Estuvo a punto de jugar en el Inter y el Real Madrid. Fue ayudante de albañil y Maradona lo convocó a la Selección. La historia de un crack.
— Acá se termina, vieja, disculpame. Te juro que ya está, de ahora en más no renegás más conmigo.
— Hijo, no te vayas a matar, te lo pido por favor.
— No, no, yo quiero vivir. Voy a cambiar. Voy a volver a ser el de antes.
Luis Miguel Rodríguez tiene 18 años y está en la comisaría de Simoca. Un rato antes se había peleado feo en el baile. No recuerda a quién tenía enfrente, debía ser alguien de otro pueblo. Lo que sí recuerda es que el otro pibe tenía un arma. Y que cuando en la comisaría le cayó la ficha, cuando vio venir a su mamá, su cabeza hizo un click.
El Pulga bien podría ser el protagonista de una serie de Netflix. Sus 34 años ofrecen material de sobra para sumergirse en escenas dramáticas, saltar a episodios cómicos y románticos, incluso varios capítulos de aventura con los vaivenes propios de quien salió de bien abajo y cumplió el sueño de su vida. Pero para comprender esta historia las cámaras deben enfocar hacia Simoca.
Ubicada a 50 kilómetros de San Miguel de Tucumán, a Simoca, que en quichua significa lugar de paz y silencio, conocida como la capital del sulky. Ahí creció con su papá, Pochoclo, que falleció hace muy poquito, con su mamá Bety, la mejor cocinera de guiso de arroz del mundo, y con sus 8 hermanos. Ahí le pegaba a la pelota de la mañana a la noche y no paraba ni para comer.
¿Cómo es Simoca, Luis Miguel? “Es un pueblo en el que la única salida laboral que hay es la municipalidad de Simoca, entonces la gente se la rebusca con changas. No hay empresas grandes, no hay constructoras, no hay. Y bueno, también tenemos la tradicional feria. Ahí hay de todo: fruta, ropa de imitación… Pero lo tradicional es la comida: lechones, tamales, humita, asado, locro, empanadas”.
A esas calles de Simoca en las que el Pulga iba cansando a todos sus amigos y familares pateando la pelota, llegaron emisarios del Inter de Milán. ¿Dónde quedará eso que llaman Italia? ¿Y cómo será eso de viajar en avión? Mil pibes se presentaron en la prueba que se llevó a cabo en Unión Simoca. Se paralizó el pueblo, llegaron familias enteras desde zonas vecinas.
“Mi vieja no quería que fuera a hacer la prueba. Estaba lloviendo, tenía que ir al colegio… Encima no tenía botines”. Lo que ocurrió es fácil de imaginar: empezó mirando desde afuera, faltaba gente para un picado, jugó en zapatillas, la rompió y una italiana llamada Nicoletta le dijo que había quedado seleccionado.
El plan en el que nadie creía era el siguiente: debían hacer una preparación de seis meses en Monteros, a unos 17 kilómetros de Simoca, y luego viajar a Italia. Un detalle: había que hacer un arduo trabajo de ablande para que Bety firmara la autorización. Por lo pronto, Pochoclo se había encargado de comprar un par de botines en la feria, unas canilleras y unas medias. “Yo se los compro, después vemos cómo nos arreglamos para comer”, fue el atajo de Pochoclo a Bety que recuerda el Pulga.
—Mi vieja no quería saber nada. Me senté y le dije: “mami, yo me quiero ir. No sé ni a dónde voy pero quiero llegar a jugar en Primera, sé que me va a ir bien”. Imaginate que yo ni conocía San Miguel, la capital, sólo daba vueltas en Simoca. La incertidumbre de qué va a pasar en el avión, si me iba a hacer mal, si me daba miedo…
Su atención por favor, Luis Miguel Rodríguez, 13 años y pasaporte a estrenar, se subió a un avión junto a otros 5 chicos tucumanos y 12 horas más tarde aterrizó en Italia. Llevaba un bolsito con dos remeras y dos jeans. Pasó los primeros 15 días sin dar señales de vida a su familia. Hasta que llegaron a una pensión en la que les prestaban el teléfono 5 minutos. “Las noches eran horribles, no llegábamos más, era duro. Así estuvimos tres meses, no nos dábamos cuenta pero con 13 años entrenábamos con el plantel de Reserva”.
La cinta se acelera entre Simoca y Europa. Porque a Luis lo iban moviendo como una marioneta. Llegó a compartir entrenamiento con Recoba, Seedorf, Iván Córdoba, Cañizares… Javier Zanetti los recibió en su casa. En ese subibaja apareció en las Islas Canarias para jugar un torneo juvenil en el que participaban Barcelona y Real Madrid.
— Queremos que te quedes, podemos hablar con tus padres y mandarles un pasaje ya mismo para que te acompañen—, le dijo el coordinador del Real Madrid. Ese capítulo que en la vida de Lionel Messi terminó con final feliz en la del Pulga tucumano derivó en una nueva frustración.
— En un par de meses me quedé sin nada. El que era mi representante no quiso que me quedara en el Real Madrid porque teníamos el contrato con el Inter, pero después también se terminó rompiendo. Entonces nos llevó a Rumania, ya tenía 16 años. Estuvimos un mes, nunca nos pagaron, nunca firmaron contrato… Pero en realidad se quedaba él con la plata. Yo me quería volver a mi casa y ahí pasó lo peor. Nos sacaron un pasaje en tren a Bucarest donde supuestamente nos estaba esperando alguien para volver. Hicimos 12 horas en tren, llegamos a las 7 de la mañana a la estación y no había nadie. Estábamos 5 pibes tucumanos solos. Nos sentamos en un McDonald’s, sin un peso, sin nada. Sin saber una palabra en inglés, desde las 7 de la mañana a las 5 de la tarde cuando apareció uno.
Bucarest-Frankfurt-Buenos Aires-Córdoba-Tucumán.
El que se había ido de Simoca para jugar en el Inter o en el Real Madrid ahora trabaja de ayudante de albañil, le da una mano a Pochoclo, su papá. Con 17 años, la edad en la que muchos ídolos ya juegan en Primera, el Pulga estaba a la deriva. Ya sabía lo que era haber sido estafado por un representante. Ya se había ilusionado varias veces con llegar a triunfar en el fútbol pero no le encontraba la vuelta. Le habían hecho creer que debía esperar dos años sin jugar para quedar con el pase en su poder y sólo atinó a truchar un carnet y despuntar el vicio en la Liga Tucumana a cambio de 70 pesos.
— Un día metí 12 goles en un partido y fue ahí cuando se dieron cuenta. Me hicieron una nota y quedó claro que no era el del carnet. Encima mi hermano jugaba en Atlético y yo no figuraba como Rodríguez. En ese momento dejé totalmente de jugar y a su vez me pasa lo mejor que me pudo haber pasado: conocer a una persona que no era de mi pueblo, a una chica que era de San Miguel, que es ella…
Cuatro pesos cuesta el boleto de San Miguel de Tucumán hasta Simoca y es la cantidad de plata que queda en el bolsillo del Pulga. Está en tierra desconocida. Acostumbrado al entorno familiar de su pueblo, la capital tucumana es un mundo nuevo que lo aterra. Paula lo citó en una esquina céntrica pero Luis no logra dar con el punto de encuentro.
—Ella me dijo que estaba a dos cuadras, que tenía que hacer una ele. Pero yo no conocía. Me dice “caminá derecho así como van los autos y en la esquina doblá a la derecha, también como van los autos, es una cuadra no te podés perder. Ahí te espero”. Yo tenía los 4 pesos justos para volver, pero no me quería perder. Entonces tomé un taxi y el taxista nunca me dijo “eh, boludo, es ahí, agarrá para allá y llegás”. Me cobró 2 pesos.
Paula, la pareja de toda la vida de Luis Miguel, con Milo (2 años) a upa; al lado está Bautista, de 4. ( JUAN JOSE GARCIA)
— ¿Y entonces?
— Eran las 6 de la tarde y empezamos a caminar por todo el centro, me llevó a conocer, pagó la merienda, la cena, todo. Cuando volvíamos yo iba pensando en los 2 pesos, en que iba a llegar sólo hasta la mitad del camino y que iba a tener que hacer 25 kilómetros a pie hasta mi casa. Para colmo no me importaba nada, me quedé hasta las 11 de la noche, no es que era temprano… Pero bueno, me animé: le pedí que me prestara 2 pesos y pude volver en el colectivo.
Su hermano Walter llegó un día a San Miguel y le dijo que ya estaba, que ya tenía el pase en su poder, que pensara bien a qué club quería ir porque él debía dedicarse al fútbol. “A todo esto yo llevaba 9 meses sin jugar y en eso hice mil cagadas: andar de joda, salir con mis amigos, pelearme, ir a los boliches… Tenía tiempo de más y yo pensaba que no iba a jugar. Ahí fue cuando me peleé con el pibe que tenía el arma. Estaba en la comisaría y me cayó la ficha, la vi a mi vieja que venía corriendo… No era yo. Nunca había sido agresivo”.
Desde ahí arrancó la carrera. Empezó en UTA, en San Miguel de Tucumán. Cobraba 500 pesos de los que destinaba 100 a su bolsillo, 100 al de Bety, su mamá, y 300 para Paula. “Me pedía que le comprara ropa —se suma a la charla la compañera de Luis Miguel—. Vos no sabés lo mal que se vestía, con pantalones anchos y zapatos náuticos, unas remeras feas con cuello”.
— Era un linyera—, asiente el Pulga.
A los 6 meses en UTA, cuando todo iba bien, sufrió un accidente automovilístico. “Me abrí toda la cabeza. Iba en un pirata, en un auto trucho que chocó. Todo un quilombo, más de un mes para volver a jugar. Le decía a mi hermano que ya no quería saber nada con el fútbol, que no era para mí…”.
Pero volvió. Y su gran rendimiento en UTA hizo que los dos grandes de Tucumán lo fueran a buscar. San Martín era la primera opción pero desistió, “dijeron que era muy chiquitito para jugar”. Y el Indio Jorge Solari se lo llevó para Atlético. Así nació el amor.
— ¿Dónde estabas cuando te llamaron para jugar en la Selección que dirigía Maradona?
— En Simoca, en las fiestas patronales.
— ¿Y cómo reaccionaste?
— Fue muy raro. Cuando estábamos volviendo para San Miguel en el auto con Paula empiezan a llegar mensajes. Leía uno: “felicitaciones, amigo, te citaron a la Selección”. Ni bola, qué se yo, debe ser un chiste. Yo iba manejando y “tun-tun” seguía sonando el teléfono, no paraba… Hasta que, bueno, freno en un costado y empiezo a mirar. Y justo llama mi hermano y me dice que es cierto, que prenda la tele. Temblaba, te lo juro, te lo juro. Me empezó a temblar todo. Nos abrazamos con Paula al costado de la ruta con las balizas puestas.
— ¿Te acordás que te dejó un mensaje Fantino?—, aporta Paula.
— Sí, Fantino me felicitó, me dijo que era un triunfo de los jugadores del Interior y que cualquier cosa que necesitara que contara con él. Y yo le respondí que iba a necesitar que me dijera cómo llegar al predio de Ezeiza si no tenía ni la menor idea…
Bautista y Milo abrazan al papá Luis Miguel, el crack que dejó su huella en Atlético Tucumán y ya es ídolo de Colón. ( JUAN JOSE GARCIA)
— ¿La final en Asunción es el partido más importante de tu vida?
— Sin dudas, es el más importante. Con Atlético jugamos la final de la Copa Argentina (perdió con River), pero este lo supera.
— ¿Cuánta gente de Simoca viaja?
— Nadie.
— ¿Por qué?
— Porque no quieren mufarme. No son de ir a la cancha. Es más, ni miran los partidos. Mi viejo mientras yo estaba jugando caminaba por todo el barrio. Así todos los partidos. Y desde que no está, mi vieja hace lo mismo. A veces alguno de mis hermanos quiere poner la tele y lo sacan cagando.
— ¿Vos viste cómo pateaste el penal en Brasil?
— Sí, lo vi. Pero no me reía del arquero, eh. Aunque después en la tele en realidad sí, pobre, debe ser desesperante ver que la pelota va para el otro lado, despacito.
— ¿Es cierto que usás zapatillas de mujer?
— Sí, es verdad. Calzo 39 y las de hombre me resultan muy grandes. Y la verdad que me gustan más las de mujer. Uso blanca con rosa, no tengo problemas. Voy al local yo, me pruebo. Hace poco, acá en el centro de Santa Fe me aclararon en el negocio: “Mirá que son de mujer”. La cosa empezó cuando me vestía mal, usaba esos pantalones anchos y buscaba zapatillas que fueran altas. Y después me gustaron, qué se yo, costumbre…
Ya es de noche en las afueras de Santa Fe. Bautista, el más grande, el de 4 años, tiene hambre y reclama el asado prometido. Milo, el chiquito, el de 2, juega con unas figuritas de Ben10. En el universo de la otra Pulga, los dos encajarían mejor en el modo Mateo que en el de Thiago. Se abrazan para la foto. Y tratan de imitar el festejo de papá.