pidió que no lo hiriese, que lo matase. María Jesús preparó todo. Me llamó la noche antes y me dijo que el coche de Salvador estaba en el garaje. Me dijo que tenía que ir a primera hora de la mañana y que ella no podía estar porque tenía guardia en el Hospital Católico de Valencia”.
Juicio a la hipocresía
Cuando comienza el juicio, en el mes de octubre 2020, el fiscal Vicente Devesa, solicita 22 años de prisión para Maje y 18 para Salvador. Sostiene que las dos personas que están en el banquillo de los acusados habían empezado meses antes del crimen a fantasear con la muerte del ingeniero.
El juicio arranca con acusaciones mutuas entre la bella “viuda negra” y el asesino material. Maje niega haber encomendado a Salvador el asesinato: “Le encubrí, pero no planifiqué nada. No es cierto que yo acordara con Salva acabar con la vida de Antonio. Sólo hablamos de problemas en mi matrimonio, pero nunca le he pedido eso. Imposible”. Da su testimonio con barbijo y llorando, pero no los convence.
¿Si ella no había participado cómo era que Salvador tenía las llaves del garaje? Ella se defiende diciendo que las llaves del garaje, las de su casa y las de su coche se las había dado mucho antes del asesinato porque Salvador “era mi compañero. Compartía todo con él, lo sabíamos todo el uno del otro”. El fiscal, nada lento, le repregunta: “¿Compartían todo menos el crimen?”. Ella, responde: “Sí, menos el crimen (…) Y no lo denuncié porque quería pasar página, tenía que olvidar esto”.
Salvador afirma que quiere hablar porque está arrepentido: “He pedido declarar porque estoy cansado de proteger a María Jesús y cargar con la muerte de Antonio. No puedo más. Estoy muy arrepentido y pido perdón a toda la familia. Era María Jesús quien quería matar a Antonio. Ella me comió la cabeza durante tres semanas. Me convenció para que fuera yo quien lo apuñalara y lo consiguió. Me dijo cómo tenía que matarlo y me pidió que lo acuchillara en la plaza del garaje”.
Tras seis horas de deliberación, en un veredicto alcanzado por unanimidad, el jurado los declaró culpables de asesinato. Y el 18 de noviembre 2020, el magistrado José María Gómez Villora, dio a conocer su sentencia: la pena para Maje, como coautora del delito de asesinato con el agravante de parentesco, es de 22 años; la de Salvador, de 17. Además, resolvió que deberán indemnizar con 250 mil euros a la familia de la víctima.
Perfil psicológico y móvil
Tanto Salvador como Maje fueron sometidos a una profunda exploración psicológica y psiquiátrica. Ambos superaron las pruebas sin que se les diagnosticara ninguna patología. Los forenses que examinaron a Maje hablaron de una personalidad organizada y de una elevada inteligencia: manipulaba con habilidad y mentiras a su esposo, sus amantes, sus amigas y sus compañeros de trabajo. Utilizaba el sexo como un arma infalible para concretar sus objetivos. Esa fue la conclusión a la que arribó el equipo de homicidios y aclararon que no era “un alegato o crítica moral”, ni pretendía exponer la vida sexual de Maje, sino que trataban de demostrar su poca empatía.
Pero ¿cuál fue el móvil concreto para que Maje quisiera quitar a Antonio del medio? Acá aparecen el dinero y las ansias de una vida alocada.
Según el registro de la Gerencia Territorial de Justicia, Antonio Navarro era titular de dos seguros de distintas compañías: Mapfre y Santa Lucía. Tras su muerte, Maje ya había comenzado a gestionar los cobros de las pólizas con la ayuda de Salvador. Además, obtuvo la pensión de viudedad de 1.100 euros al mes. A eso se suma el piso en el que vivía la pareja, que era propiedad de ambos: el 80 por ciento pertenecía a Antonio y el 20 a ella. Pero Maje pretendió reclamar, a los familiares de Antonio, más dinero. Les aseguró que sus padres le habían dado 30.000 euros extra para reformar el departamento. No se encontró ningún papel que lo certificara.
Los policías no solo la escuchan, en sus grabaciones, hablar de sus conquistas, también encuentran en las redes sociales una foto donde se la ve en una discoteca, sonriente y feliz con sus amigas. Había pasado un mes desde el crimen.
La vida tras las rejas
Desde que entró el 12 de enero de 2018, en la cárcel de Picassent, Maje ganó gran protagonismo: va al gimnasio, coquetea con los presos y utiliza el sexo para conseguir favores.
Con solo 30 años, su largo pelo castaño que ahora tiñó de rubio y su atractivo físico, sigue coleccionando amantes tras las rejas. Varios son los reclusos que afirman haber mantenido sexo furtivo con ella en los más diversos lugares de la cárcel.
Viuda negra al fin, no les teme en absoluto, aunque varios de ellos acarrean muertos sobre sus espaldas. Su última conquista, en enero 2020, es un pederasta de 59 años, Amador Vidal Vidal, quien está preso por haber abusado de una menor de 13 años.
Maje no deja de sorprender.
Quizá sea injusto compararla con las pobres arañas que, al fin y al cabo, no hacen otra cosa que lo que la naturaleza les ha impreso en su ADN.
fuente: infobae